Capítulo 15: Asco.

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Una vez leyó que el ser humano tenía la capacidad de adaptarse a cualquier adversidad si era expuesta a ella con suficiente regularidad. No podía mostrar desacuerdo con esa afirmación, sin embargo agregaría que no importa lo adaptado que estuvieras, aun era posible sentir el mismo asco y hastío por la situación. Luego de años de realizar este trabajo, comprobó que a pesar de poder desenvolverse de la mejor manera, todavía tenía ganas de gritar ante las mismas circunstancias.

Ser el subyugado de un demonio no es tarea difícil. No debe haber nada más sencillo que dejar tu cerebro en manos de otro para que haga con él lo que quiera. La diferencia estaba en que él no era un humano común y corriente, el ser plenamente consciente de uno mismo mientras se es utilizado... bueno, no podía encontrar palabras para describirlo. La capacidad de disociar mente y cuerpo mientras era tocado por Mahito a esas alturas era digna de un reconocimiento. Caricias, besos, sexo... cualquiera fuera su deseo era cumplido a la perfección con la dedicación del esclavo más servil. Puso todo su empeño en ello mientras esperaba el momento para actuar. Tenía a alguien esperando por su ayuda, no podía fallarle, no de nuevo.

- Estás muy inquieto hoy, eso no es común ¿estás molesto porque me divertí con Suguru frente a ti? – como siempre, cada vez que escuchaba la voz de Mahito un fuerte deseo homicida se apoderaba de él – Kento... no te enojes ¿si?, estaremos juntos al llegar a casa. Te haré lo que me pidas ¿Qué te parece? –

- Está siendo demasiado generoso, Maestro – como odiaba, como odiaba esto. Esa actitud infantil, esa actuación como si fueran alguna clase de pareja de amantes retorcida. Como le gustaría poder...

- Sabes, cuando me miras de esa forma, casi puedo ver al verdadero tú salir al exterior. Esa seriedad en tu cara es lo que me atrajo de ti en primer lugar, como si nada pudiera afectarte. Incluso cuando te doy con toda la fuerza que tengo, no muestras ningún cambio, solo recibes sin rechistar sin importar lo que te haga. Eres un buen experimento Kento, tantear tus límites hasta que gritas de dolor es una diversión placentera. Pero a veces siento curiosidad por la realidad de tu ser ¿en qué piensas ahora? –

Kento estaba más que seguro que la realidad de su ser no seria del agrado del demonio. No sabía que responder, era la primera vez que Mahito abordaba el tema. El saber que podía ver a través de las grietas en su máscara le llenó el estómago de malestar.

- No quiero que mi Maestro esté con nadie más, creí que buscaba cambiarme por ese hombre –

- Pues sí, si Satoru me lo hubiera pedido habríamos pactado un intercambio, pero me alegro de no haberlo hecho. Es más, esta noche fue muy reveladora –

Habían llegado a la residencia del demonio en la ciudad, una mansión enorme llena de secretos y cuartos dedicados a los enfermizos estudios que realizaba. La conocía como la palma de su mano gracias a la afición de Mahito por tenerlo a su alcance para sus repentinos ataques de inspiración donde lo obligaba a realizar los más lascivos y asquerosos actos que se le ocurrían. Estar cubierto de moratones, sangre y cicatrices había sido el pan de cada día desde el mismo momento que comenzó a servirlo.

- Ven aquí – Mahito se acomodó en uno de los sillones de la sala de estar. Kento obedeció, sabía bien que es lo que esperaba de él, asique subió a las piernas del demonio y comenzó a besarlo. Ahí estaba de nuevo, el asco. Siempre el asco presente en su cuerpo ante cada interacción. A veces ni siquiera tenían que estar en el mismo espacio, el solo pensar en el ser oscuro era suficiente para desear atravesarle el pecho con un brazo y arrancarle el corazón.

No pasó mucho antes de que Mahito estuviera sobre él, besando, mordiendo, chupando... El juego se extendería por horas si estaba de humor. Podía sentir sus manos dejando rastros de uñas por cada sección de piel. Por suerte para él, hoy no estaba exigente. A veces era así, solo deseaba que permaneciera quieto ante sus actos, sumiso, recibiendo lo que sea que su retorcida mente quisiera darle. Agradeció que fuera así, lo que contempló en el club lo había dejado inquieto.

Sabía bien que ese hombre de cabello oscuro era Geto Suguru, cazador de la élite buscado por traición y conspiración con el enemigo. A pesar de haber compartido pasillos en la Central, nunca llegaron a conversar personalmente, pero era difícil no notarlo cuando los superiores y toda su división hablaban de él y sus hazañas de muerte. Le sorprendió verlo llegar a la sala inferior, y acompañado por un demonio ni más ni menos. Conocía a muchos demonios del mundo de la noche por nombre, rostro y ocupación, pero a ese no pudo identificarlo, lo que solo podía significar una cosa: era más antiguo que el promedio y de seguro mucho más peligroso. Con tal compañía tomaba fuerza la teoría de que Geto era un traidor, sin embargo no le había dado esa impresión.

Su actuación de subyugado había sido patética, y preguntar tan abiertamente por la resurrección de Sukuna era un riesgo teniendo en cuenta la situación. Algo no cerraba, por eso es que había decidido arriesgarse a dejar un comunicador en su bolsillo. No creyó que fuera a ser sencillo, pero debía agradecerle a Mahito haberle proporcionado una apertura. Ese era otro detalle. Mientras su "maestro" se divertía torturando al cazador en su regazo, el demonio de cabello blanco había desviado la vista con una expresión extraña difícil de comprender. En un principio pensó que era de hastío, después de todo Mahito era insoportable cuando se ponía de esa forma, pero luego le pareció encontrar algo más en el azul de sus ojos. Una especie de molestia, como si el hecho de que el cazador estuviera en brazos de otro demonio fuera en contra de sus intereses. Extraño, muy extraño, ya que era más que obvio que no lo había marcado en serio en primer lugar.

Como sea, esos segundos en que ambos demonios estaban metidos en sus asuntos fueron suficientes para deslizar el aparato al bolsillo de Geto. Un riesgo que le hubiese costado la vida allí mismo, pero necesario al fin y al cabo.

- ¿Kento? ¿Estás aquí? – la voz de Mahito lo devolvió a la realidad de golpe. Estaban en el suelo y había empezado a bajarle los pantalones. Nuevos surcos de arañazos decoraban sus costados, goteando sangre fresca en la alfombra.

- Si, Maestro. Disculpe, creo que hoy no me siento bien –

- Supongo que no, traicionarme debe ser un verdadero dolor de cabeza –

- ¿Cómo? –

- ¿Creíste que no notaria tu ridículo movimiento mientras me divertía con ese intento de esclavo? ¿Qué decía el mensaje que le colocaste? ¿Tiene algo que ver con Yuki? –

- ¡¿Qué?! –

Todo dentro de Kento se paralizó en un instante ante la mención de ese nombre. Por primera vez en mucho tiempo el terror se hizo visible en sus facciones, mientras Mahito solo reía por su reacción. Con frio deleite, el demonio comenzó a arrastrarse sobre su cuerpo saboreando la desesperación del rubio.

- ¿Por cuánto tiempo creíste que podrías engañarme? Tengo cientos de años más que tu, el solo pensar que creyeras que caería ante tus estúpidos planes es de risa. El hecho de que hayas soportado todo lo que te hice solo por una simple niña sin alma me ha dado montones de diversión, pero creo que hasta aquí llegamos mi precioso Kento –

Mahito comenzó a besarlo, mordiendo sus labios con una rudeza que logró sacarle sangre. Ni siquiera tuvo tiempo de defenderse antes de que el mundo se volviera negro y se sintiera desvanecer.

Al abrir los ojos, docenas de pares de ojos lo observaban en la oscuridad partida por los blancuzcos halos de luna que se colaban por las ventanas rotas de esa fábrica abandonada. Conocía ese lugar, allí guardaban a los subyugados especiales, criaturas torturadas deformadas por la magia negra administrada a sus cuerpos. Eran demasiados, incluso para alguien con sus habilidades de batalla le sería complicado salir airoso. Con un último deje de esperanza, al verlos abalanzarse sobre él, escribió un mensaje en el comunicador que siempre llevaba oculto en su zapato. Entre golpe y golpe logró enviarlo. Solo esperaba que diera resultado.

Yuki, donde sea que estés, perdóname por no haber podido protegerte.

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