Rara bien

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Marcela estaba suspendida entre el espacio-tiempo. Su única visión de la realidad era a Beatriz frente suyo, con los ojos cargados de amor y sus labios moviéndose expresando las dos palabras que acababan de dejarla en shock. Su corazón latía como loco, sentía una especie de vacío en el estómago y frío en sus pies. Pero una calidez en su pecho que empezaba a calentarle todo el cuerpo se apoderó de ella y la hizo sonreír mientras comenzaron a brotarle lagrimones. La besó, la besó con todo lo que sentía. El miedo, la zozobra, el anhelo y el amor. No habló, simplemente la besaba con total devoción mientras las lágrimas seguían escurriéndose por sus mejillas.

Beatriz sintió alivio al decirlo. Sintió que un gran peso se le quitaba de encima y verla sonreír entre lágrimas le pareció tan sublime. Ver esos hermosos ojos verdes que le reflejaban el sentimiento. La sentía casi agobiada por las emociones, pero la sentía ahí, suya.

— Repítelo — le pidió a Beatriz mientras paraba el beso y se limpiaba unas cuantas lágrimas.

Beatriz le ayudó a limpiarlas y se esforzó por contener las suyas. Sentía su corazón emanando la sangre por todo su cuerpo.

— ¿Qué? — dijo con picardía — ¿Que la amo? Sí, la amo, Marcela — y se sonrojó mientras bajaba un poco la mirada.

— No se vale, tienes que mirarme — le pidió mientras le sostenía el rostro suavemente con una mano.
Beatriz tomó la copa de cóctel y dio un pequeño sorbo sin dejar de mirarla, luego lo dejó sobre la mesa y volvió a los ojos de su novia.
— Te amo, Marcela Valencia — fue una voz suave pero segura. Una mirada imperturbable, le puso un dedo sobre los labios con suavidad — te amo mucho, Marcela.

Marcela estaba hipnotizado en esa mirada, su piel se erizó cuando el dedo de Beatriz le abrió un poco el labio inferior mientras no dejaba de verla. Le besó ese dedo y la miró con fiereza, con la misma que la estaba consumiendo desde hace días. La necesitaba. Ahora que le había dicho que la amaba, necesitaba hacerle saber lo mucho que sentía mientras sus cuerpos se rozaban y se perdían en la pasión y el deseo y por supuesto, en al amor.

— Permiso— interrumpió una mesera la escena — aquí están sus platos fuertes — dijo con rapidez y se esfumó, pues no quería romper la escena idílica de la que fue testiga desde hacía unos minutos mientras esperaba que terminaran de besarse.

Disfrutaron el almuerzo en un idilio total. Se daban bocados de comida. Sonreían con la naturalidad que el amor provoca en dos seres que laten en la misma sintonía. En calma, pero con el interior rebosante como el agua que hierve, pero no se seca. En ese momento, justo ahí, donde el mundo afuera parecía ínfimo, estando cerca del cielo, Marcela sintió que podría con todo.

El almuerzo terminó y entonces llegó el postre acompañado de una cámara instantánea. Marcela se llenó de emoción y tomó fotos de las dos, de Beatriz y dejó que su novia tomara una foto donde juntas miraban a la cámara y Marcela escondía ligeramente su rostro en el cuello de Beatriz. Era un retrato divino, ambas sonreían y sus ojos brillanan. la atmósfera seguía siendo de amor total con mezclas claras de deseo. Las miradas que se dedicaban, los sutiles roces de las manos, las suaves caricias en una pierna, en el cuello, comenzaron a encender una hoguera que las consumía. Subieron al auto y emprendieron el camino de vuelta con una felicidad palpable y con las ganas haciendo mella.

Charlaban con calma en el trayecto. A Marcela se le había olvidado por completo la persecución de Armando, simplemente estaba ahí, disfrutándolo todo. Una vez adentradas en el norte de Bogotá, cerca del apartamento, Marcela sentía que todo su cuerpo palpitaba de deseo. Entendía claramente todas las miradas de Beatriz, esa manera de morderse el labio y respirar con cierta rapidez. Ese ligero rubor en sus mejillas. También lo sentía, sentía la misma necesidad que ella y lo sabía.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora