Primera semana

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14/09/2025

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14/09/2025

Mis ojos se perdieron en el techo. De nuevo. Un entumecimiento se deslizó por mis extremidades, serpientes enroscándose impidiendo que me mueva. Me hundí más en la cama. Un bostezo se escapó de mis labios.

No sé si luchar. No le veo caso. Me sentía cómoda atada a la cama. Así que permití que el sueño me dominará una vez más. Es intermitente. Y casi agradezco poder dormir ahora.
A veces las noches de insomnio son eternas. Pensamiento tras pensamiento consumiendo todo a su paso.

Otras veces solo siento el corazón tan resquebrajado que no siento nada.

Nada más que un agujero en el pecho donde se supone debería estar algo latiendo.

Si lo digo en voz alta, nadie lo entendería.
Gritarían que he perdido el juicio ¿no? Estoy viva, exclamarán como un hecho, y si estoy viva es porque existe un corazón palpitando debajo de mis costillas.

Se supone que así funciona. Para mí no.

No puedes diferenciar a alguien vivo, de alguien que existe.

No es lo mismo. Y a veces yo misma no lo sé. No sé en qué lado estoy. Quizá me balanceo entre los dos, algo parecido a un acróbata caminando en una cuerda floja meciéndose con elegancia y suavidad a cada lado.
 El problema es que yo no soy una acróbata y siento que estoy a punto de caer al vacío.

Las alturas me provocan vértigo.

Tragué saliva y me hundí aún más en la cama. Es Sábado. Todo el día puedo descansar. De hecho, no he salido de la habitación.
Se empieza a sentir acogedor, o más bien, un refugio.

Dylan no volvió a dirigirme la palabra otra vez. Al menos, no hasta ahora.

Ambos poseemos palabras aglomeradas en la punta de nuestra lengua que ninguno de los dos se atreve a decir.

No sé si es un castigo o una forma de huelga ante la presencia del otro, o para nosotros mismos.

Es curioso su comportamiento. Me causa algo de intriga. Las personas siempre lo han hecho. Eso no me gusta. Quiero saber que los convirtió en lo que son. Quiero saber el porque. Quiero saber como necesitan ser cuidados.

Una risa desprovista de gracia se escapó de mis labios.

Todo para que al final esas mismas razones causen daño a quiénes conociéndolas decidieron quedarse.
Razones forjadas por cicatrices.

He visto lo que las cicatrices pueden causar.

Los que las llevan como una condena parecen usarlas como excusa para infringir las mismas heridas en otros.  Los que la exponen para que comprendas lo que han sobrevivido.

Los que no las muestran y viven detrás del telón, siendo bondadosos con quienes se cruzan en su camino evitando a toda costa ser el causante de la herida de alguien más.

Los que cada vez que la herida cicatriza, la vuelven a abrir, mostrando la sangre y su dolor a los demás, volviéndose más pequeños con cada daño, o mejor dicho, usando el supuesto daño a su favor para seguir jugando el mismo papel.

Existen otros, los que nunca sabremos que se supone se volverían, porque acabaron con el dolor antes de que se prolongará y les dictará que serían. O antes que ellos mismos pudieran decidirlo.

Es descorazonador.

No se puede obligar a alguien que no quiere luchar a luchar.

He visto sucesos fatales. Mentirosos compulsivos que jamás mencionan como se sienten en el fondo, y observadores aficionados que notan de inmediato que está mal.

Y no hacen nada para ayudar.

Es cruel.

No creo que existan palabras suficientes para describir lo insensible que puede ser conocer lo que alguien está pasando y no hacer nada para conseguir ayuda.
 
La desesperación escaló por mi garganta.

 ¿Cómo te vas a dormir con tranquilidad en la noche conociendo que pudiste actuar y no lo hiciste?

Quizá no veas el daño causado. Y quizá tampoco sepas lo que esa persona es capaz de intentar para librarse del dolor.

La ira trepó por mi estómago.
Resoplé para sacudir la sensación antes de que no me permitiera dormir.

Tomé al Señor Algodón,  lo abracé y me cubrí con mi manta.
Todo se oscurece. Todo se detiene.

Todo se vuelve nada en el espacio que separa el sueño y la realidad.

¿Qué es nada más que la ausencia de todo?

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