Séptima semana.

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La muerte te acunaba sin previo aviso, era caprichosa y descendía sobre aquellos que apuntaba y los sentenciaba a un descanso profundo, volviendo su alma un suspiro que regresaba de donde provino

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La muerte te acunaba sin previo aviso, era caprichosa y descendía sobre aquellos que apuntaba y los sentenciaba a un descanso profundo, volviendo su alma un suspiro que regresaba de donde provino.

O quizá, lo que causaba era dormir el alma. Transformarla en olvido.

En otras ocasiones, la muerte se camuflaba, en señales poco sutiles, le gustaba hacer entradas dramáticas, dolorosas, de esas que te dejan sin aliento y te producen ese sensación de desasosiego y ansiedad en el pecho. Otras, le encantaba jugar con la esperanza, te hacía creer que existían posibilidades de esquivarla y luego, te aplastaba hasta dejarte sin aire en los pulmones.

Lo curioso de la muerte, es que no solo se lleva a la persona que elige. Arrebata con ella, una parte de las personas que la rodean.

Se lleva un alma, y trozos de otras.

Todavía no he descifrado si lo hace por inconformismo, o es una consecuencia de la acción en sí.

Movía mis piernas de lado a lado, en la misma clínica dónde internaron al papá de Dylan, esa misma ansiedad se vierte en mi interior como si me hubiesen sumergido de golpe en una piscina de agua helada.

Ese escalofrío que te recorre hasta los huesos y te paraliza por completo, adormece tus terminaciones nerviosas y te mantiene petrificado, con la sensación penetrando debajo de las capas de piel.

Sentía los ojos acuosos, el corazón golpeándome el pecho de forma irregular, y las lágrimas llenando mis párpados.

Parpadeé varias veces.

Es irónico que Dylan estuviese en esta misma posición una semana atrás.

Vanessa estaba al frente, desesperada, frotándose las manos para ahuyentar el frío propio de las clínicas.

El olor a cloro y desinfectante empieza a causarme náuseas. Y una serie de pensamientos se desatan.

No.

Pensamientos no, recuerdos.

Porqué eso es lo que toda clínica almacena, recuerdos que cada vez que piso una, se alzan como polvo y esas partículas se infiltran en mis pulmones hasta asfixiarme.

Recuerdo a mamá. Enclaustrada en una cama. Con el suero y las agujas clavadas en sus venas, las marcas en sus brazos y los moretones por los pinchazos.

Recuerdo la situación repetirse con Wren, desempolvando cada recuerdo y volviendo a revivirlo con cada visita.

Luego el papá de Dylan.

Y ahora, todo se volvió a repetir con mí papá.

No le volveré a permitir comer grasa en su vida.

Los dedos de Dylan rozaron mi cabello.

—Drebear.

Tragué saliva, me relamí los labios, buscando mi propia voz.

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