XX

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Su cuerpo se sentía mejor después de una semana de dolor y ardor, se sentía feliz de haber tenido a su única amiga a su lado cuidandole y el haber tenido ciruelos para comer cada vez que tenía hambre de algo jugoso.

Ahora que veía con claridad recordaba todo lo que Jungkook había hecho en los últimos días, había mostrado humanidad hacia él y compasión. Le traía la comida y le brindaba su aroma para calmar los retortijones que se producían en su estómago, en su momento más vulnerable no le tocó a menos que haya sido necesario; muy distinto a lo que prometió hacerle después de su unión. El Jungkook de ayer le había jurado que colocaría un cachorro en su vientre en cuanto su celo le llegue y el Jungkook de hoy no se había atrevido ni siquiera de volver a abrazarlo.

Era lo mínimo, sí, pero le sorprendía a Jimin. Ese cambio tan drástico solo tenía un nombre: arrepentimiento.

Y el omega estaba dichoso por eso, que el pirómano pase por arrepentimiento le llenaba de alegría, porque así veía un poco más los hilos que estaban esparcidos por todo el cuerpo del alfa; tan roto y desarmable. Ahora lo veía sentado a su lado sin decir nada, era capaz de ver los hilos flotando de Jungkook.

“¿De donde conseguiste todos esos ciruelos?” Pregunto mirándole de reojo.

“De por ahí.” Escondió la verdadera razón. No sabía porqué.

“¿Sí? Que raro, no he visto por aquí ciruelos, ojalá me digas de donde para cosecharlos y ya no depender de ti.”

“Claro, lo haré.” Asintió levantándose, tenía la intención de irse pero fue detenido por Jimin quien le obligó a mirarle a los ojos.

“Mientes.” Acuso apretando con fuerza el antebrazo del alfa, exigiéndole que le diga la verdad y revele sus acciones. “¿De donde sacaste esas canastas y bolsas?”

“De tu aldea.” Se soltó de su agarre, quedándose en su sitio para continuar con la batalla de miradas entre ambos. “¿Algún problema con eso?”

“Sí.” Se levantó de su asiento, encaró a Jungkook y mantuvo la mirada fuerte. “No quiero que estés cerca de ellos.”

“Bien.” Asintió, no le haría caso, porque si lo hacía no podría seguir ayudándolos a establecerse firmemente en sus nuevas tierras.

“Lo digo en serio.” Dio un paso adelante, quedando demasiado cerca de Jungkook, compartiendo la misma respiración y tensión. “No te acerques a ellos.”

“Bien.” Soltó de forma suave, se sintió nervioso por la cercanía del omega.

Se quedaron por unos segundos en el mismo lugar, manteniendo la mirada firme y compartiendo el mismo pulmón. La tensión se sentía y era asfixiante, la cercanía daba calor.

Jimin leyó las pupilas de Jungkook, en ellas encontró la corriente lila que delataba todo lo que sentía y pasaba por su cabeza. El omega sonrío de lado.

“¿Estas arrepentido?” Pregunto, quería regocijarse. ¿Pero en que?

“¿De que?”

“De todo lo que hiciste.” Esperaba que lo admitiera, que le vea a los ojos y le diga que sí, que había sido lo peor que podía hacer. Porque haberle quitado todo a Jimin le condenó.

Pero no conseguiría eso del hijo de un militar sanguinario.

El alfa le dio la espalda, le dejó con la palabra en la boca y se fue. Aún no vería el alma doblegada de Jungkook y eso le ponía furioso, no podía ser.

Quería verlo en sus rodillas diciéndole que estaba arrepentido por todo lo que sucedió, quería regocijarse en su desesperación. Porque todos los pequeños actos que estuvo haciendo eran la clara muestra de su arrepentimiento y le causaba gracia.

¿En serio creía que los pequeños actos serían lo suficientes para cubrir el daño que había hecho? No, nunca lo sería y era un completo estúpido por creer eso.

Aún así, con aquella declaración bien metida en su cabeza, la pena que sentía por Jungkook solo aumentaba. Porque en sus actos veía a un cachorro tratando de reparar lo que había roto, con pequeñas piedras y pasos sigilosos trataba de construir lo que había pateado hasta destruir.

Era inevitable que no sintiera, después de todo ambos eran dos huérfanos, hijos de nadie; dejados a su suerte por los caminos que la luna tenía para ellos. Ambos con cierto dolor en sus corazones, Jimin pensaba en eso.

Se sentó y se tiró de espaldas a la cama, sintiéndose nauseabundo por los sentimientos de pena. Solo debería sentir odio y venganza, pero era humano después de todo, no solo un cordero perdido.

Aún así con la pena y el asco, Jimin tenía bien en claro que su corazón solo tendría paz y libertad cuando lleve a cabo su venganza. Tenía que implantar el mismo dolor y agonía que él sintió aquella noche, solo así Jimin tendría felicidad.

El canto de los lobos ; km omegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora