Capítulo 3: Oferta.

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Capítulo 3: Oferta.

La tercera vez que Satoru despertó en esa habitación lo primero que pensó fue que estaba delirando. El fuerte olor de la carne llegaba a sus fosas nasales, revolviéndole el cerebro y las tripas. Pestañeó varias veces, como para asegurarse de que lo que veía no era una simple ilusión generada por su necesidad.

Efectivamente, un plato se hallaba junto a su cara en el suelo y sobre éste, tres trozos de carne roja y jugosa, invitándolo a darles un mordisco. Su estómago dio un vuelco y pudo sentir la saliva comenzar a acumulársele en la boca. Nunca se había sentido más un animal que en esos momentos. Pero no le importaba, tenía hambre. Y mucha.

Antes de nada buscó a su captor con la mirada. Ahí estaba de nuevo sobre la silla, mirándolo en silencio. Esta vez no había cigarro, y la ropa había cambiado. Ya no había negro y cuero, sino tela deportiva de tonos claros y llevaba el cabello semi recogido en un moño sobre la cabeza. Un mechón rebelde de cabello escapando sobre su frente mientras el resto de oscuras hebras le abrazaban los hombros.

Luz amarillenta iluminaba la estancia con claridad, una solitaria bombilla se bamboleaba en el techo parpadeando de vez en cuando.

A pesar del mareo que le generaba el olor, evaluó al cazador con más atención. Era alto, quizás casi tanto como el mismo, piel bronceada, hombros anchos, cintura estrecha, manos grandes. Sin duda un físico marcado por horas de entrenamiento y curtido en el campo de batalla. El rostro sin embargo contrastaba un poco con su apariencia de guerrero. Facciones suaves y masculinas enmarcaban su evidente juventud. Mandíbula cuadrada, pómulos anchos, ojos rasgados, indudablemente de ascendencia asiática. Intentó imaginarlo en otra vida, quizás tendría una sonrisa preciosa, el galán de cuento que es todo un caballero y te lleva flores al anochecer. Si la situación fuera diferente, no hubiera dudado en ponerle la mano encima a tan tentador pedazo de caramelo. Quizás por eso le resultó tan fácil engañarlo en el bar para capturarlo, era justo su tipo, un niño bonito al que disfrutaría corrompiendo.

Una lástima.

- ¿Esperas una invitación? Come – le instó el cazador – no está envenenado, lo prometo – añadió con una sonrisa que pretendía ser amable, aunque estaba claro que no lo era.

- No sé a ti – respondió Satoru – pero a mí no me van estos juegos ¿quieres que coma así atado de rodillas frente a ti como un perro? ¿Tienes algún fetiche raro que no hayas mencionado? –

Vamos, libérame, pensó el demonio, libérame para que coma y te de tu merecido. Veremos cuánta agua eres capaz de tragar.

Mierda, pensó el cazador, en sus ansias por realizar el plan había obviado algo importante. No le importaba luchar, en el estado que se encontraba el prisionero podía tumbarlo de un simple puñetazo, pero no sabía cuanta fuerza podía ganar si se alimentaba. No dudaba de su propia victoria, pero no era de los que les gustara correr riesgos. Los grilletes estaban impregnados con magia de todas formas. Tendría que haber traído su espada con él pero si subía a buscarla en ese momento dejaría en evidencia sus dudas.

- El gran y poderoso cazador está asustado de una basura del inframundo como yo – sonrió burlesco desde el suelo – vamos no temas, no te haré nada... - dijo mostrando más sus blancos dientes de un modo ligeramente infantil.

Con un leve gesto de molestia, Suguru caminó hacia él y se colocó a su espalda. Satoru no logró percibir el sonido de ninguna llave. Aunque ya había deducido que sus ataduras eran de índole mágica, conservaba la esperanza de que fueran del tipo con cerradura. Los grilletes sellados con simple poder mágico son más resistentes, pero también mucho más difíciles de utilizar ya que su cierre depende enteramente de la fuerza de quien haga los sellos de unión. Pocos cazadores son tan buenos como para darle uso a tales herramientas, y al parecer se hallaba ante uno de los miembros de élite de las filas enemigas. En un estado óptimo confiaba en poder ganar frente a un cazador de alto nivel, pero en este caso tendría que replantearse las formas. No dudaba de sus propias capacidades, pero estos días en prisión lo habían dejado bastante desmejorado. Quizás lo mejor sería noquearlo con rapidez y huir. Nada de juegos sádicos para devolverle el favor. No podía negar que tal hecho le producía cierta insatisfacción.

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