Capítulo 43

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Una aguja sin pajar.

«Dhalia Thálassa», dictaba la parte inferior del sobre. Solo leer aquellas letras hizo que la expresión de Dhalia se volviera una pintura de escepticismo, curiosidad y hastío. Ella se detuvo, sorprendida. Nadie debería conocer ese calificativo; lo guardaba celosamente como un secreto, un vínculo con su pasado que creía enterrado para siempre.

Con las manos llenas de inquietud, Dhalia rompió el sello y desplegó el pergamino; la sorpresa fue aún mayor al ver el idioma en que estaba escrita la carta. Haría ya más de doscientos años que no veía aquellos símbolos dispuestos en el papel. Sobra decir que la curiosidad que había sentido, que no era poca, se había disparado hasta el cielo en aquel momento. Sus ojos siguieron cada palabra con una mezcla de incredulidad y expectación.

Entre las líneas trazadas en aquel antiguo idioma, detectó errores ortográficos que no encajaban con la elegancia y precisión que hasta ese momento se realzaba con gran contraste. Los errores solo podrían coincidir con los de un niño, o los de una persona que no domina el idioma; pero, más allá de las faltas, tal manera de expresarse solo podía venir por parte del renombre de un título nobiliario. Así lo confirmó cuando llegó al final y repasó la firma que destacaba en la esquina inferior derecha: «Darya Haimlegh».

Marco y Leyla habían cedido a la curiosidad, asomando las cabezas al descaro para saber quién podía haber escrito una carta a Dhalia, no sin antes haber procesado, desconcertados, el hecho de que, aparentemente, Dhalia tuviese apellido. Solo tuvieron oportunidad de leer por unos breves segundos antes de que Dhalia enrollara el pergamino a toda prisa. Claro está que no entendieron una sola palabra de lo que decía, si es que aquello eran palabras.

Para Dhalia era más que obvia la intención de la duquesa por despertar su interés al escribir en aquel idioma. Además de querer mandar un mensaje cifrado en caso de que alguien interceptara la carta de manera indebida.

Marco y Leyla intercambiaron miradas cargadas de preguntas que no se animaban a formular. Dhalia los miró con una expresión de confusión antes de apartar la mirada y dirigirse al mensajero. El cual pegó un sobresalto al ser descubierto echando el ojo al cuerpo de la mujer.

—Te agradezco —le dijo Dhalia—. ¿Tienes algo más para darme?

El hombre reaccionó como si de pronto recordara que había olvidado algo. Extrajo de su bolso un objeto que entregó a Dhalia. Tal y como decía la carta, un dispositivo le sería entregado junto con ella.

Dhalia examinó con curiosidad aquel aparato, tenía forma circular y estaba adornado con intrincados detalles tecnológicos propios del reino licantio. Una luz azul con patrones hexagonales parpadeaba suavemente en el centro. Al sostenerlo en sus manos, Dhalia podía sentir el zumbido suave de su energía. Era un comunicador de línea directa, como dejó en claro la duquesa en la carta; un artefacto que conectaba directamente con la duquesa Darya sin importar la distancia. Así le haría saber su respuesta sin necesidad de mandar una carta de contestación.

—Y otra cosa más —dijo el mensajero. Le entregó a Dhalia una bolsa de tela café amarrada con un cordón.

Dhalia estiró la palma y escuchó un tintineo cuando el mensajero puso la bolsa sobre su mano. Era pesada, y supo al instante que se trataba de monedas.

Pocos minutos después se hubo despedido el mensajero. Marco no pudo reprimir mas su curiosidad y abordó a Dhalia con las preguntas que cabía esperar. ¿Quién le había enviado la carta? ¿Qué decía? ¿Eran esos carácteres extraños un tipo de idioma? Debía ser alguien importante ya que la carta llevaba el sello real.

Dhalia sostuvo el dispositivo en una mano mientras miraba a Marco con una mezcla de sorpresa y preocupación. Se notaba en su cara una expresión que pocas veces se le veía a la nereida, si es que alguna vez la había visto de tal manera. No pasó por alto ni para Marco ni para Leyla, pero Dhalia se limitó a contestar, de todas las preguntas que había hecho Marco, que en efecto, los símbolos se trataban de un idioma, el cual tuvo el detalle de explicar que hacía mucho había dejado de utilizar. Marco unió las piezas en su cabeza. Recordó que una vez Dhalia le había contado ciertas cosas sobre Oceantía, la isla de la que provenían las nereidas. En sus recuerdos compartidos con ella había visto algún que otro fragmento suelto de Dhalia conversando en, lo que ellas llamaban: Aslídeo.

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⏰ Última actualización: May 14 ⏰

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