2. El encuentro

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Martin se está volviendo loco en su casa, no para de ir de un lado para otro. Ha tenido que hacer algo horrible y sabe que Juanjo se va a sentir fatal cuando se entere. Lo necesitaba a su lado y su novio ha ignorado sus llamadas. Tampoco ha respondido a sus mensajes suplicándole que le respondiera.

Por fin, el ruido de la llave en la cerradura. Martin corre hasta la puerta con el corazón encogido y un gesto de dolor reflejado en su cara que Juanjo identifica al instante como ansiedad. Sabe que le espera una bronca, como cada vez que queda a solas con sus amigos. Está cansado, el control al que su pareja le somete, empieza a pasarle factura. Solo le pide dos horas a la semana para ir a jugar con sus amigos y a la vuelta, la misma cara de cabreo de siempre.

—Joder, amor, ya era hora. ¿Por qué no me cogías el teléfono? —le grita Martin con el corazón a mil.

Juanjo se gira para cerrar, apoya la cabeza durante unos segundos contra la puerta y respira. No quiere enfadarse. Tiene hablar con su novio desde la tranquilidad. Explicarle que no puede más. Se siente ahogado con la relación. Le adora, pero cuando se pone así no puede soportarlo.

—Estaba con los del Catán, ya lo sabes. No podemos parar el juego porque tú me eches de menos. Tío, ya lo hemos hablado cientos de veces. Necesito tener tiempo para mí. —La cara de Martin al borde del llanto, le cabrea. «¡Ya vale! Solo han sido dos putas horas», quiere gritarle—. Si salgo, salgo. Si voy a jugar, voy a jugar. No quiero tener que estar pendiente del teléfono. Puedes esperar dos horas. Tienes un problema de verdad. Estás enganchadísimo.

Martin suspira y una lágrima recorre su mejilla.

—¿Qué te pasa ahora? Deja de mirarme como si hubiera matado a alguien. —Martin agacha la cabeza y se seca las lágrimas—. No te hagas el dolido. Ya lo sabes, lo hemos hablado cientos de veces. Eres demasiado dependiente. Necesitas hacer planes sin mí. —Su novio aguanta el sermón en silencio sin atreverse a intervenir—. ¿Qué?

—No sé como decirte esto. La verdad es que no lo sé.

Juanjo se teme lo peor. Esa mirada la ha visto antes.

—Me estás asustando.

Acorta la distancia que los separa y pone las manos sobre las caderas de su chico. En el fondo, sabe qué lo pasa mal cuando no le responde al teléfono. Siempre se pone en lo peor y piensa que le ha pasado algo.

—¿Qué te pasa?

—Cacahuete.

«¡Mi gato!», piensa.

—¿Qué?

—Lo he tenido que dormir —le dice con la voz entrecortada.

Juanjo le suelta y retrocede un paso.

—¿Cómo..., dormir? Pero, ¿qué has hecho?

La Nave del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora