Capítulo 7

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Pasaron dos horas desde que el carruaje avanzó sin dejar rastro de su paradero. La neblina se volvía más clara, pero era aigual de imposible ver algún camino o rasgos específicos que les diera algún indicio de su paradero. Los troncos se repetían sin cansancio, la tierra húmeda se veía igual, la hierba no tenían colores distintos y las enormes piedras no ayudaban tranquilizar sus nervios. Era como estar dentro de una jaula para mascotas en donde la imagen del fondo resulta siempre alegre, pero sólo se vuelve una trampa mental.

Aquellos soldados no mencionaron ni una palabra. De hecho, ni siquiera dirigían su mirada a los presos; sus ojos parecían enfocados en su destino, en llegar sanos y salvos, como si el más mínimo error fuera capaz de perderlos para siempre. El aire seguía frío a pesar de la débil aparición de los rayos del sol, y el aroma a tierra mojada se percibía menos. Aun así, todos no dejaban de sentirse mareados y adoloridos.

Las dudas comenzaron a brotar de la mente del equipo; todas planteadas de diferente manera, pero cada una compartía un interés en común. La duda de si su hermano Ramón estaba con ellos los llenaba de una enorme preocupación y, a la vez, de una esperanza que mantenía de pie el humor de todos. Cada uno tenía ganas de que sus preguntas fueran escuchadas y respondidas con brevedad, pero el aura seria y malhumorada de sus captores los obligaba a guardarse toda interrogación.

El ruido chirriante de las ruedas se detuvo. Los hermanos intentaron ver qué pasaba, pero su campo visual se limitó a ver la parte trasera del propio carruaje al igual que sus lados. Las barras de madera eran gruesas y con una textura áspera, como si no les importara que sus víctimas escaparan de la celda. Un exceso de confianza se desbordaba de aquella primitiva, pero eficiente jaula.

-¡Abran las puertas!-gritó el conductor desde el asiento.

Un sonido descomunal se manifestó. El carruaje avanzó con prisa, dándole la bienvenida a un mundo que ni los propios trolls sabían que existían.
La luz del sol cegó la vista de todos, obligandolos a cerrar sus ojos, pero eso no evitó que pudieran tener la mirada fija en un punto claro. La vista de Floyd se recuperó rápido, abriendo sus ojos como dos grandes lagos llenos de un asombro difícil de sacar a la superficie. Era una zona bastante grande, parecían dos hectarias más que Villa Troll. El pasto estaba cortado a la perfección y era de un verde tan fuerte y fresco que no parecía natural. De lado izquierdo descansaban múltiples casas; todas del mismo color marrón, pero con flores de distintos colores: rosas, lavandas, guraloes, etc; decorando sus techos y puertas. Los árboles no estorban en esa zona, ya que el resto de los troncos se localizan fuera de los terrenos.

-¡Miren!- dijo Spruce.

Todos los trolls voltearon al lado derecho, encontrándose con campos llenos de frutas y verduras exóticas, y otras no tanto. Varios trolls como ellos consechaban sus cultivos con un enorme sombrero de paja y canastas del.mismo material colgada en sus hombros. Algunos niños ayudaban a los mayores, pero otros se concentraban en perseguir a sus amigos entre risas y bromas.

El ruido del agua atrapó su atención con una enorme facilidad. El carruaje dio vuelta a la derecha, mostrando la enorme cascada que descansaba en el pueblo. El agua que caía con tranquilidad se almacenó en una gigantesco lago con grandes rocas en el fondo del mismo. El olor a humedad invadió a todos en la zona; para algunos sería un olor reconfortante, para otros algo desagradable, pero para aquellos habitantes resultaba bastante normal vivir con el olor que la naturaleza desprendía sin temor.

Todo parecía ser sacado de un cuento de hadas, pero toda belleza siempre debe estar acompañado de rasgos relacionados con la horrible realidad.
La vista de Floyd fue capturada por los múltiples ojos que lo veían con repulsión, como si fuera un fenómeno que no merecía estar libre y que su hogar era esa misma jaula. Todos los hermanos y la misma princesa notaron ese juicio hecho con mucha crueldad. Una sentimiento de dolor anímico recorrió el pecho del pequeño troll de arete negro, llegando a sentirse avergonzado por su simple aspecto, incluso por sus propias acciones. Miró a su alrededor para buscar consuelo, pero todos tenían el mismo estado desfavorable que él. Un asunto que no mejoró su actitud.

Los trolls fueron desapareciendo poco a poco y una enorme sombra cubrió todo el carruaje.

-¿Ahora cuál es el problema?-cuestionó una voz gruesa, pero tenía un tono irritado.

-Tenemos algunos invasores que podrían interesarle a la reina-respondió el que llevaba las riendas del vehículo.

-Sabes que está muy ocupada con los preparativos para la celebración-aclaró-. No va a atenderte.

-Sí, pero estos intrusos llegaron a nuestros territorios como sin nada-se acercó a su compañero de seguridad-. Tal vez sean espías o algo peor. Pueden revelar la ubicación de nuestro reino.

Hubo un silencio entre ellos dos; uno que inquietaba a los miembros de la banda. Tenían ganas de gritar y exigir su liberación, de contar que no era especias, sino una simple familia que busca a su hermano. Pero sabían que eso no iba a ayudar ni un poco.

-Está bien- dijo, en un tono cansado-, pero date prisa.

Uno de los soldados abrió la puerta con brusquedad, cada uno fue sacado con violencia mientras los gritos de disgusto se presentaron sin tener algún reacción en la situación.

La imponente imagen del castillo transmitía un sentimiento de pequeñes. Sabían que eran diminutos a comparación con otras criaturas, pero nunca antes se habían sentido tan insignificantes como en ese momento. El castillo estaba hecho de madera vieja, como si pedazos de diferentes árboles conformarán esa estructura. Tenía una torre grande con un balcón en medio y otras dos construcciones similares (medianas a comparación de la primera) estaban en cada lado. Era de un color amarillo girasol, y unas pequeñas rocas decoraban la deforme estructura del hogar.

-Caminen-dijo el general, empujando a Floyd con una ira incontrolable-. A la reina no le gusta esperar.

-¡No toques a mi hermano!-gritó John Dory, mostrando su ceño fruncido y un mohín de desagrado.

-¡Guarda silencio!-dijo un soldado, golpeando al mayor con su lanza.

Una falta de fuerza se manifestó dentro de ellos; una que ocasionaba ira y repulsión por parte de ellos, pues no podían hacer nada bajo esas circunstancias. Todos avanzaron a regañadientes y llenos de resentimiento. Se adentraron al horrible monstruo llamado castillo; la esperanza latía al ritmo del corazón, sus sentidos se mantuvieron alerta y la mente se preparó para cualquier situación. Si los guardias trataban mal a los extranjeros, ¿qué se podía esperar de aquella quien gobierna al lugar?

Lo Siento [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora