XI

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Sus muñecas no dolían aunque estuviesen pintadas de morado y verde por el agarre de Jungkook hace unos días. Su rostro no le dolía a pesar de tener marcas hechas por el alfa que lo había tomado de su prisionero, no le dolía y se sorprendía. Porque Joohyun abrió los ojos en espanto al verle marcado en la fuerza de alguien que creía conocer, corrió a socorrer a su amigo con algunos paños y un poco de medicina. Pero no le dolía.

Nada le lastimaba, ni la fuerza de Jungkook, ni ser un prisionero. Había podido curtirse en todo lo que le había pasado, su piel era dura por las constantes cicatrices y reseca por las lágrimas que brotaron para secarse con el viento encima de su cuerpo.

Miró a la luna, menguante, no le devolvía la mirada. Volvía a su residencia para dormir y repetir su rutina; sintiéndose muy frustrado por cómo las cosas se estaban tornando, no encontraba algún flaqueo para atacar a quienes lo amarraron, parecía estar en un limbo sin poder ir al infierno o ascender al paraíso, solo contemplando como todo transcurría.

“Hey.” Escuchó detrás suyo, en la oscuridad a veces creía que los árboles le hablaban, tal vez ya enloquecía.

Busco la voz de quién le hablaba y al caminar un poco se encontró con la figura de su “suegra”. Nayoung estaba escondida en un telón que cubría su cuerpo y rostro a excepción de sus ojos, aunque estuviese escondida entre aquellas telas podía distinguir muy bien sus ojos afilados llenos de pérdida y anhelo.

“¿Qué pasa?” Trató de hablar, pero fue jalado hacia la oscuridad, ambos se escondían.

“Vete.” Dijo en un tono bajo.

“¿Qué?”

“Querías irte, ¿no?” Pregunto. “Es hora de que lo hagas. No quieres estar aquí, no te quiero aquí, es la perfecta oportunidad para irte para siempre.”

Su corazón latía a mil por hora, no podía creer que le ofrecían su libertad, la había anhelado desde que los colmillos de Jungkook rasgaron en su piel y fue arrastrado hasta esta nación desconocida. Y se sentía como un sueño, soñaba despierto porque no había forma de poder conseguir lo que su alma le gritaba.

“¿Cómo? ¿En serio me darás mi libertad?” Rogó, como el cordero que era vio con ojos grandes y esperando a alguna orden hecha por su cazadora.

“Sí. No te quiero con mi hijo, no quiero que sigas aquí.” Dijo, aunque no pudiera ver las expresiones de su rostro sabía que en cada arruga estaba escrito el desprecio y asco que le provocaba a Nayoung. “La fase es menguante.” Señaló a la luna. “Hacia el oeste no hay protección alguna, habrá uno que otro lobo pero estarán haciendo guardia y nada más, no creo que seas tan tonto como para hacerte corretear por unos cuatro lobos. Vete ahora y no vuelvas nunca, no mires atrás y fúndete con la tierra para que nadie te encuentre. Vete.”

La forma en la que todo se presentó le aturdió mucho, no se imaginaba que su libertad sería obtenida por la omega que le miraba de pies a cabeza y que por poco escupía en su mejilla del asco. Estaba congelado porque también se encontraba en un gran debate interno. Si se iba sería libre de todo, podría buscar a los que quedaron de su manada y tratar de rehacer su vida; pero si se quedaba podría hacer pagar cada una de las lágrimas que se secaron en su mejilla y toda la sangre que tiñó el río.

Si se iba conseguía su libertad, si se quedaba también.

Su alma le pedía, se arrodillaba, para que acepte irse; quería ser libre y soltar todas las cadenas que le lastimaban en el cuello. Su pobre alma quería ver un poco de la luz del sol, así que haría lo que le pedía.

“Esta bien.” Asintió con ansias. “Pero necesito un caballo para alejarme lo más rápido que pueda, así nadie me encontrará.”

Los ojos de Nayoung se enchinaron, estaba sonriendo por haber logrado su cometido. Asintió dos veces. “Claro, espérame aquí y te traeré el caballo, luego desaparece, no quiero saber nada de ti.”

“Y yo nada de ti.”

Los libero de mi castigo, lamento mucho, amados míos, haberles fallado así; pero no quiero seguir siendo prisionero de lobos que solo saben aullar a las almas que arrebataron. Pensó cerrando los ojos mientras esperaba a su “suegra”. Perdónenme por haber fallado su muerte, espero me entiendan.

Lo entenderían. Jimin estaba tan cegado en su dolor y en su ira que no podía pensar en lo que su familia hubiese querido para él: paz. Su madre limpiaria sus lágrimas y le abrazaría fuertemente, su padre consolaría su abatido corazón y su destinado besaría los moretones sobre su cuerpo.

El momento había llegado, Naeun llegó con un caballo café y se lo entregó, le repitió una vez más ‘no vuelvas’ y se perdió entre la oscuridad de su disfraz.

No lo haría, no pensaría en volver jamás.

Sintió una paz enorme al subirse al caballo, haciendo que caminara lento para asegurar que nadie le acechaba en forma de lobo, soltando una lágrima de felicidad al poder cabalgar sin miedo lejos de la nación que le mantuvo incautó.

Se hubiese querido despedir de su buena amiga, pero ella entendería que está era la felicidad que tomaba para él; así que no importaría largarse sin mirar atrás.

No tenía un plan, solo seguía a las estrellas en el cielo que sabía le dirigirán hacia su hogar, volvería con su gente y esto solo será una vívida pesadilla.








(3/6)

El canto de los lobos ; km omegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora