Yeha no había pegado ojo en toda la noche. Se sentía como si estuviera en el Ártico, un lugar que nunca había pisado antes. Hacía frío, como estar de pie en medio de un glaciar en nada más que un par de calzoncillos. Bajo sus pies, el hielo, más fino que la piel, parecía que iba a resquebrajarse en cualquier momento, y debajo de él, un animal sin nombre con las fauces abiertas enseñaba sus afilados dientes.
Los globos oculares amenazaban con salírsele de la cabeza y los apretó con fuerza. Al oscurecer, el frío disminuyó, pero la tensión y la ansiedad inexplicables permanecieron.
Le dolían los pulgares por haberlos astillado con los dientes delanteros durante toda la noche. Estaba tumbado en la cama, cansado y aturdido, cuando Moon le trajo el desayuno.
"¿Puedo no comerlo? No me siento bien..."
Preguntó Yeha, frotándose los ojos doloridos. Era más una petición que una pregunta. Realmente no quería comer nada. Incluso si lo hacía, sentía que iba a terminar vomitando.
"Debes comer".
Pero Moon fue firme. No había simpatía ni preocupación en sus ojos mientras dejaba los platos con un gesto familiar. Si Yeha insistía en no comer, podría apretar la mandíbula y meterle la comida por la garganta. No, probablemente lo haría.
Yeha se tambaleó y se sentó en la cama. Como de costumbre, le ofrecieron un suntuoso festín. Ensalada de tomate, costillas de ternera, berenjena frita, sopa de judías señoritas. La comida era ligera y sabrosa. Normalmente, habría jugueteado diligentemente con sus cubiertos mientras saboreaba cada bocado, pero hoy no.
Yeha parecía utilizar todo su cuerpo para expresar la palabra 'mordisquear'. Hacía fuerza con la mandíbula para triturar la comida, pero ésta no bajaba por su garganta. Se atascaba en su úvula y le provocaba náuseas.
Aun así, Yeha vació su plato porque la mirada de Moon, que estaba a su lado, le resultaba insoportablemente incómoda y punzante. Moon permaneció en silencio y limpió su plato. Luego, justo antes de irse, le tendió una píldora.
"¿Qué es?"
Los ojos de Yeha saltaron. Estaba cansado de las píldoras. Desde ser capturado aquí, a las píldoras para acelerar su expresión, a las píldoras para hacerlo más receptivo a las feromonas alfa, a las drogas que Hangun le dio, a los inductores para el celo que el Doctor le dio. Ha tomado suficientes drogas para toda la vida. ¿Qué más le está dando?
"Un digestivo".
"..."
Yeha enarcó las cejas ante la respuesta del Moon. ¿Siempre llevaba digestivos encima? O sabía que no sería capaz de comer hoy y lo trajo. De cualquier manera, era una situación extraña.
Si era lo primero, significaba que había dejado su plato vacío aún sabiendo que la comida era un desastre por la que necesitaría digestivos, y si era lo segundo, significaba que... Yeha no sabía lo que estaba pasando en el cuerpo de Yeha, y ella sí.
"Estoy embarazado, ¿puedo tomar esto?"
Yeha eligió lo último como posibilidad. No había lógica en ello, sólo una posibilidad basada en sus sentidos. Siempre era así: él no sabía nada, y Moon, el Doctor, Hangun, o alguien más siempre lo sabía todo. Tal vez esta vez no sería diferente.
"Sí. Está bien".
Moon asintió levemente. No dijo nada más. Cuando Yeha no respondió, dejó la píldora en un plato pequeño, llenó su vaso de agua, y salió de la habitación.
Dejándolo solo, Yeha se quedó mirando la píldora hasta la hora de comer, cuando reapareció. No sabe qué tenía de espantosa y aterradora la píldora, que era tan pequeña como la uña de un dedo meñique e inmaculadamente blanca.
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Cuando Dios nos creó, no se equivocó
Ficción General𝓢𝓲 𝓷𝓪𝓭𝓲𝓮 𝓵𝓸 𝓼𝓪𝓫𝓮, 𝓷𝓪𝓭𝓲𝓮 𝓵𝓸 𝓪𝓻𝓻𝓾𝓲𝓷𝓪