12. Slomo

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—Martin —le llama Cris—, me alegro de que estés todavía por aquí. Así me ahorro tener que llamarte. Mañana bailarás junto a Ruslana. Sustituyes a Álvaro, que se ha hecho daño en un tobillo.

A cámara lenta, Martin ve sus últimos años, pasar por su mente. Siempre ha deseado hacer algo más que bailar en sus actuaciones, pero hasta ahora no se lo han permitido. Admira mucho a Ruslana, sin embargo, siente celos al saber que el mundo la mirará solo a ella.

A pesar de las horas a las que se acostó anoche, a las ocho de la mañana Martin está en pie. No ha quedado hasta las once, pero necesita repasar la coreografía antes de ir al ensayo. No tendrá más oportunidades de demostrar su valía. Así que tiene que dejarse la piel en el escenario si hace falta. Durante dos horas la repite sin parar hasta caer rendido. Acaba tumbado en el suelo, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Roto por dentro, pero con esperanza por primera vez desde su ruptura.

Solo dispone de tiempo para una ducha rápida y hacerse una tostada con tomate para el camino. Cris le espera junto a Ruslana, una chica joven, quizá demasiado joven y frágil para ese mundo, aunque con un talento innato que pone nervioso a Martin. Por suerte, Cris confía tanto en ella, que les permite quedarse solos. Ruslana le ayuda a limpiar cada paso, demostrándole su apoyo en el proceso. Confía tanto en él que hasta él mismo llega a creérselo.

Su número es a las dos de la mañana, hora de máxima audiencia. Ruslana le lleva al camerino una percha con el vestuario. En cuanto lo ve, sabe quién lo ha elegido: Álvaro. Su ex siempre ha tenido un gusto peculiar a la hora de vestir.

—¿No me digas que tengo que ponerme eso? —le pregunta Martin.

—¿No te gusta? Yo creo que te va a quedar muy bien. —Ruslana le coloca la percha delante de la cara y le observa con cara de pilla—. No te preocupes, vamos a ir todos iguales.

Martin no está muy de acuerdo, pero no está en disposición de quejarse.

—¿Sabes maquillarte? —pregunta Ruslana.

—¿En serio?

—Son órdenes de Cris. Puedo echarte una mano si lo necesitas —se ofrece.

Martin cierra los ojos mientras intenta recordarse porque no tomo la decisión de volver a casa de sus padres. Quizá porque algo en su corazón le dice que todavía hay esperanza de volver con su ex.

La hora de su número llega y Martin está tan tenso que necesita pasarse más de cinco minutos haciendo ejercicios de estiramientos antes de salir. Su reflejo en el pasillo, le avergüenza: se siente disfrazado, sin embargo, escuchar los vítores de los asistentes al verlos aparecer, le anima. Tan solo necesita cuatro compases de la canción, para meterse en el papel. Siente que el tiempo que ha pasado sin subirse a los escenarios, se ha reducido milagrosamente y no puede creerse que en algún momento pensase que era buena idea dejarlo. La música le embriaga y borracho de emociones se deja llevar. Se permite el lujo de disfrutar y cuanto más disfruta él, más gritos de ánimo recibe del público. Ese subidón de adrenalina, únicamente lo ha sentido ahí, encima de un escenario. Entregándose en cuerpo y alma.

Entre ese público destaca una pareja de amigos que ha salido de marcha después del trabajo: son Omar y Alex.

—Oye, ¿ese no es Martin? —le comenta Omar a su amigo.

—¿Tú sabes como es?

—Juanjo, me enseñó una foto hace un año.

—Pero, ¿no se había vuelto a su pueblo?

—Eso me dijo Bea.

—Tío, hazle un vídeo y mándaselo a Bea.

Omar saca el móvil y graba el último minuto de la actuación y cómo le ha pedido Alex se lo manda a su amiga con un mensaje: ¿Este no es Martin?


¿Si fuerais amigos de Juanjo, le avisaríais de que su ex no se ha ido? 

¿Decirme que soy la única que fantasea con una versión de Martin (el de carne y hueso) cantando Slomo en el escenario? Con permiso de Ruslana que es maravillosa.

La Nave del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora