Capítulo 34

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Daño colateral.

Marco se sentó en una silla tallada a mano, su brazo extendido mientras Araziel tomaba medidas meticulosas con un calibrador de latón. El dispositivo, compuesto por sensores, botones y palanquitas rudimentarias, resonaba con un zumbido suave mientras registraba parámetros que solo ella entendía. Las libretas de apuntes se amontonaban por el taller, encima de sillas y mesas, llenas de diagramas y bocetos detallados con el diseño del nuevo brazo biomecánico.

—Qué emoción —dijo Marco—. Se ve que realmente sabes muy bien lo que haces.

—Shhh, por favor, no se mueva —avisó la pelirroja. Tomó el brazo de Marco y lo apoyó sobre un reposador. Marco se tensó como un palo y contuvo un respiro, mientras Araziel se concentrada en las lecturas que lanzaba su calibrador.

Leyla, quien observaba desde una silla más allá, no pudo evitar reírse.

—Ay, Ubaldo. Será mejor que no la desconcentres.

Araziel examinó el brazo de Marco con ojos expertos, sus dedos hábiles explorando cada articulación y cada superficie con precisión quirúrgica. La chica meneaba la cola con gracia y entusiasmo, sumergida en la concentración y la fascinación que le generaba el trabajo que tanto amaba realizar. Su rostro lo reflejaba, pues su expresión brillaba con luz propia, y Leyla la observaba con alegría. Ver a la pelirroja tan entusiasmada siempre le arrancaba una sonrisa que mezclaba orgullo y felicidad.

Las notas garabateadas en las páginas amarillentas de los libros de anatomía, le proporcionaban a Araziel información invaluable sobre la estructura del cuerpo humano. Libros que tuvo que pedir a Leyla, ya que era la primera vez que examinaba al detalle las funciones de una extremidad humana. Para su sorpresa, no había mayores diferencias con respecto a la anatomía de un licantio.

En el taller apareció Dhalia, tras el zumbido de la cortina metálica que se abrió ante su llegada, dejando entrar luz ambiental. La mujer cargaba sobre sus hombros una pieza de hierro enorme. Al señor Aron, quien llegaba en ese momento con una bandeja de aperitivos, le saltaron los ojos al ver a la mujer levantar dicha pieza con tal facilidad.

«Esa cosa requiere el esfuerzo de tres hombres», pensó, dejando la bandeja en una mesita antes de retirarse.

—Gracias, papá —dijo Araziel—. Oh, Dhalia, puede poner el conducto en aquella esquina. Se lo agradezco.

Dhalia siguió el dedo señalador de Ara, y cargó el conducto hasta dejarlo con cuidado sobre el suelo.

—Ya que está aquí, necesitaré otro favor, si no es mucha molestia —solicitó la pelirroja sin apartar la vista de la pantallita de su calibrador.

Sacó una libreta en la que anotó una última cosa antes de entregársela a Leyla. La castaña echó un vistazo a la lista y luego preguntó:

—¿Está todo en la bodega?

—Sí. Unas más accesibles que otras. Por eso quiero que acompañes a Dhalia, por favor —pidió Ara con ojos de súplica —Tú sabes bien cómo se reparte cada segmento.

Leyla asintió con cautela, su mirada encontrando la de Dhalia con un destello de tensión apenas disimulada. La atmósfera entre ellas seguía cargada de resentimiento y desconfianza, ya que, pese a ser producto de una confusión, Leyla no perdonaba que la mujer casi estuvo a punto de matar a Araziel.

La bodega se encontraba cruzando un claro en la parte trasera del patio. El camino estuvo cargado de un silencio incómodo para Leyla, mas no para Dhalia, quien caminaba detrás de ella distraída con el silbido de los pájaros, el correteo de las ardillas en los árboles y la mariposa que se había posado sobre su nariz. El vínculo con la fauna propio de las ninfas en su máxima expresión.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora