3.

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La última vez que Max Verstappen estuvo en una junta escolar tenía como 10 años. Y su padre había tenido que ir por que las calificaciones de Max habían dejado mucho que desear.

En aquella ocasión, había estado auténticamente aterrado. Y ahora se sentía igual. Siempre había tenido miedo de que lo riñeran, por eso procuraba no fallar nunca. Y eso lo había transmitido a su forma de criar a Liam, ya que en sus cinco años, nunca lo había regalado. Además de que Liam era demasiado tranquilo.

Miró a la entrada de la escuela desde su camioneta. Si todo esto iba a ocurrir al terminar las clases, prefería esperar a que todos se fueran. Vio a madres y padres cargando a sus pequeños, siendo cálidos y cariñosos. Max no solía cargar a Liam a menos que fuera necesario. Y normalmente no era necesario.

Max se rascó el rostro. Nunca se había cuestionado su paternidad, ya que había adquirido el mismo modelo con el que fue criado él y Victoria. Pero ahora resulta que no estaba del todo bien.

Se imagino a sí mismo sentado en una pequeña silla, sometido al escrutinio de un maestro al que no conocía. Lo había visto vagamente el primer día de Liam. Solo había visto su cabello café, o al menos era lo único que recordaba. ¿Cómo se llamaba?

Sergio. El correo decía Sergio Pérez. Suspiro y decidió que ya había pasado un tiempo decente. Bajo de la camioneta y avanzó hacia la puerta. Había una mujer, presumiblemente una maestra, que se despedía de algunos niños.

– Buenas tardes. Estoy buscando al maestro Pérez.

La mujer tenía unos enormes ojos verdes, que escudriñaron a Max. Luego respondió:

– El está en su aula. Número 11. Por allá.

Señaló un pequeño sendero que llevaba a un patio con varias aulas. Max avanzó hacia allá y entonces vio a su hijo sentado en un banco junto a otro niño. Liam vio a su papá y su rostro estaba un poco desconcertado, pero rápidamente corrió hacia él. Lo abrazo de la cintura con fuerza.

– ¡Papá!

– Hola, Liam. ¿Cómo estás?

El niño que estaba junto a Liam lo miraba con expresión seria, casi como si estuviera evaluándolo. Se acercó con sigilo.

– Papá – explicó Liam – El es mi amigo Pato.

Max miró a Pato y movió la cabeza en señal de saludo. Pato solo agitó la mano hacia él sin dejar de verlo. Max sintió una súbita necesidad de excusarse.

–Yo... vine a ver a tu maestro.

Pato lo miró con más extrañeza. Max no sabia donde meterse, hasta que una voz a sus espaldas lo salvó:

–¿Señor Verstappen?

Max giró hacia esa voz. Y sus ojos se toparon con unos ojos castaños.

El maestro de Liam era un poco más bajo que él y tenia la cabellera ligeramente rizada que él recordaba. Tenía la nariz tapizada de pequeñas pecas y un asomo de barba. No tenía toda la pinta de un maestro de preescolar, pero su mirada tenía un aire inconfundible de paciencia.

– Usted debe de ser el maestro Sergio

El padre de Liam era un poco más joven de lo que pensaba. En ese primer encuentro apenas y había reparado en él. Tenía el cabello castaño claro, un poco más oscuro que el de su hijo. Tenía ojos azules, unos ojos que lo miraban con atención. Sergio sintió deseos de esconderse, no sabía bien por que. Sin embargo, mantuvo el aplomo y le estrechó la mano.

– Si, soy yo. ¿Le importaría caminar un poco?

Señaló el patio. Ya no había nadie, excepto Pato y Liam que habían comenzado a correr por allí. Sergio nunca se atrevería a reconocer que la idea de estar solo en un aula con ese hombre lo hacía sentir incómodo. Max asintió y comenzaron a caminar.

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