256

745 129 38
                                    






El vasto Gran Bosque de Sarain no se limitaba a simples llanuras y árboles, a pesar de extenderse tanto que desdibujaba las fronteras de varias naciones. Dentro de sus extensos límites no sólo había montañas y ríos, sino también pantanos y roquedales inesperados.

Hasta hace poco, quienes comerciaban por tierra, mercaderes, mercenarios y aventureros por igual, recorrían estos caminos. Entre ellos se encontraban los miembros de la Caballería que, siguiendo las débiles huellas de estos antiguos viajeros, decidieron pasar la noche en una colosal grieta en las rocas junto a un arroyo poco profundo, que les proporcionaba el cobijo justo para descansar sus cansados cuerpos.

A pesar de que el olor del denso bosque les hacía dar vueltas a la cabeza y de la incomodidad de descansar en un suelo frío y sin fuego, nadie se quejó. Protegido por sus camaradas, acurrucado en el lugar más seguro de su improvisado campamento, Ejain se durmió. Sin embargo, un repentino crujido lo sacó de las profundidades de su sueño.

Mientras el resto de la tropa se acurrucaba profundamente dormida en sus lugares, una persona faltaba de su sitio original: su Comandante, Kishiar La Orr. Al girar la cabeza, Ejain se percató de que estaba de pie a poca distancia, junto al arroyo. A pesar del peligro que acechaba en la oscuridad de lo desconocido, el cielo nocturno que se reflejaba en el agua, envuelto en incontables estrellas centelleantes, era de una belleza sobrecogedora.

El hombre de cabellos dorados, resplandeciente en el suave tono azul pálido de la luz de la luna y las estrellas que descendía de aquel cielo, parecía parte natural de aquel paisaje surrealista. Inconscientemente cautivado por aquel espectáculo etéreo, Ejain se percató finalmente, con algo de retraso, de que un pequeño pájaro se posaba en la mano extendida que Kishiar señalaba hacia el cielo.

¿Un pájaro?

Aunque era difícil verlo con claridad debido a la oscuridad y la luz de la luna que se entrecruzaban, era evidente que el pájaro no estaba posado en su dedo, sino más bien medio tumbado en su palma. A través de los huecos entre los pálidos dedos de Kishiar, un repentino destello de color rojo pareció parpadear.

Antes de que Ejain pudiera siquiera contemplar el significado de aquella visión, su cuerpo se movió por reflejo. Mientras Ejain se levantaba rápidamente, Kishiar cubrió suavemente al pájaro con la otra mano, con largas caricias desde la cabeza hasta la pluma de la cola, calmando a la pequeña criatura.

Un momento después, Ejain, que ahora se sostenía sobre dos pies, notó que el pájaro agitaba sus pequeñas alas al alcance de Kishiar. Ciertamente le había parecido ver sangre, pero el pájaro ahora parecía perfectamente ileso, como si aún estuviera soñando.

¿Me equivoqué al decir que estaba herido?

Aunque Ejain había sido entrenado para mantener la calma en cualquier situación, hubo varias ocasiones en los últimos días en las que esto fue imposible. Ahora era uno de esos momentos. Mientras miraba sin comprender a Kishiar y al pájaro, el hombre, acariciando suavemente la cabeza del ave con la punta del dedo, giró la cabeza.

"Si estás despierto, ¿hablamos un momento?".

Habló como si supiera desde el principio que Ejain estaba despierto, sus palabras pronunciadas en un susurro apenas audible, pero penetrantemente claro.

Ejain, con cuidado de no despertar a los demás, salió para reunirse con Kishiar. A pesar de que siempre miraba a los demás por encima del hombro debido a su elevado estatus, Ejain no sentía lo mismo en presencia de este noble. Se sentía como si hubiera vuelto a su infancia.

El pequeño pájaro en la mano de Kishiar, al notar que Ejain se acercaba, iluminó sus ojos negros como judías y ladeó la cabeza. Atada a la pata del pájaro había una pequeña bolsa para llevar cartas.

Retorno [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora