Prólogo (parte 2)

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     Sin poder contener las lágrimas, Annika avanzó lo más rápido que pudo. Ni siquiera se había despedido de su madre. Tampoco pudo convencer a Keith de que la acompañara. No podía dejar de pensar en lo que le harían si descubrían que él la había ayudado a escapar con las gemas. Solo al pensarlo, las piernas le temblaban y avanzar casi se volvía imposible.

 Cuando llegó al cruce, pudo ponerse de pie y correr con más libertad.

 A pesar de estar llorando sin control, algo dentro de ella surgía de a poco, una determinación absoluta. Se aferró a la promesa que Keith le había dicho: volvería a ella con vida. Y ella confiaba en él. Debía Pelear. Sobrevivir.

 Siguió corriendo por largos minutos. Dentro de las alcantarillas se sentía un olor repugnante a excremento y orina. Había ratas que corrían al ver la luz de la linterna. Se sorprendió de toda la estructura que se encontraba debajo de Sockro, no solo la red de alcantarillas sino que también de la entrada del sello bajo el palacio Ebrima, nunca imaginó que algo tan grande podía haber bajo la ciudad. Además, no entró a la otra puerta que se encontraba a lado de la entrada del sello, lo que le hacía pensar que habían más cosas debajo de Sockro. Sin embargo, no podía  pensar en eso ahora. 

    El eco de sus pisadas le recordaba que no debía detenerse. Cuando al fin llegó al final, había una escalera y una tapa de acero. Subió y la abrió con cuidado, mirando que nadie la descubriera. Cuando salió por fin, miró con horror a su alrededor. La mayoría de las construcciones estaban en el suelo. Se escuchaban sollozos y susurros entre las personas que estaban al derredor. Hombres cargaban cuerpos sin vida hasta una zona despejada, para que los sobrevivientes pudieran reconocer a sus amigos y familiares.

 Caminó por la zona varios minutos sin rumbo, intentando ocultarse de todos. No sabía cómo iba a poder confiar en alguien y pedir ayuda. En un momento como este, nadie querría ayudar a alguien como ella. Una aristócrata. 

 De pronto, alguien la sujetó fuertemente por la espalda dándola vuelta para que lo mirara, lo que la hizo paralizarse de miedo.

 — ¿Quién eres tú? ¿Eres un militar? Estás vestido como uno— un hombre alto y grande la sujetaba de los hombro, tan fuerte, que Annika sentía como si sus huesos de la clavícula estuvieran a punto de romperse. Estaba tan alterado que ni siquiera se daba cuenta lo pequeña que era Annika y que prácticamente era imposible que fuera militar.

 —No, no. Yo escapé del palacio— Intentaba explicar, pero la presión y el dolor en los hombros le impedían encontrar las palabras adecuadas.

 —entonces eres una aristócrata ¡eso es mucho peor! Quizás eres una espía de los que han hecho esto— la apretaba con más fuerza.

 — ¡NO! Yo solo quería escapar para estar a salvo—

 — ¡Mentirosa!— gritó el hombre sujetándola del cuello y levantándola. Annika dejó de tocar el suelo y el aire ya no entraba en sus pulmones.

 —suel...ta...me— Dijo Annika luchando para que el hombre la soltara. 

 —Debes morir ahora mismo, maldita traidora— gritó completamente alterado.

 De pronto, la fuerza en el cuello disminuyó de golpe y tanto el hombre como Annika cayeron al suelo. Ella intentando incorporarse, lo miró. Él estaba muerto, con una herida de bala en el costado de la cabeza.

 Al derredor comenzaron a escucharse gritos y disparos. La gente corría a todas direcciones. Annika intentó ponerse de pie, aún aturdida por la falta de oxígeno y un dolor horrible en el cuello y hombros.

 — ¡ALTO!— se escuchó un grito.

 Annika volteó y vio a un militar de Taro apuntándola con un arma. Ella levantó los brazos con sigilo para que no la mataran.

El reino de la magia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora