Cuarta semana

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Me hundí más en mi cama, como si fuera posible

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Me hundí más en mi cama, como si fuera posible.

Tenía la sensación de que si me hundía un poco más, me volvería parte del colchón.

No se sentía cómodo. Es decir, era cómoda la posición en la que me encontraba con la sábana hasta el cuello y la calidez que me envolvía.

El problema se encontraba dentro.

En el interior no se sentía cómodo en absoluto. Inspiré hondo, con una extraña composición de emociones en mi interior. Esas emociones no eran descriptibles, y era confuso.

Era confuso no poder describir en absoluto que sientes, y que esas emociones te dominen hasta el punto de volverse una carga tan pesada que te impida levantarte de la cama. Cada músculo de mi cuerpo se encontraba entumecido. Y mi corazón seguía con ese latido irregular, lento, perezoso, casi como si rogará darse por vencido.

Él no era el único.

Lo que sea se supone debía encontrarse adentro no estaba. No había nada. Nada. Desprendía una frialdad y apatía que se extendía por cada célula y que no era capaz de arrancarme de encima.

La calidez de mi cama no contrastaba en absoluto con lo que se desprendía de mi pecho. ¿O se trataba de mi cabeza? No lo entendía del todo. Era probable que los dos estuvieran de acuerdo. Era la primera vez que decidían algo de mutuo acuerdo. Y yo ya no quería huir ni resistir a esa decisión.

Todo era diferente. No me refiero a como todo había dado vuelta en unos meses y terminé en un lugar distinto—casi opuesto—al que comencé. Se trataba de mi vida. De lo que se encontraba en mi interior y que ya no era capaz de nombrar.

Lo que sea que era, lo sentía muerto.

Desde hace tanto tiempo, que no sabía cómo lidiar con ello.

Mis ojos se cerraron con estos pensamientos repitiéndose en mi mente.

Dormir, dormir, dormir.

Podía escapar de todo, de los cambios, de la realidad, de mi cabeza con esos pensamientos insidiosos que me reprochaban, culpaban y me obligaban a permanecer en vela.
 
Podía escapar de mí.

Así que permití que el sueño volviera a caer sobre mí, como en una infinidad de veces anteriores.

Y esta vez fue la única distinta.

Mis ojos se cerraron con pesadez, mi respiración se tranquilizó y todo se volvió oscuro.

Y en esa oscuridad densa e impenetrable. Algo cambió. La oscuridad se volvió luz y las imágenes que se reprodujeron lograron sacar de las profundidades todo lo que yo misma me había encargado de enterrar.

Todo se encontraba en la superficie, flotando, a la vista, y despedazando la poca tranquilidad que me producía apagar mi cerebro. Todo salió, en una ola gigante que me arrastró hasta la orilla de la realidad. Las rocas y los fragmentos microscópicos de coral rasgaron mi piel y se instalaron ahí, multiplicando el dolor.

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