Capítulo 39: Lo siento.

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Capítulo 39: Lo siento.

Salió del despacho antes de que nadie más pudiese decir nada. Si se paraba a pensar lo que pasaría ahora temía de dudar y no podía permitirse hacerlo. De nuevo, dudar no era una opción.

El ruido de la batalla le despejó la mente de golpe. Los gritos y la sangre un paisaje tan conocido como nuevo. Había participado en grandes luchas antes, pero nunca así. La cantidad de cadáveres superaba con creces su experiencia previa y no le gustó nada el hecho de reconocer que muchos eran de su propio bando.

Para su suerte, la muerte del demonio había detenido la subyugación haciendo que una parte de su ejército se encontrase de pronto perdido, sin saber muy bien porque llevaba un arma en las manos. Sin embargo, quedaban los resucitados, la mayor parte de las fuerzas enemigas. Aun después de muerto Mahito seguiría jediéndolos hasta el final.

—Satoru...

—Si —respondió el demonio con seriedad poniéndose a su lado y observando el panorama a sus pies. Volvían a estar en uno de los pasillos superiores, la sala del Consejo frente a ellos, con el círculo ya resplandeciente por influencia de la luna sobre él, señal de que tenían que darse prisa. Reconoció a Uro, rodeada por Miguel y otros demonios que la protegían en lo que modificaba las runas necesarias en las escrituras. Toji y Utahime llegaban en ese momento para reforzar también la guardia de Higuruma, quien fungía como ayudante de la demonio en el proceso— ¿Estás seguro de que puedes hacerlo?

—Es ahora o nunca.

Satoru asintió. Aunque solo había visto tal hechizo una vez, estaba seguro de poder replicarlo. Sabía lo mucho que le molestaba al albino tener que llegar a utilizarlo de nuevo, pero no tenían opción. Además, de todos modos, esos humanos estaban muertos, al menos con eso podría consolarse.

Se acercaron al borde del pasillo y extendieron las manos. Runas como manchas de sangre aparecieron en sus palmas, removiéndose igual que heridas frescas. La sensación era incómoda y desconocida. Jamás había usado magia negra y ahora entendía porque Satoru se negaba a hacerlo. Tiraba de su interior de una manera incómoda y descontrolada, como un bicho asqueroso lamiéndole las entrañas.

Se concentró, ignorando el sabor horrible de su propia aura al tornarse oscura, haciendo un rastreo de energía por el espacio a sus pies y alrededores ¿Serían suficiente ellos dos para lograrlo? Tendrían que serlo. Reconoció la runa grabada en la frente de esos seres repugnantes y agrupó la magia en torno a esos puntos. Ya estaban muertos, por lo que no tenían almas que extraerles, sin embargo, había otra opción, destruir el tatuaje para así detener sus movimientos. Algo mucho más rápido que ir arrancando cabezas por allí. Vació la mente y lo hizo, así, como si nada, cientos de runas destruidas en segundos, los cuerpos cayendo y el sonido de metal entrechocando al caer al suelo la única cosa rompiendo el silencio que se formó en todo el lugar. Una masa opresiva comprimiéndole el pecho al darse cuenta de que no quedaban tantos aliados de pie como le gustaría. No lo lamentaba por los criminales de Hakari, pero si por sus propios compañeros cazadores, que una vez más caían víctimas de una causa ridículamente injusta. Bien, al menos tenía el consuelo de que podía hacer algo por ellos, por estúpido que eso sonase en realidad.

Corrió pasillo abajo, al encuentro de Uro y compañía. El escrutinio de docenas de pares de ojos siguiendo sus movimientos.

Uro no dijo nada al verlo, su mirada ya de por si seria, contenía algo indescifrable que en otras circunstancias quizás le habría molestado. Ahora, a las puertas de la muerte se daba cuenta de que le daba igual. Lo que sea que ella pensase de él, lo bien o mal que le cayera o sus deseos por verlo muerto carecían de sentido a ese punto. No quedaba mucho para completar esto último de todos modos.

Todavía le sorprendía que estuviese pasando. En el fondo, una parte suya había rogado por algo que cambiase las cosas lo suficiente. Podía no hacerlo, es verdad, la cuestión estaba en que desperdiciar tal oportunidad sería una locura. Sobre todo, porque nada aseguraba que no apareciese otro Mahito en el futuro. O quien sea, dispuesto a seguir sus ideales.

—Está listo —informó Uro después de unos minutos que se le antojaron eternos. Un pitido ensordecedor comenzó a atravesarle los oídos.

Volteó en busca de Satoru que ya estaba, como no, a su lado. Di algo, pensó, pero ¿Qué? ¿Adiós? ¿Gracias? ¿Qué dice uno cuando está a punto de morir? ¿Qué decirle a él después de todo lo que habían pasado juntos? ¿Perdóname por dejarte solo otra vez?

Una vez más, fue el demonio quien tomó la iniciativa, decidiendo en su lugar al atraerlo para darle un beso que sabía a todo aquello que querían decirse y ya no podrían. Bien, muy bien, no eran necesarias las palabras. No a estas alturas.

Un brillo azulado se alzó desde el los bordes del círculo mágico, dando aviso de que ya era hora. Se separaron, pero no se movió del lugar. Quería alargar ese segundo, un último segundo todo lo que pudiera. Un último vistazo a ese azul inmenso, un último respiro antes de todo lo demás. Abrió la boca, ya sabía lo que tenía que decir, no obstante, de nuevo, Satoru se adelantó, aunque no con las palabras que esperaba.

—Lo siento —le dijo, tomándole el rostro para besarlo rápidamente otra vez, antes de empujarlo hacia atrás, siendo atrapado por un par de brazos que lo fijaron en el sitio el tiempo suficiente para que Satoru pudiese retroceder hacia dentro de la barrera del círculo, el azul brillante de la misma fundiéndose con el de sus ojos, arrancando destellos al blanco de su cabello.

Entonces entendió todo, la mirada de Uro, el silencio cómplice de Maki que desviaba la vista hacia otro lado, la prensa que eran los brazos de Toji en sus antebrazos, totalmente inmune a su aura, que expandía en un intento por librarse de él; esfuerzo inútil dado que la alteración no le permitía concentrarse. Mierda, no, no se suponía que era así como acabase. No podía, por favor, no.

Finalmente logró soltarse, aunque era demasiado tarde como para hacer algo. Una vez estando dentro ya nada ni nadie podía impedir que el ritual terminase.

Cayó al suelo, la respiración agitada y el pitido aumentando hasta tal punto que podría reventarle cabeza. Todo su campo de visión centrándose en el albino de pie en el interior del círculo. Tal vez estuviesen a un par de metros de distancia, pero se sentía como un abismo infranqueable, una enorme grieta abriéndose en su pecho, sangrando a más no poder.

Satoru sonrió, una mueca cargada de tristeza y promesas rotas mientras elevaba la mano izquierda, apoyándola contra la barrera azul. La línea negra en el dedo resaltando como un faro, mientras movía los labios para decir unas palabras en silencio, que para Suguru fue como si se las gritasen al oído.

Dos simples palabras, antes de verse envuelto en una llamarada de fuego azul que rodeó su cuerpo como un halo de luz, encerrándolo de pies a cabeza.


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