Malas noticias.

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La noche se está cayendo
Y con ella cae el tiempo
El día no sirvió de nada
Tarde de nubes sin agua
Hoy el cielo es de cemento
Parece que Dios está muerto
Golpean la puerta de casa
Mensajeros de desgracia
¡Malas noticias!.

Los suaves.

He madrugado sobremanera aunque es domingo. Cuando voy a la cocina a desayunar, Gotzon ya está tomando café en su taza con el logo de la policía montada de Canadá, a pesar de que son las seis de la mañana y es noche cerrada aún. Hace bastante frío, unos seis grados en la calle, pero ha entrado una corriente del oeste en el golfo de Bizkaia que ha hecho que el agua esté casi a catorce, condiciones más que aceptables para el mes de enero. Ayer tras ver las predicciones y constatar que no habría marejada, avisé a Gotzon de que quería salir a nadar hoy pronto, y así haremos. Yo desayuno unos cereales, zumo y café, mientras Gotzon revisa sus perfiles en redes sociales y se toma el café. Antes de las seis y media estamos poniéndonos los neoprenos en la terraza. No me da ningún pudor desnudarme delante de Gotzon ni tampoco me da reparo verlo a él desnudo, es más, me gusta. Gotzon tiene un cuerpo magnífico y a sus treinta años, el principio de su plenitud le sienta de forma sexy. Alguna cana en el pelo, y cierta actitud madura le favorecen. Y si me sincero, “pillarle” de vez en cuando regalarse con miradas furtivas a mi desnudez, me hace sentirme más que bien. Los dos nos comportamos en esas situaciones de la forma más natural que hay, como algo completamente normal, que lo es, pero hoy decido que quiero bromear, y cuando él se sube el neopreno a la altura de la cadera, su pene queda fuera y rápidamente, en un solo gesto, contrayendo su vientre, este entra donde debe, yo sarcástica, para que él note la broma, le sugiero…

Yo-. No tienes por qué avergonzarte a estas alturas. Sabes que vi tus videos cuando estabas haciendo sexting con Paula, y ahí estabas menos relajado… ( rio perversa).

Gotzon-. No, si no me avergüenzo de que me veas ahora desnudo, pero sí de que me vieras de esa otra forma…

Yo-. Pero, comprendes qué deba ser así, ¿verdad?.

Gotzon-. Sí. Ya he hablado con Paula y lo comprende ella también. No volverá a pasar. Se me fue de las manos.

Yo-. Es completamente natural. Sois jóvenes y pasáis mucho tiempo juntos trabajando. Yo lo entendí, pero debemos estar muy alerta. Ya sabes… No obstante, admite mis disculpas…

Gotzon-. ¿ Disculpas? ¿ Por qué?.

Yo-. Por fastidiarte el caramelo. Paula tiene un cuerpazo, es simpática y a ella también la vi en un video…  Vamos, que tiene que ser una máquina . ( me rio, poniendo cara de angelito).

Gotzon-. ( haciendo pucheros) Sí que es un caramelo y sí, también es una máquina follando.. . Esto lo hago por ti, que si no….

Los dos nos reímos con ganas del episodio mientras bajamos a la playa corriendo tan rápido como nuestros pies descalzos nos lo permiten. Sé que su historia con Paula era importante en parte para los dos, pero tal y como yo creía, ninguno de ellos ha querido apostar por esa relación por encima de sus trabajos, así que la historia se quedará en un bonito rollo de trabajo para ellos. De todas formas, les controlaré de vez en cuando para asegurarme de que no se distraen de sus responsabilidades. Cuando corremos por la arena de playa ya, casi en el agua, Gotzon me advierte de que la mar está más movida de lo que anunciaban, mar de fondo, y me pide que no vaya muy rápido. En el agua, a pesar del casi metro noventa de Gotzon, yo soy más rápida que él. También en la bici de carretera, pero eso él no lo sabe, porque siempre que salimos, le dejo a él marcar los ritmos. Empezamos a adentrarnos en un cantábrico que nos recibe amable, casi tibio pero en cuanto sobrepasamos la línea en la que rompen las olas empieza un fuerte vaivén entre una ola y la siguiente. Puede que cada ola nos eleve más de dos o dos metros y medio por encima del nivel mínimo, en secuencias lentas, de más de veinte segundos de carencia. La cosa no mejora con la distancia a la costa y la mar que entra del noroeste empieza a rebelarse con todo su esplendor cuando nos impacta, libre de cualquier protección que pudiera ofrecer el continente. Ahora nuestro balanceo fácilmente llega a cuatro metros, en picos de olas chatas, que se parecen más a una rampa de una etapa de montaña del tour de Francia y descensos en los que los brazos apenas llegan a afrontar la velocidad que adquirimos, casi como tablas de surf, propulsados únicamente por la gravedad. Es agotador. Es adrenalina por las venas. Es peligroso. Es una maravilla.

La mujer que vendió el mundo. Tercera entrega de Virginia Zugasti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora