♣17♣ Estragos en Kibougamine

147 13 12
                                    

Cuando noté que estaba durmiendo más de lo que debería, di un salto para levantarme de la cama. Y, como temía, el reloj indicaba que llevaba muy tarde.

Me vestí y desayuné lo más rápido posible, casi atragantándome por culpa del pan seco que no me daba tiempo a calentar en la tostadora.

¿Por qué Iori no dijo nada? Siempre es puntual...

Después de haber abandonado la casa y no haber comprobado si había cerrado bien, corrí por las calles hasta que mis piernas cedieron frente a un descampado cercano.

Intenté recobrar el aliento por un segundo mientras admiraba cómo el cielo empezaba a aclararse, pero no pude hacerlo durante mucho tiempo, ya que me quedé inmóvil a presenciar una de las escenas más horribles que pudiera imaginar.

No pude reponerme bien, por lo que no me era posible avanzar lo más rápido hasta ese sitio.

Oh no, mierda, mierda, ¿qué te han hecho?

Mi compañero y apreciado amigo Iori se encontraba tendido hacia abajo sobre el césped de ese lugar. Lo más horrible era que un charco de sangre rosa se iba extendiendo poco a poco; se estaba desangrando.

P.O.V: IORI KIZAKURA

Me incorporé agarrando fuertemente la cabeza con mi mano, intentando soportar el dolor punzante que hacía que todo a mi alrededor diese vueltas.

Al acostumbrarme y sentirme menos mareado, inspeccioné el lugar en el que estaba. Me habían tumbado sobre un sofá bastante cómodo, con un cojín sobre la cabeza, lo cual se agradecía.

La única pega que pondría era que estaba con la camisa abierta. Esta dejaba ver mi cintura recorrida por una venda machada de sangre seca.

—Ya despertaste, ¿cómo te encuentras? —La voz de T/N me sacó de mis pensamientos.

Espera, ¿T/N?

La chica me miró sonriente desde su cocina, aunque el brillo característico de sus ojos me mostraban otra faceta, un sentimiento de pena y empatía. Portaba una gran bandeja de galletas caseras y, cuando pude recuperarme un poco más, aprecié su dulce olor que impregnaba toda la casa.

—¿Cómo...? —No sabía qué decir, solo se me ocurría el cómo pudo encontrarme.

Se sentó a mi lado, dejando la bandeja negra sobre la mesita frente el sofá.

—Fue pura casualidad. Creía que te fuiste sin mi y... bueno, te vi allí. —Apartó su mirada, recordando lo que presenció.

—¿Cómo llegué?

—Estos músculos pueden soportar cemento. —Se remangó para enseñarme su bíceps.

Me contagió su gran sonrisa, pero la quitó al segundo.

Su frente empezó a expulsar un sudor frío; tenía miedo. Además de ese pequeño temblor tan característico.

—V-vi tus mensajes... —Tartamudeó.

Las piezas del puzzle conectaron al escuchar eso. Pude entender al fin el por qué se puso de esta manera.

La chica me entregó mi móvil, aún nerviosa por mi reacción y por el conjunto de amenazas que recibí por la mañana.

¿Solo por ti? (Nagito x lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora