Capítulo 4: Bajo sospecha.

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Capítulo 4: Bajo sospecha.

Veinte cuerpos. Veinte muertos esparcidos por el espacio, grotescas figuras formadas por sus miembros distorsionados, muecas congeladas en el sufrimiento de la muerte.

Suguru no daba crédito a sus ojos. Caminaba con lentitud por el área inspeccionando el lugar con la vaga esperanza de encontrar algún sobreviviente, el mango de su espada siendo estrujado entre los dedos. Nada había por hacer, ahí solo quedaban compañeros reducidos a meros trozos de carne y aire. Sangre manchando el suelo y las paredes, miembros arrancados, cortes profundos en cada parte visible de los cuerpos. Era una masacre, la obra de un auténtico demente.

Reconoció los rostros de algunos de los muertos, cazadores jóvenes recién incorporados a sus filas. Niños que decidieron entrar en la boca del lobo y fueron escupidos en pedazos. Hacia años desde la ultima vez que algo le había causado tal dolor.

- ¿Qué carajos pasó aquí? - preguntó al individuo más cercano. La voz ligeramente quebrada.

- Aun no lo sabemos, señor - respondió el interpelado con respeto a su rango - los sistemas de seguridad sufrieron un desperfecto intencionado. Estamos haciendo las averiguaciones pertinentes -

Suguru asintió y dando media vuelta salió de aquel escenario siniestro. Cualquiera que le prestara atención podría decir que parecía que estaba huyendo.

Miles de pensamientos se agolpaban en su mente a toda velocidad. Alguien, o algo, había irrumpido en la Central y asesinando a veinte aprendices en un área de entrenamiento debajo de sus narices ¿Cómo era esto posible? La Central es el corazón de la organización que agrupaba a los cazadores. No solo estaba protegida por los más fuertes encantamientos, sino que los mejores hombres custodiaban sus puertas. Algo así era inconcebible. La única opción posible era que hubiese un traidor entre sus filas. Quien quiera que fuese lo encontraría, a como diera lugar. El culpable desearía no haber nacido.

Cuando arribó a la sala de reuniones tenia la respiración agitada y los puños cerrados con tal fuerza que la piel de los nudillos se tentaba casi al límite.

- Deberías calmarte un poco Geto - una voz femenina cortó el hilo de sus pensamientos llamándolo por su apellido como acostumbraban a hacer - si el Director Yaga te ve en ese estado te echará de aquí de una patada. Quizás hasta te suspenda de nuevo solo por diversión -

- Gracias por tus sabias palabras Mei - replicó Suguru con algo de sarcasmo. De todas formas, ella tenía razón. No sería la primera vez que su carácter le jugaba una mala pasada.

- Cuando quieras, Geto querido - la respuesta acompañada de una sonrisa calmada pero tensa. Había reconocido a dos de los aprendices de Mei entre los muertos, si alguien estaba furiosa en esa habitación, seguramente sería ella. A pesar de eso su carácter le impedía demostrarlo, la ira solo lleva a los errores, solía decir, con calma es como se resuelven los problemas. Soltando un suspiro que dejaba entrever cansancio, la cazadora se dejó caer en una silla. Su cabello color plata deslizándose en una cortina cuando inclinó la cabeza hacia atrás en el respaldo, cerrando los ojos. Sin duda intentando reunir una calma que no sentía. Si no la conociera bien, Suguru diría que vio rastros de lágrimas secas surcando sus mejillas.

Decidió que lo mejor sería imitar su ejemplo y se apropió de uno de los sillones de la habitación. Otros cazadores de élite se abrían paso en silencio tomando un lugar también.

Silencio que se vio interrumpido cuando una voz chillona que no contaba con demasiada simpatía entre los presentes se alzó por sobre el ruido de pasos.

- De todas formas Mei, no deberías burlarte tanto de nuestro querido Geto ¿No fuiste tú también al igual que él relegada a cumplir una "misión de gran importancia" entre las ruinas de un aburrido templo? - una risa casi infantil le siguió a las palabras dichas en tono a todas luces burlesco.

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