Annika observó la libreta que tenía en su mesa de noche. Había intentado abrirla con magia, tijeras y herramientas, pero nada parecía funcionar. Se dio cuenta que había sido reforzada con una especie de magia irrompible.
Luego de rendirse con la libreta, se dedicó a estudiar el libro sobre la magia.
En su propia libreta, anotaba cada dato necesario sobre la magia que podría serle de utilidad. Lo practicaba y volvía a anotar, esta vez con datos para utilizar la magia de una manera más eficaz. Probaba distintos tipos de movimiento, estudiaba la composición de la materia a su alrededor y como activar distintos tipos de magia. Por ejemplo, esa misma tarde había podido crear fuego por el aumento de temperatura espontaneo, concentrándolo en un punto en el aire y logrando crear fuego a su voluntad. También había creado agua concentrando la humedad del ambiente en un punto específico. O construir objetos, quizás no tan perfectos, a partir de materiales a su alrededor.
Se había pasado horas enteras en el lugar donde había utilizado la gema por primera vez, en el refugio apartado de todo, utilizando distintos métodos de magia y anotando.
Llevaba dos semanas así. Descubriendo los secretos de la magia.
Pero esa noche en particular, sus pensamientos divagaban a la libreta de su padre ¿Qué era tan importante para guardarlo tan seguramente? ¿Qué descubrimientos había hecho? ¿Por qué específicamente quería que ella encontrara esa libreta?
Se revolcó en la cama una y otra vez intentando dormir, pero no podía hacerlo. No podía dejar de pensar en la libreta. Se levantó, rindiéndose ante ella misma y tomó la libreta una vez más. Quizás era una magia compleja que no estaba anotada en el libro. Observó la tapadura de cuero café. Las hojas al interior estaban avejentadas de un color anaranjado. Annika pasó un dedo sobre ellas y se sentían ásperas. Cerró los ojos pensando, en algún rincón de su memoria, aunque sea el más mínimo recuerdo de su padre escribiendo en él. Pero no encontró nada.
—Por favor, papá. Sé que querías que descubriera esto. Quieres decirme algo... pero ¿Qué?—
Volvió a acostarse, abrazando la libreta, esperando tener alguna idea de cómo abrirla.
De pronto abrió los ojos. Miró a su alrededor, reconociendo el lugar: era su antiguo cuarto en la mansión. Se puso de pie y caminó hasta la ventana. El sol estaba radiante, el clima estaba perfectamente temperado. Era de esperarse del sector centro de la ciudad.
Una señorita con ropa de mucama entró a la habitación, diciéndole que el desayuno estaba servido. Annika bajó a toda velocidad. Ni siquiera se había puesto los zapatos. Su madre al verla la regañó.
— ¡Siempre descalza! Esos no son modales para una jovencita como tú— gruñó, poniéndose el paño de ceda en su regazo.
—Oh, por favor mujer. Deja que siga descalza, está en su casa y no hay visitas—
Annika miró hacia un costado y vio a su padre. Un hombre alto, de cabello claro. Vestía de manera formal. Tenía una sonrisa amable, con una expresión sabia y relajada. Se sentó en la mesa, tomando los cubiertos para comenzar a comer.
— Sabes que si sigue haciéndolo se acostumbrará, Aron—
—Claro que no— su padre le guiñó el ojo.
Annika sintió una extraña y familiar calidez en su pecho. No sabía por qué, pero sintió unas enormes ganas de llorar.
—Tengo que apresurarme, Ruel me debe estar esperando— Dijo Aron comiendo con rapidez.
— ¿Saldrás donde el gobernador, papá?—
—Sí. Dijo por teléfono que debía decirme algo importante. Deberías acompañarme, así conocerías a su hijo, es casi un año mayor que tú—
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El reino de la magia.
FantasíaAnnika Tisdale es una aristócrata del país Browallia. Ella vivía una vida normal en la ciudad capital Sockro, en donde ella y su mejor amigo Keith, el hijo del rey, eran inseparables. Cuando una noche de año nuevo un tirano llamado Taro Algerian tom...