Demostración

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Marcela atendió rápidamente a Patricia que venía a pedirle dinero prestado para el taxi. Sacó un billete grande, para evitar que le pidiera más y se fue. Quería correr para llegar antes que Beatriz.

Así fue, llegó un tiempo antes y se dió una ducha rápida. Se puso solo ropa interior de encaje, todo celeste y una bata  de satín púrpura. Se fue a la cocina en pantuflas para prepararse un té mientras esperaba.

Beatriz llamó a su casa en el camino y con mucha determinación le dijo a su papá que llegaría un poco tarde. No dió muchas explicaciones ni tampoco le dió tiempo para pedírselas. Quedó atrapada en un pequeño trancón y maldijo abiertamente. Las ganas se la estaban consumiendo.

Cuando por fin llegó, cayó en cuenta que debía llamar a Marcela para que autorizara su entrada.

Marcela escuchó su celular sonar y corrió a contestar.

— Hola...
— Hola, estoy en la entrada al parqueadero.
— voy a llamar a portería, ah y el código es 2511.

Colgaron y Beatriz vio como instantes después la puerta del parqueadero se abría y pudo ingresar a este. Se perdió un poco encontrando el lugar para estacionar hasta que vio el carro de Marcela y se parqueó junto a él.
Ya en el ascensor, digitó el código y mientras subía, cayó en cuenta de algo. Ese código era la fecha en que se habían dado el primer beso en aquel bar. Sonrió abiertamente y su corazón vibró ante ese gesto.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, esperaba encontrar a Marcela esperándola, pero no fue así. Solo la voz de un cantante que conocía y el sonido de la música fueron quienes la recibieron. Las luces eran tenues, sentía la tensión, la emoción y las ganas haciéndole mella en todo el cuerpo por la expectativa.

Dejó el bolso en una mesa de la sala.

— ¿Marcela? ¿Dónde estás? — preguntó a la nada y la única respuesta fueron las luces apagándose por completo.

Sonrió en la oscuridad. Estaba jugando con ella, estaba vengándose y eso la excitaba.
— ¿Quiere que la busque? ¿ O mejor me voy? — ella también sabía jugar.

Sintió unos pasos detrás suyo y se quedó quieta en el mismo sitio.
— Ni se le ocurra, Beatriz Pinzón Solano, usted no se va — le dijo Marcela con una voz tan sensual cerca a su cuello que Betty sintió como se le erizaba la espalda.

Se giró con lentitud y la atrapó.
— ¿Cómo se llama este juego? ¿La gallina ciega?
Marcela se rió ante el símil de Beatriz.
— No, es más bien como un juego de adivinanzas, tiene que adivinar que tengo puesto y si acierta, puede quitarme la prenda.
— Ah, eso es muy fácil para mí — le buscó la boca en la oscuridad y la atrapó con deseo mientras la abrazaba por la espalda y bajaba una mano para apretarle una de las nalgas. Estaba ansiosa, quería tocarla toda — yo ya la tengo tan grabada en mi cabeza, que sé que no hay más de 4 prendas en este momento.

Marcela se apartó con rapidez.

— Eres una tramposa — le dijo cl. Voz juguetona — no se vale tocar.

— usted esa tramposa, me trajo aquí con una promesa y ahora me pone a jugar...

— la promesa se cumple cuando el juego termine
— entonces empecemos por quitarle esa bata de satín que tiene. La que la hace ver muy sexy ¿Sabía? Ayer por mañana cuando se la puso, ufff, por eso no dejé que se la quitara cuando lo hicimos.

Marcela se mordió el labio. Ese juego de la oscuridad y las palabras de Beatriz la tenían a mil. Recordar ese orgasmo mañanero solo empeoró la situación.

— Bueno, entonces la bata  va para afuera, pero se me olvidó decirle algo. Por cada prenda mía, usted me debe enviar dos suyas.

— ¿Y la tramposa soy yo?
— Es lo más justo, amor, toma— se quitó la bata y se la dio— quiero mis prendas ahora.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora