Conclusión.

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Hay días en los que es mejor no levantarse de la cama. Eso debe pensar él ahora. Hace unos minutos un taxi se ha detenido en mitad de la calle a la altura de la entrada principal de un edificio de oficinas. De él, se ha apeado un hombre maduro y engominado, pulcro, bien afeitado y con olor a perfume. Lleva un traje moderno, que podría aparentar ser caro, pero que no lo es, porque el uso y la inadecuada y escasa lavandería que ha visto han sacado a relucir la baja calidad del tejido y de las costuras, aunque el hombre se siente seguro y actual con ese traje. Ya da él el porte imponente que le falta a su vestuario. Lleva en la mano un portafolios, que para eso es un abogado de los de verdad, de los de siempre, que no necesitan llevar una computadora continuamente encima. No es que no esté al día de los avances tecnológicos, que lo está, pero para esas cosas ya paga un dineral a un experto pirata informático. Todo lo que necesita para triunfar en la vida es su Fe en sí mismo y su determinación. Ese hombre cruza el umbral y entra decidido en el edificio. No pregunta, no se presenta, no mira, él sabe donde va y conoce el camino. Se dirige directo al ascensor y allí pulsa con fuerza el botón del piso deseado. Las puertas se abren y sale convencido de lo que hace, directo a su destino, sin dudas, sin demoras, va al despacho del dueño de esta empresa a decirle exactamente que es lo que tiene que hacer, porque este hombre aquí, ordena y todo el mundo debe hacer lo que él quiera. Llega ante la puerta del propietario y la abre con determinación, a la vez que entra sin llamar, sin mirar, sin preocuparse de nada. En ese momento ese abogado querría no haber salido hoy de la cama, porque una Sig Sauer P226 de 9 milímetros parabelum contacta fría y dura en su sien. Hay una orden; pasa despacio y como me hagas dudar, no dudaré.

El abogado Puente pasa despacio hasta que la puerta se cierra detrás de él. Unas manos expertas le cachean en menos de diez segundos. La siguiente orden también es nítida; siéntate. Ante él hay dos cosas. La primera una silla de madera tapizada y con orejeras de cuero negro  achinchetadas en dorado. La segunda el propietario real de la compañía desde hace una semana. Virginia Zugasti.

Yo-. Bienvenido a mi empresa señor Puente, por fin nos vemos en persona. Le presento a mi marido, Aitor Goikoetxea. Déjeme informarle de que con la pistola con la que le está apuntando a la cabeza, fue no hace demasiados años campeón Bizkaia de tiro al blanco. Cierto es que no había más de quince participantes, pero no es menos cierto que aquellos papelillos con dianas pintadas jamás intentaron matarle, a él y a nuestro hijo y usted, sí.

Puente-. Estás cometiendo el mayor error de tu vida.

Yo-. Vamos a hablar de errores. Tu primer error fue escogerme a mí y a mi empresa para tu operación. Yo voy a proponer supuestos y tú los vas desmintiendo si eso…  Pensaste que ya que tenías tanto dinero acumulado y ya que pronto llegarán tus años dorados, sería bueno tener las cosas legales, para poder disfrutar tranquilamente, pero no me estudiaste bien o me infravaloraste. Una vez fijado el objetivo intentaste tomar ventaja pirateando los sistemas, pero salió mal. Ahora sé que salió mal, porque tu hacker es malo. Bueno, no es malo, pero la mía es mucho mejor. Después la furgoneta. Pienso que intentabas forzar una situación de ventaja para secuestrar a Ion y algo salió mal. Error nuevamente. Otro más hacerlo en persona y añadiré otro, utilizar la identidad que usas habitualmente en tus desplazamientos poco legales, la de el pobre Koldo Mitxelena.

Puente-. ¿ De eso va este rollo? . ¿ Vas a contarme una película?.  Tú no te enteras de nada y no sabes nada de mí.

Yo-. En realidad si sé cosas. Has salido de tu sucia oficina hace treinta y siete minutos. Lo sé porque monitorizo ese asqueroso antro desde el primer día en que te vi la cara por aquella videollamada. Mis expertos en seguridad circunvinieron tu sistema de seguridad. Y sé que has salido precisamente en ese momento, porque a esa misma hora he enviado la información necesaria a la policía nacional para que detengan a tu pirata informático por atacar mi sistema. Lo que encuentren en los registros ya…

Puente -. Y tú, ¿ Te piensas que eso te da alguna ventaja?. Te voy a destrozar. No sabes hasta dónde llega mi poder.

Yo-. El poder…  la gloria…  la Fe…  son conceptos que me pillan tan a desmano… Verás, yo soy ingeniera y como tal, me gusta saber como funcionan las cosas. Todo este tiempo que tú has dedicado en agotarme y asustarme yo lo he dedicado a saber como funcionas. Y creo que ahora tengo un concepto bastante preciso de tu mecanismo.

Puente -. Si realmente supieras como funciono, no estarías aquí.

Yo-. Sí, sí que estaría, porque estoy. Verás. Me he tenido que remontar al año noventa. A la operación Mago, o nécora, como prefieras. Y ¿ sabes que?, que lo sé todo. Tú cogiste el alijo. Lo cargasteis en la furgoneta con Sousa y Montes y dejaste a uno para que diera testimonio de que la droga se quedaba allí. Después volviste a por la furgoneta con el otro, para poder hacer desaparecer el coche. Caminaste sesenta kilómetros en dirección a Madrid y te deshiciste del pobre muchacho en un área de descanso. En Madrid pusiste a buen recaudo la furgoneta y volviste para denunciar que la policía lo había robado.

Puente-. Todo el mundo sabe que esa droga se la quedó la guardia civil.

Yo-. Sí, pero ahora yo sé que se la vendiste tú al clan de los tulipanes, a los holandeses. Dos meses después de eso cambiaste de bufete abandonando a los de Miñanco y las demás familias gallegas entrando como socio en el bufete que defendía los intereses de los holandeses en España.

Puente -. Eso son patrañas. Me contrataron por mis méritos.

Yo-. Serán militares….  Porque en la abogacía.. No habías ido a ningún juicio aún. Pero bueno, avancemos. En ese momento te diste cuenta que había más dinero, o poder, como tú lo llamas, al otro lado. Empezaste a hacer tratos de otra entidad que la legal con los narcos. Empezaste a intermediar. De vez en cuando les sacabas algún juicio adelante o les representabas en algún chanchullo. Pero lo tuyo era el lado oscuro. Así llegó Támara Portimao. ¿ La recuerdas?. Tenía quince años. La violaste innumerables veces, la torturaste, la mutilaste y por fin, la mataste.

Puente-. No sé de que hablas. Has leído demasiada novela.

Yo-. Quizá, pero eso es así. Fíjate hasta donde conozco tu mecanismo. Las pocas piezas que me faltaban de asimilar eran muy difíciles de localizar. La semana pasada vine a esta misma oficina, pero antes estuve en el banco en el que tengo los intereses de mi compañía, para disponer de una cantidad elevada de efectivo. Por como habías actuado hasta ese momento, tenía constancia de que conocías todos mis movimientos financieros. Esa visita al banco no fue casual. Dos minutos después de avisar a la policía de las hazañas de tu informático, en la sede de mi banco, ante la propia directora he llamado a un número de teléfono desde el que te informaron en cuanto yo salí la semana pasada de allí de la operación que acababa de hacer. En esa sala estaba Roberto Domínguez, que ha empalidecido cuando su bolsillo ha empezado a vibrar. En estos momentos está retenido por la seguridad del banco e investigado por sus actos.

Puente-. Mentiras, patrañas, ilusiones.

Yo-. No. También me he podido hacer con tus teléfonos e intervenirlos. ¿ Quieres escuchar esa conversación en particular?. La directora del banco ha concluido que era reveladora… pero sigamos con tu mecanismo. Del banco vine directa aquí. Pero eso tú ya lo sabes, porque uno de tus sicarios nos seguía muy de cerca. Tardaste poco más de dos días en saber lo que había venido a hacer aquí y decidiste adelantarte a mis planes, poniendo más dinero que yo sobre la mesa. Error. Esto no es una partida de póker, amigo Puente. Yo vine a salvar esta empresa y tú a enterrarme a mí y la empresa conmigo.

Puente -. Yo he comprado esta mierda de empresa. Tú no tienes nada firmado.

Yo-. Tu error no es no creer en la palabra de las personas, que también, ni en sus lealtades. Tu error fue sacar el dinero de Panamá. Accediste el viernes a las dos y diecisiete minutos de la tarde a la cuenta aportando pupila derecha y huella de la palma izquierda. Esos datos biométricos fueron digitalizados y copiados a la vez que te identificabas con ellos en el sistema del banco de Panamá. Con ellos he llegado hasta el final de tu mecanismo, o mejor dicho hasta el principio. Hasta los quinientos millones de pesetas que te pagaron los holandeses por la cocaína de Miñanco, dos meses después de que la robaras.

Puente-. Voy a matarte. No es una amenaza.

Yo-. No te pongas sentimental, que casi he terminado. He accedido a toda la ingeniería financiera que tenías montada. He detectado que tu negocio principal desde hace años es blanquear dinero para los carteles y aún más importante para mí y para ti también, he comprobado que robas mecánicamente a esos traficantes un cinco por ciento de la merma en cada operación. Por supuesto que mi pirata informático no ha dejado ni un céntimo en ninguna de tus cuentas, pero me he tomado un lujo personal. Once minutos antes de que entrarás por esa puerta, he enviado a todos tus clientes las pruebas necesarias que muestran tus robos metódicos a sus intereses. Sólo queda una cosa más que hacer para que empiece la carrera. En cuanto pulse este botón de mi ordenador, toda la información de ti que tengo será enviada a la policía nacional. Esa información incluye el fichero que guardas celosamente con las fotos y vídeos de Tamara Portimao. Si he tenido acceso a eso, sabes que lo he tenido a todo lo demás.

En ese momento pulso la tecla. Sincronizadamente Aitor golpea con la culata de la pistola la nuca del abogado dejándole sin conocimiento. Nosotros nos vamos del edificio de ValleVerde, pero no muy lejos. Esperamos en el bar de enfrente para poder verle salir. Pocos minutos después de nosotros Puente sale corriendo del portal. Está algo desorientado y trata de abrirse camino entre la gente a empujones. En un momento dado empuja a una persona mayor y un agente de movilidad que le ve hacer eso, detiene la marcha de su ciclomotor y le da el alto. Como le he prometido esta misma mañana a Ane, Puente es detenido por un agente al que yo he avisado de la importancia de esa detención, antes de sufrir daño alguno. Aunque no creo que tenga tanta suerte en el futuro. La policía puede proteger en la cárcel de sus perseguidores, a un blanqueador de dinero con el fin de identificar a sus clientes, sus operaciones y más importante, sus cuentas. Pero jamás harían eso con un asesino, violador de niñas. Puente está acabado y en el momento en el que el agente de movilidad le da el alto, lo sabe. Instantáneamente se ha meado en su traje, que podría parecer caro, pero que no lo es.

La mujer que vendió el mundo. Tercera entrega de Virginia Zugasti. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora