CAPITULO 40.

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Salt Lake City, en Estados Unidos

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Salt Lake City, en Estados Unidos.
Conocido como La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
LA FOSA.

Era asombroso el frío que hacía en aquel lugar escondido, después de todo eran más de cien metros bajo tierra. El cuerpo siempre te temblaba, y el tener las uñas morada era algo completamente normal, las jaulas se mantenían cerradas pero con el tiempo aprendimos a abrirlas para hacer y deshacer, cuando crecimos entendimos que habían muchas maneras de entrar en calor y no hemos desaprovechado ninguna.

Alzo mi cabello para recostar mi cabeza en el abdomen de él, del amor de mi vida. Era mayor por tres años pero eso no impedía que sintiera atracción por mi. Sus dedos van a mi cuero cabelludo haciendo un masaje que me hace suspirar.

— ¿Por qué esa mocosa no para de ser tan irritante? —me quejo. — Es un fastidio andante.

— No lo voy a negar, pero su también eres una mocosa, enana. —su voz era ronca, completamente varonil.

— Yo no soy enana, tu eres muy alto. —me cruzo de brazos mientras mi ceño se frunce.

Alzo mis piernas y dejo mis manos en mi abdomen, su tacto me relajaba, la fragancia del shampoo que usábamos todos a él le quedaba mejor.

— ¿Cuándo te toca pelear? —pregunta cambiando la posición de su mano para mi pierna, acariciándola con la punta de sus dedos.

Di Marco.

Las puntas de mis dedos acarician su suave piel, y que estuviera tan cerca de mi polla no era bueno, veo como mueve sus labios mientras habla de la hija del presidente, esos labios que estuvieron sobre mi cuerpo tantas veces y que solo a ella se lo permito.

Era una niña en plena adolescencia, tenía unos catorce o quince años, para mí edad era bastante pequeña. Pero no aparentaba su edad, su cuerpo había alcanzado unas curvas exorbitantes y sus glúteos se habían alzado y redondeado a la perfección, los senos protuberantes y la poca tela que usaba era algo que llamaba la atención. No solo para mí, también para los demás. El rostro encajado, y el cabello rubio le daban un toque angelical, hasta que te clavaba esos ojos grises frívolos que gritaban "voy a asesinarte".

— ¿Cuándo te toca pelear? —cambie el tema para que dejara de fruncir el ceño. Se relajo inmediatamente. Ver a está niña pelear era algo digno de apreciar, hacia ver el manejo de las armas como una cosa fácil que pudiera hacer cualquiera y junto con su mellizo son imparables.

— Me suben al ring hoy en la tarde. —contesta restándole interés. Cualquiera estaría asustado y practicando, mientras ella está aquí buscando que la folle. — Papá dijo que iba a venir con mi mamá, ambos están disgustados con Nikolay.

— Me encantaría verte pelear. —murmuro, sus ojos grises suben a los míos con brillo.

— Siempre puedo ganarte en una pelea, cariño. —me sonríe como una hija de puta y yo le correspondo.

La Reina Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora