Sexta semana.

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Me miré al espejo, contemplando el vestido negro en contraste con el tenue resplandor de los aretes y anillos dorados en el reflejo

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Me miré al espejo, contemplando el vestido negro en contraste con el tenue resplandor de los aretes y anillos dorados en el reflejo.

Detesto los vestidos cortos. Para evitarme disgustos ajuste el pantalón corto debajo Y comprobé una vez más en el espejo el largo de la falda, más abajo de la mitad de mi muslo.

Examiné la imagen que refleja el espejo por una fracción de segundo antes de dirigirme a los cajones, el escritorio tembló ante la brusquedad de mis movimientos y mi ausencia de cuidado.

¿Dónde están la multitud de paletas de maquillaje?

Gruñí por lo bajo. No es necesario. Y apenas tengo ganas de ir. Habría salido con una sudadera si Dylan me lo hubiese permitido.

Algo desconocido tira adentro de mí. Un atisbo de esa ansia pasada que me impulsaba a siempre tomar una brocha.

Revuelco uno de los cajones superiores, buscando el iluminador, brillo labial, delineador y rubor. Es lo único que usaré y es probable que termine usando el primero y deje lo demás tirado con la excusa de que "No tengo tiempo". Una mentira que profiero para engañarme, y fingir que no se trata sobre mi acentuada falta de interés en todo.

Incluso en mí.

Una chispa que se apagó en algún punto sin yo notarlo. Como la llama de una vela que se desvanece luego de presionar tus dedos húmedos sobre ella.

Un libro cae encima de mí cabeza, gruñí de dolor. ¿Debería tomarlo como una señal divina y anunciarle a Dylan que no iré?

Dejé el cajón abierto, y mis ojos se centraron en el libro. Un álbum de fotografía. Se ha abierto al caer, y me permite ver una foto que imprimí hace tanto tiempo que no recuerdo la fecha exacta en que la tomé. Al lado de la foto hay una nota breve. Deslicé la fotografía del plástico y la admiré en silencio.

Recuerdo ese día. Sentada en mi habitación, escuché unas risas y la curiosidad que surgió en mi interior me empujó hasta la ventana.

Era un chico y una chica. No sé de que hablaban.

Lo único que resonaba en la calle desolada eran sus risas. De esas risas que provocan que tus ojos se vuelvan rendijas y tus mejillas se abulten.

Tomé mi cámara sin pensarlo, y esperé a captar el momento justo.

Los observé a través del lente de mi cámara. Y en ese instante, sus miradas conectaron. Se enredaron.

Las palabras no dichas danzaron en el aire entre ellos, insinuando susurros que yo no era capaz de entender y que ellos comprendían sin necesidad de pronunciarlo.

Me dejé envolver por ese gesto que derrochaba complicidad pura.

Click. Click. Click.

El momento quedó inmortalizado y ellos siguieron caminando. No podía dejarlos. Así que les grité.

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