Capítulo 36: El cierre perfecto.

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Capítulo 36: El cierre perfecto.

—Es una gran vista ¿Verdad? Sobre todo, cuando los días están despejados.

Tenía que coincidir, la vista desde el balcón de la biblioteca era magnífica. Con el cielo extendiéndose kilómetros en la distancia y el filo del mar cortando las nubes que se deslizaban lentamente por la inmensidad del espacio una imagen que podría tranquilizar hasta al más ansioso de los hombres. Se quedó en silencio un poco más, absorbiendo unas últimas bocanadas de brisa marina antes de voltear la cabeza en dirección a Uro.

El picor en la garganta regresó, como siempre que la tenía enfrente, ya quizás no tanto impulsado por los celos, al final lo había aceptado, sino por la incomodidad de ser escrutado por ese par de ojos de esclerótica completamente negra. Parecía que buscase algo ¿Algún vestigio de su antepasado tal vez? No tenía ni idea de cómo habría lucido Sukuna, pero dudaba de que pudiesen compartir el más mínimo parecido.

—¿Buscas a Satoru? —inquirió al ver que pasaban los minutos y la demonio permanecía en silencio.

—No. Sé dónde está él —le contestó con calma—. Eres tú quien me interesa ahora.

La respuesta lo sorprendió a medias. Algo dentro suyo lo llevaba a creer que Uro había esperado el momento para poder estar a solas y que Satoru no estuviese en ese instante resultaba perfecto para lo que sea que estuviese planeando.

—¿Por qué? —Mejor cortar por lo sano. Ya tenía muchas cosas por las cuales preocuparse como para sumar misterios demoniacos a la lista.

—Curiosidad. Simple curiosidad. —Otra respuesta extraña. Debía ser algo común en quienes viven aislados de la sociedad por siglos—. Nunca tuve la oportunidad de observar un cuerpo vacío con calma. Matarlos era la consigna en ese entonces. Sin duda eres... algo peculiar.

Claro, la cacería. La matanza fría y concisa de todos sus congéneres para detener el regreso del mal sobre la tierra o como sea. Satoru ya lo había puesto al día, lo cual no sirvió en nada para calmar la molestia que se producía cada vez que ambos seres interactuaban.

—¿Este es el momento en que me pides amablemente que me mate para simplificar las cosas?

—No perdería mi tiempo en un objetivo vano. Entiendo las limitaciones.

Si era un juego, no tenía ganas de seguirle la corriente. Las horas se cernían sobre ellos como monstruos de pesadillas con las fauces abiertas, hambrientos y listos para devorar hasta la última esperanza. Poner en orden el plan, eso era lo prioritario. Por más vueltas que le daba, no lograba dar con las respuestas y eso comenzaba a frustrarlo, sobre todo al saber que estaban a menos de veinticuatro horas de que tuviese que partir.

—Te pareces a él —dijo Uro de pronto, ganándose su atención y una mirada interrogante. Sus palabras provocando incomodidad al explicarse—. A Sukuna. Satoru me mostró sus memorias. Me resulta hasta irónico que el encargado de detenerlo sea, de hecho, una especie de copia diluida en el tiempo.

—¿A qué te refieres?

—Eres orgulloso, y obstinado. Una combinación peligrosa si no se controla como se debe. También estas dispuesto a todo, a lo que sea con tal de lograr tu objetivo ¿Me equivoco?

—Ese es mi trabajo —respondió con simplicidad—. Darlo todo por la causa.

—Ah... la causa —rio Uro—. Siempre hay una causa, cazador. Opuesta o no a tus ideales eso ya es otra cosa. La pregunta que lleva rondándome la cabeza desde que llegaste es ¿Qué tan dispuesto a todo estás en verdad? ¿Al sacrificio absoluto? ¿A morir?

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