CAPITULO 37.

165 10 0
                                    

Dhalia Ivanova

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dhalia Ivanova.

Luciano camina frente a mi de un extremo de la pequeña sala de estar de su habitación, a otro. Parece un león enjaulado. Suspiro y me concentro en hacerle dos colitas a Alana, dejando su flequillo dentro de las colas para despejar su rostro; se levanta con su vestido veraniego de color azul cielo y sus sandalias blancas, le coloco protector solar y ella se va felizmente porque va a salir con Adriel no se a dónde.

— ¿Podrías dejar de caminar así? —gruño estresada. — Me pones de los nervios.

Me da una mirada de ojos entrecerrados casi pareciendo felino. Blanqueo los ojos y recojo las cosas que use para dejarla en la habitación pero la voz de Luciano me impide seguir.

— ¿Por qué coño tenías que hacer todo ese desastre? —ruge.

— Sabía que podías decir más que solo gruñidos. —ironizo dándole la espalda. — ¿Por qué coño tenías que enseñar a una niña de cuatro años a disparar?

— Alana necesita defenderse. —puntualiza como si ya no lo supiera.

— Alana necesita vivir una infancia feliz lejos de las armas que pongan en riesgo su vida.

— Y como tú no te haces cargo, lo hice yo. —me ignora completamente.

— Dios mío, dame paciencia porque si me das fortaleza lo mató. —susurre entre dientes mientras avanzo al baño dejando todo en los gabinetes. Observo que el baño aburrido y elegante de antes, es solo un montón de muñecas de baño, jabones de bebés y toallas de princesas.

Vuelvo a salir pensando en hacer un comentario acerca de eso pero me quedo en silencio cuando veo a Luciano mirándome con el ceño fruncido.

— No estoy para esto. —me sincero con malhumor. — Esperaba que me dieras una buena cogida como de costumbre, pero ya que mi hija me envió un maldito mensaje diciendo que es una leoncita y otras cosas que no quiero recordar, ¡Se fue todo por la borda!

— ¿Pero qué problema hay en que una niña de cinco años quiera ser como su padre? —frunce el ceño con fuerza y yo lo imitó.

— ¡Que su padre es un mentiroso! —me exasperó en todos los sentidos. — ¡Que se suponía que me amaba y me jodió el único día que tanto anhelaba! Ese es el problema.

Se queda en silencio y no contesta por un largo tiempo, mi pecho sube y baja con fuerza por la rabia que recorre mi cuerpo. Mi teléfono suena así que desvío mi atención al aparato y prefiero contestar que seguir discutiendo con ese imbécil.

— Ivanova. —murmure saliendo al balcón de la habitación.

Mi reina. —susurra uno de los infiltrados del FBI. — El lince acaba de sacar el cuerpo de sus boyevikis y de su hermana de la morgue.

— ¿No le pagaron al imbécil?

Si, mi señora, claro que lo hicimos. Pero el lince llegó con grandes cantidades de dinero y superó nuestra oferta.

La Reina Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora