El sábado me despierto poco más tarde de las seis de la mañana, me visto con ropa de deporte de abrigo y salgo a la piscina. Camino hasta el acantilado y me quedo maravillada de la estampa. La mar está en calma, bastante lisa y las pequeñas olas que hay son ordenadas y limpias, rectas y paralelas a la costa. Hay una enorme luna de nieve que ilumina la masa de agua negra en forma de brillo alargado que impacta contra la costa destacando aquellas piedras que sobresalen o están claras por la erosión, por la arena o por su composición. A mi izquierda y detrás, el nuevo día quiere parir un sol de invierno, que no calentará a nadie, pero que dará luz a todos y su luz que se enfrenta con la de la luna. El blanco puro de la luna empieza a batallar con el azul marino y con algunos tímidos rosas y morados que se adelantan a los duros rojos, que vendrán en breve. Y vendrán. Dejo que la brisa me mezca despacio acariciando gélidamente mi cuerpo para no atravesarlo. Me reconcilio con el mundo, con la naturaleza, con el mar y con la humanidad. Pienso. Ordeno pensamientos y recupero otros que parecían olvidados. Le dedico el tiempo necesario a acordarme de mis padres. Cada día pienso en ellos. Los añoro. Mucho. Demasiado. Pero cada día menos. O no. Pero ellos me podrán esperar y cada día queda menos. También me acuerdo de Ana. Y de Jon. De Unai Aldaia. Pienso en todo lo que amo y Aitor viene a mi cabeza con Ion en sus adorados brazos. Pienso en Frank y en Erik y les deseo que se recuperen bien. Amanece, que no es poco…. Vuelvo a la casa.
Bajo al gimnasio y trato de hacer algo de ejercicio. Hay de todo. Una máquina de correr, una elíptica, una de remo, banco de abdominales, anillas, una máquina para hacer mil ejercicios distintos… pero es imposible hacer nada aquí. Soy incompatible con hacer deporte en un sitio cerrado. Incluso cuando competía era incapaz de hacer rodillo o correr en una cinta, a pesar de que hiciera el peor tiempo del mundo afuera. Yo tenía que salir. Nadar en el mar nevando es algo difícil de describir. Es extraño, y duro, pero ante todo es bello. Voy a la cocina a desayunar y me preparo dos tostadas con mantequilla y mermelada y zumo, con el café. Al abrir el armario para dejar la mermelada veo algo que también me trae recuerdos. La botella de salsa de módena con forma de bombilla. Uno de los días de sexo que más duros hemos sido, Aitor con una de esas… después entró Míriam en la habitación. Necesito recuperar eso y lo necesito ya. Necesito que mi marido vuelva a ser el que era. Termino mi desayuno tranquilamente y voy al dormitorio.
Me meto en la ducha un momento y seguido me aplico crema por todo el cuerpo. Recojo la ropa y preparo las cosas en el vestidor. Después voy a la cama y me meto debajo de las sábanas, con la cabeza a la altura del pubis de Aitor. Lamo su sexo despacio desde la base hasta su extremo. Acaricio con una mano sus testículos y vuelvo a lamerlo. Siento que él despierta y su erección también empieza a hacerlo. La introduzco entera en la boca y disfruto profundamente de ese despertar, de cómo crece, de cómo se endurece y a la vez aparecen venas por todo el contorno. Muevo mi cabeza arriba y abajo abarcándola completamente. Aitor se queja. Poco. Sigo.
Aitor-. Si deseas hacer el amor, así mal vamos. Sabes que no aguantaré Mucho y después tú, lo tendrás más difícil para satisfacerte.
Dejo un instante de engullir la completa erección de él. La miro de cerca. La acaricio con la punta de la lengua en la base del soldado púrpura y la sostengo firme con una mano.
Yo-. Aitor, amor. Eres una máquina sexual. Lo que pasa es que no te acuerdas. Hoy va a volver esa máquina a follarme hasta dejarme exhausta.
De un solo paso sujeto esa erección con las dos manos y la meto en mi boca hasta que toco mis manos con los labios y con las manos haciendo fuerza contra el principio de él, y empiezo a engullirlo animalmente, como tantas veces. El movimiento sincronizado de manos y cabeza, hacia delante y atrás. Sabiendo llegar cada vez, todas las veces, hasta el fondo. Apretando los labios y forzando la base de mi lengua contra su capullo. Dos minutos. Su semen empieza a llenarme la boca y yo lo disfruto con placer. Hasta la última gota.
Aitor-. ¿Lo ves amor? . No estoy aún preparado.
Yo-. El que no ves eres tú, amor.
Me levanto de la cama y me pongo de pie ante la mesa de apoyo. La misma mesa que he despejado antes dejándola vacía. Vacía de cuadros, portarretratos y adornos. Llena por dos cinturones de cuero, varias corbatas y una caja forrada de terciopelo rojo. Aitor abre los ojos y esos ojos no son los de ayer, ni los de hace diez minutos. Esos ojos son los de un sádico amante. Son profundos y brillantes como los de los perros callejeros en mitad de la noche. Se levanta. Yo apoyo mi cuerpo sobre la mesa, dejando los pies uno a cada lado, cada uno al lado de una pata de la mesa. Cuando llega a mi lado mete directamente una mano entre mis glúteos y la frota bajando hacia mis pliegues, entrando en ellos con varios dedos, por lo menos dos. Me susurra con voz rota y seca “Tú lo has querido”. Coge dos corbatas y me amordaza con una de ellas, pero cuando pienso que ya está, con la misma corbata consigue también tapar mis ojos. Sabe que cuando no veo me vuelvo más hipersensible y lo va a utilizar. Me pone en las manos la otra corbata para que sepa lo que va a hacer con ella. Me atará las dos muñecas juntas y después el extremo restante de la corbata lo anudará a la mesa tensando mi cuerpo al máximo, hasta el límite. Pero hay algo extraño. Me ata las muñecas una con la otra, sí, pero no están unidas entre sí. Mis manos están en mi espalda y la tela de la corbata las deja moverse libremente varios centímetros, más de veinte. Y con ese nudo habrá gastado toda la corbata, así que no me sujetará los brazos a la mesa. Era parte del juego que yo buscaba, el sentirme inmovilizada, y así, puede perder algo de intensidad. Hay un momento en que dejo de tener evidencias de su actividad, al menos, por contacto. Le escucho maniobrar con los cinturones, pero no sé lo que hace. Yo nuevo los pies para asegurarme de que los tengo pegados a las patas de la mesa y así facilitar lo que tiene que hacer ahora, que es atarme los tobillos a la mesa. Escucho los cinturones golpear sobre la mesa como si los hubiera dejado encima. Temo que el miedo por su debilidad le esté cohibiendo de seguir adelante con el juego y me empiezo a poner nerviosa. Pero esos mismos nervios me hacen excitarme cada vez más. Ahora me sujeta delicadamente de la cintura y me besa la espalda. Siento su erección contra mis glúteos y noto que ya es plena otra vez. Sube las manos por mi cuerpo acariciando mis costados, metiéndose bajo mi cuerpo para hacerlo en los pechos, que tornea firmemente. Estira de ellos obligándome a ponerme de pie. Siento que mis intenciones han fracasado y que desiste de hacerme suya de esta forma. Me ayuda a girarme hacia él mientras besa mis hombros, mientras lame mi cuello, mientras tornea ahora mis nalgas, acercando su apéndice a mi vientre. Mi piel advierte el calor de la suya allí, que arde magníficamente a medida que mis expectativas se desmoronan. En un solo gesto, eleva mi peso tirando con las manos de mi culo y me golpea con su pelvis, con su prominencia, en el vientre, para hacerme sentar sobre la mesa. En el impacto en que mi peso cae sobre ella, mi excitación se dispara a un punto mucho más alto que antes de empezar a descender. Mi humedad, al chocar con la madera suena como un zapatazo en un pequeño charco. Sus brazos me indican, ayudándome, a reposar la espalda sobre la madera. Escucho la hebilla de un cinturón. Me acaricia la cara con el cuero. El cuello. Los pezones. El vientre y después la vagina. Estira de mis manos, y hábilmente instala el nudo que había preparado en ese cinturón cogiendo la corbata que me ata las muñecas con mi tobillo izquierdo y seguidamente con el otro cinturón, el derecho.
La postura me expone a su voluntad, pero es moderada, relativamente cómoda. La distancia que permite la corbata, detrás de mi espalda, entre mis muñecas, deja espacio justo para mi cadera y de estas a los tobillos, los cinturones me obligan a tener las rodillas flexionadas, pero sin exponerme demasiado, permitiéndome cierto movimiento en las piernas. Ahora le escucho abrir la caja roja y mover los objetos que contiene. Los enumero mentalmente. Hay un bote de gel lubricante con sabor a mango, tres vibradores que van desde el rojo y delgado especial para la excitación anal, que mide doce centímetros de largo, a el talla mandingo que me volvió a regalar Míriam no hace demasiado, después de que la anterior caja roja fuera robada. Ese mide más de treinta y su grosor es para iniciadas. También hay un huevo vibrador con diversas funciones, unas correas de cuero y dos dilatadores anales cromados, en talla M y L, con los que he empezado a experimentar hace muy poco. Huelo el mango. Ha abierto el bote y lo ha debido acercar a mi mordaza para que yo lo oliera. Una gota helada del gel cae sobre mi pezón derecho. Las yemas de sus dedos lo extienden alrededor de él, acariciándolo. Otra gota cae en mi ombligo. La extiende. Escucho que del bote sale un chorro pero sin contactar con mi piel directamente. Si contacta ese gel segundos más tarde, a través del contacto de sus dedos empapados en gel acariciando mi culo. Penetrando uno de ellos. Dos. Lo hace procurando dejar la mayor cantidad posible de mango dentro y alrededor de él, pero pronto cesa su maniobra. Justo cuando mis caderas empezaban a acompañar sus gestos en movimientos verticales de abajo a arriba. Hay ausencia de él. Poco tiempo…
Frío. Muy frío. Me toca con algo en el cuello, que está frío. Es muy delgado, casi afilado. Yo evalúo las opciones y solo hay dos. Mi duda es ¿ talla M o L?. El baja recorriendo mi piel, acariciándola con la punta de uno de los dilatadores anales. Cuando llega a mi pubis, dibuja precisos círculos encima de mi botón de vuelo. Y vuelo. Lo humedece metiéndomelo y sacándolo, para después volver al botón. En ese momento para y escucho otro chorro de gel salir del bote, que cae en mi culo. Ahora salgo de dudas, es el más grande. Él aprieta moviéndolo a los lados, humedeciéndolo en el gel y apretando a la vez. Me tenso y elevó mis caderas apoyando los pies en la mesa. Me contoneo a los lados para facilitar sus maniobras, pero él no está dispuesto. Estira de los extremos de los dos cinturones y el nudo corredizo que ha hecho se tensa, acortando la distancia entre muñecas y tobillos. Mis piernas se abren al máximo. Ahora sí que estoy vendida. Completamente expuesta a sus perversiones. Mi espalda se ha encorvado y mis piernas se han abierto casi al máximo doblando las rodillas. Apenas puedo moverme. Tengo que concentrarme en la respiración, para aprender a soportar esta postura. Aitor no me da margen, porque empieza a apretar con el dilatador directamente en mi culo. Sitúa dos dedos de la otra mano a los lados de la punta del dilatador y aprieta fuerte hacia adentro y a los lados. Me anticipo a sus movimientos apretando hacia afuera para ayudarle en sus intenciones. El dilatador entra a los pocos intentos y lo hace fabulosamente. Me llena, me satisface, me lleva a un mundo de placer y de complicidad. De confianza absoluta. Empieza a estirar del dilatador y yo favorezco que salga relajándolo. Al salir me da aún más placer que al entrar.
Aitor repite varias veces la operación delicadamente, prestando atención a sus maniobras y a mis leves movimientos, a mi respiración, a mis gemidos. Después, a la vez que hace eso, deja de oprimir la piel, a los lados del dilatador y empieza a masajear mi clítoris. Me corro. Describirlo esta vez me cuesta mucho. Es un orgasmo sin exceso de fluidos, mudo, pero intenso, corto pero profundo. Me empieza a costar respirar, al menos a hacerlo e inspirar el volumen de aire que necesito, me sofoco, me acaloro, más aún. Me excito mucho más, también. Trato de mover mis caderas como acto reflejo, como si me estuviera haciendo el amor sobre mí, pero no puedo moverme, es él, el que mueve sus manos en mí, delante y detrás, acariciando con fuerza mi clítoris y penetrando a la vez mi culo. Mi excitación me hace hiperlubricar. Lo escucho, lo intuyo y lo huelo. Él mete dos dedos ahí. Tres. Me folla con ellos y yo me derrito. Aitor sin dejar de penetrarme con los dedos deja el dilatador y coge el vibrador mediano. Es más o menos una réplica de su sexo, porque lo elegimos los dos especialmente por esa cualidad. Tiene veintiún centímetros de largo y seis de perímetro. Derecho y de color claro. Con la cabeza proporcionada y suave, rosada y deliciosa. Me lo clava detrás, sin dejar de clavarme los tres dedos delante. Vuelvo a correrme sin hacer ruido, sin delatarme, pero me intuye y me castiga.
En cuanto termina mi orgasmo, me penetra él mismo, detrás. Y ahora el vibrador lo hace delante. Lo enciende, al máximo de potencia. No lo voy a poder aguantar más de unos segundos, pero antes de que yo sucumba nuevamente, para e intercambia sus objetivos. El vibrador detrás y él delante. Esta tortura dura al menos media hora en la que intercambia de papeles su sexo y el vibrador. A veces sale de mí y solo es el vibrador el que me perfora, para recuperarse, para detener su excitación, para no terminar aún. En esta media hora yo pierdo la cuenta de las veces que termino, tratando de hacer coincidir mis corridas, con él dentro de la vagina, pero no consiguiéndolo todas ellas. El contacto de las vibraciones en mi clítoris me lo impide al menos dos veces llevándome a orgasmos infinitos.
Por fin deja de mancillar mis orificios y suelta los cinturones y las corbatas. Me ayuda a sentarme en la mesa y después a ponerme de rodillas en el suelo. Apenas puedo moverme, pero acerco mi boca para recibir su erección y él me sujeta de las sienes con delicadeza. Mientras Aitor se folla mi boca, consigo acariciarme para acompañarlo y cuando llega su orgasmo lo recibo a una distancia de unos centímetros, sobre mi cara, mi pelo y mis pechos, a la vez que yo me corro por última vez.
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La mujer que vendió el mundo. Tercera entrega de Virginia Zugasti.
RandomUna vez más, el mundo se estrella contra Virginia. Esta vez ella, le declara su particular guerra al resto de la humanidad. Esta vez se aliará, formará un ejército invisible para obtener lo que ansía. El proyecto para el que ha nacido y ha dedicado...