Second chance | Guapoduo

Prólogo

Los invitados llegan a la fiesta y empiezan pasársela en grande. Beben, comen, ríen, etcétera. Bailan al son de la música mientras esperan que la ceremonia principal comience. Pocas personas allí fueron porque realmente les importara la pareja de la noche, la mayoría fue por compromiso, por esperanza de hacer algún negocio exitoso, o simplemente para comer. Las personas que realmente eran alegadas y queridas para los novios sabían de la falsedad de ese compromiso, y eran las de los pocos que no bailaban, ni reían, ni bebían.

Excepto los padres, por supuesto. Ellos sabían lo falso que era todo aquello (eran los que estaban obligando a sus hijos a casarse), pero ellos si bailaban, si reían, y si disfrutaban, porque sus planes habían funcionado de forma perfecta.

Un matrimonio entre un Lange y un De Luque, por más falso que fuera, era extremadamente ventajoso en todos los aspectos. Se les venía la gloria encima a las familias, entonces, por supuesto, festejaban.

Pero si se preguntan por los novios, ellos no festejaban nada en absoluto.

Cuando Cellbit Lange vio caminar a Roier De Luque hacia el altar, en la ceremonia principal, con la típica balada de boda de fondo, admitió en su mente que era un muchacho muy bonito, eso seguro.

Cuando Roier vio a Cellbit vestido de traje negro y con su cabello rubio levemente largo recogido en una coleta bastante prolija, también admitió en sus pensamientos que su prometido era bastante atractivo.

Se habían visto solo un par de veces antes de la boda, no se conocían en absoluto, pero ambos tuvieron esperanzas de que funcionaria, que tal vez, de alguna forma, llegarían a amarse.

Y lo harían, pero algo malo tendría que pasar antes.

Sin embargo, cuando el sacerdote dijo su típico discurso y permitió a Cellbit besar al castaño, ambos, al verse a los ojos, tuvieron un mal presentimiento. ¿Para qué mentirse? Eso no funcionaría jamás, pero no tenían opciones tampoco, ninguno de ellos dos.

Y cuando sus labios se encontraron, en un beso vacío y sin nada de amor, mientras una multitud de desconocidos estallaba en aplausos, lo supieron.

Acababan de encerrarse en su propio calabozo.

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