Prólogo

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La vida no es sencilla, a veces, es cruel y devastadora, no es igual para todos, hay gente fuerte y gente débil.

La vida no es justa.

Fue la realidad que Izuku descubrió cuando recién cumplía 4 años.

La gente fuerte generalmente se preocupaba por sí misma, ocasionalmente por alguien más, solo eran los más fuertes, los que se atrevían a defender a otros.

Su padre, no era de los que defendían.

Por aquel tiempo, cuando era pequeño, pensaba en su madre y en su padre como sus héroes, ellos le querían, le cuidaban, eran buenos, entonces, ¿por qué su mamá siempre estaba triste?

El héroe se volvió villano.

La noche que una terrible golpiza dejó inconsciente a su mamá y a Izuku llorando asustado porque, ese alfa que la golpeaba tenía el rostro de su héroe, pero no lo era más.

Izuku no sabía bien por qué, pero cuando Inko se inclinó frente a él para decirle:

—Si nos vamos, él no volverá a hacernos daño Izu, ya no podemos vivir más aquí.

Al llegar a Musutafu, el pueblo natal de su mamá, su vida cambió completamente, debía admitirlo, era más feliz. Su madre estaba feliz, tranquila, más cariñosa que nunca también, aunque trabajaba mucho, pero era mejor así.

Izuku estaba bien con eso. Ahora eran solo ellos dos y estaba bien.

Entonces, cuando estaba por cumplir 6 años, repentinamente, un día se desmayó. O así fue como lo sintió, la realidad es que convulsionó, a la mitad del patio del jardín de infantes. Despertó poco después cuando la ambulancia estaba llegando.

—¿Un tumor? —dijo Inko apenas recibir el diagnóstico —¿En su cerebro?

Se oye terrible lo sé, pero afortunadamente es operable.

Inko miró a su pequeño durmiendo en la camilla del hospital donde estaba ingresado, parecía tan bien como cualquier día, ella colocó sus manos, una encima de la otra y comenzó a frotarlas, miró al doctor con preocupación.

—¿Y... Cuánto cuesta la cirugía?

Izuku despertó para encontrar a su mamá llorando, pero apenas la llamó, ella se limpió las lágrimas y le sonrió, preguntando si había dormido bien. Dejaron el hospital esa misma tarde.

Entonces comenzó, Inko vivía día y noche sopesando opciones, préstamos bancarios, la venta de la casa de sus padres, consiguió un segundo empleo, incluso se tragó su orgullo y llamó a su exesposo, pero nada parecía ir bien.

Un día, el médico que atendió a Izuku, le llamó. Como caído del cielo, le ofreció ayuda.

Lamento llamarle tan tarde, pero conseguí algo para usted y quería decírselo, es solo que mi turno recién terminó, perdóneme.

—No se preocupe Dr. Aizawa, agradezco su interés en el caso de Izuku.

—Bueno es que, hay un programa, actualmente se desarrolla en Tokio, pero yo conozco al doctor a cargo y tal vez, podría conseguir que la operación fuera pro bono.

A Inko le comenzaron a temblar las manos, era tanta su expectativa que dejó de modular la voz e Izuku terminó despertando.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Si usted está dispuesta a intentarlo y viajar hasta Tokio, quizá Izuku calificaría para obtener una operación pro bono, es un programa nuevo y está en prueba, pero es para ayudar a gente de bajos recursos que necesiten operaciones que no pueden costear, hay algunas condiciones porque el programa está dirigido a la enseñanza pero... Creí que tal vez le gustaría considerarlo.

Ella no pudo evitarlo, cuando comenzó a llorar, Izuku corrió hasta sujetarse de su falda y mirarla preocupado. Ella le sonrió.

—Si, si estamos dispuestos, iremos a Tokio. Gracias, muchas gracias.

Izuku no lo entendió, el doctor Aizawa no la veía, pero su mamá seguía haciendo reverencias con el teléfono aún pegado a su delgado rostro.

Fue así como Izuku conoció, a sus 6 años, al hombre más fuerte. Él apareció en la habitación en la que lo ingresaron en un hospital gigantesco, alto como ningún otro, rubio y de brillantes ojos azules.

Izuku encontró a su nuevo héroe, Toshinori Yagi.

El Doctor Toshinori le salvó la vida y estuvo ahí durante su recuperación, y luego, estuvo ahí para regalarle su primera figura de colección en su cumpleaños, también estuvo ahí para el cumpleaños de su mamá, y para navidad, y para las vacaciones, para su cumpleaños número 8 también. ¡Él incluso se mudó a Musutafu!

A Izuku no le molestaba, para nada, su héroe lo quería, y a su mamá también, se preocupaba por él, lo acompañaba a jugar, le compraba juguetes, los llevaba a comer deliciosa camida a enormes restaurantes, también iba por él a la escuela, le preparaba el desayuno.

Izuku estaba feliz por ello. En su corazón, él quería mucho a Yagi. Por eso, una de esas mañanas en las que despertaba en su casa, cuando él ya tenía 9 años, el enorme alfa le miró serio, mientras desayunaban, y le preguntó:

—¿Te gustaría... Que yo fuera parte de tu familia? —Inko lo miraba expectante desde el otro lado de la mesa, sosteniendo la mano de Yagi
—¿Que dices si, me volviera tu papá?

Contrario a lo que los nerviosos adultos esperaban, a Izuku se le iluminaron los ojos y gritó de alegría:

—¡Sí! ¡Yo quiero que seas mi papá!

Su familia tenía de nuevo a un gran y fuerte héroe, que los protegía de todo. E Izuku fue feliz.

Hasta los 12. Cuando presentó como omega y, de nuevo, el mundo fue diferente.

Anatomia según IzukuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora