Capítulo 34: El punto intermedio.

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Capítulo 34: El punto intermedio.

—Bueno —concluyó Uro, haciendo gala de su habitual indiferencia para con todo—. Al menos no es algo del todo inesperado, todavía podemos sacarle provecho.

El silencio siguió a sus palabras, interrumpido de vez en cuando por uno que otro crujido de muebles o roce de telas al cambiar de postura alguno de los presentes. Satoru apretó tanto los dedos sobre el asiento del sofá que por un momento Suguru pensó que se le romperían, pero no, solo acabó atravesando el cuero que recubría el mueble, dejando cinco hendiduras perfectamente definidas sobre la tela. Atrapó la mano del demonio, apartándola de la rotura para estrecharla, ganándose una mirada de sorpresa por parte del albino. No dijeron nada, limitándose a mirarse, comprendiendo que ahora tocaba aguantar.

A él también le había molestado. Solo Uro podía tratar un tema tan serio con tanta frivolidad. La confianza que da el poder vivir por siempre, supuso. Aun así...

—Tres días debería ser suficiente para poner en orden las cosas —prosiguió la demonio como si nada. Como si no estuviesen todos mirándola con frialdad—. Además, las fechas coinciden con nuestras suposiciones previas. Podemos usarlo a nuestro favor.

Tres días. Tres miseros días, eso era todo el tiempo que Mahito había dado. El tiempo suficiente para poder viajar hasta el punto de encuentro para realizar el intercambio y con suerte... con suerte salir todos con vida.

Por más que le jodiera admitirlo, Uro estaba en lo cierto. Si jugaban bien sus cartas podrían sacarle provecho a la situación. Mahito no sabía de la alianza, ni de Uro ni del plan.

El plan.

Descubrir que ya había un plan forjándose a espaldas de todos no fue bien recibido por la mayoría, por no decir que fue una decisión totalmente cuestionada que estuvo a punto de generar una discusión masiva, si no fuera, claro, porque dadas las recientes circunstancias era incluso mejor que Satoru y Uro ya tuviesen medianamente allanado el camino.

El regusto amargo de los encuentros nocturnos entre ambos demonios permanecía, sin importar lo que Satoru afirmara, que eran eso y ya. Le creía, pondría su katana en juego por sus palabras, pero seguía molestándolo como una avispa incapaz de dejarlo tranquilo. Era lo mejor, se recordaba a cada momento, así al menos las cosas no estarían tan complicadas.

Satoru los había puesto al corriente de la idea de Uro: utilizar el ritual de Mahito en su contra. Algo que sonaba sencillo, pero que, siendo realistas, llevar a cabo era más que probable que fuese imposible. En gran parte debido a, como no, los términos del intercambio.

—Es una estupidez —dijo Maki, dando voz a lo que seguramente muchos allí estarían pensando—. Lo mejor es matarlos. Luego podemos preocuparnos de las vasijas cuando todo haya terminado.

—Sigo sin entender porque no podemos destruirlas y ya —apuntó un cazador entre la multitud reunida en el comedor—. Todo esto surgió debido a su existencia ¿No sería más sencillo deshacernos de Sukuna de esa manera?

—Sería magnifico, si, —concedió Higuruma, uno de los cazadores dedicados a la investigación, al parecer el único que había entendido a la perfección el plan y sus implicaciones—. El problema es que es imposible hacerlo.

—¿Y eso es porque...?

—Energía —comenzó a explicar el cazador con paciencia—. No puedes destruir energía, solo transformarla o ingresarla en un nuevo sistema. Las leyes de la física se basan en ese concepto y la magia es, a usos finales, energía en sí misma. Su manipulación derivada del desarrollo de ciertas habilidades innatas en un cuerpo. No hay nada místico en ello. Simple y pura ciencia.

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