Capítulo 22

711 44 90
                                    

Una verdad oculta.

Era el quinto ataque ocurrido en poco más de dos semanas. Casualmente el mismo tiempo que Marco llevaba en Licantia. Cabía la posibilidad de que fuera una desafortunada coincidencia, pero con temor a parecer arrogante, Marco no descartaba la hipótesis de que esas criaturas lo estaban buscando a él. Tenía motivos de sobra para pensarlo.

En ese momento todo pasaba lento, como si la fatiga y el dolor en todo su cuerpo hubieran afectado su percepción del tiempo. Los gritos de los civiles huyendo se escuchaban distantes, los rugidos de las bestias también pese a tenerlas más cerca. Casi una docena de criaturas habían irrumpido. Sin embargo, el escuadrón élite del ejército licantio había aparecido de manera oportuna, y Marco solo pudo maravillarse frente a la exhibición de destrezas que mostraron. Verlos combatir le resultaba un espectáculo impresionante a pesar del caos y el revuelo que predominaba en las calles.

Aunque hubieron ataques anteriores, esta era la primera vez que veía a dichas tropas. Según lo que pudo saber habían estado fuera del reino en una expedición. No sabía los detalles.

Estaba maravillado. El escuadrón élite sostenía un nivel incomparable, unas habilidades de ficción que no había visto siquiera en las películas de Mackie Hand; soltura, coordinación, agilidad, fuerza, velocidad. Una combinación de atributos excepcionales que pocos ejércitos podían presumir. Pero de entre tantas cualidades, la más importante era sin duda la de transmutar su cuerpo para adoptar la forma de lobo.

Los licantios eran por sí solos una especie muy poderosa, pero como en toda civilización o raza, o incluso dentro de cualquier disciplina, siempre existen unos más destacados que otros. Y en el ejército, ese selecto grupo era conocido como La élite, quienes aparte de la realeza, eran los únicos individuos capaces de llevar su cuerpo a ese estado primitivo y convertirse en depredadores.

—Oye, ¿estás seguro de que puedes continuar?. —Le habló el tentáculo desde el interior—. Déjame salir. Puedo ayudar.

Marco se tomó un momento en contestar. Se sentía agotado y el corazón le iba a mil. Estaba alejado del enfrentamiento, dejando el trabajo al recién llegado escuadrón de lobos. Aunque su terquedad le incitaba a esperar recuperar energías para seguir combatiendo.

—No —dijo al fin—. Sabes que no se puede.

—Por favor no me salgas con eso. Nos vas a matar a ambos si sigues así.

A su lado escuchó el sonido del metal acercándose. Pasos de una armadura ligera caminado hacia él. Uno de los soldados se le acercó y Marco salió de su trance para estrechar la mano que le extendió este.

—Chico, ¿Estás bien? —Lo oyó decir. O eso creyó, pues no supo si era su estado al borde del colapso, o el alboroto de alrededor, pero apenas logró captar lo que dijo.

—Eh, sí. Estoy bien—respondió jadeando.

—Gracias por tu ayuda —decía el soldado, alzando un poco la voz para hacerse escuchar—. Lamentamos la demora. Nosotros nos encargaremos desde ahora.

Por suerte habían aparecido, pues Marco no sabía cuánto iban a soportar Keyren, Leyla y él solos por más tiempo. Y es que para sumar dificultad, las criaturas podían regenerarse hasta el punto de que parecía que nada podía matarlas. No tenían claro cuál era su punto débil pues todo indicaba a que no compartían uno mismo. Intentaban apuntar a su cabeza pero no todas se morían. Intentaban ir directo al corazón y el resultado era el mismo. La solución que habían encontrado era hacerlas papilla.

—¡Hey cuidado! —Le gritó la voz del sombionte en su cabeza.

Marco apenas reaccionó lo suficiente para darse cuenta de la franja de energía que se dirigía hacia ellos. El soldado fue más rápido y con unos reflejos relámpago, tomó su capucha y la usó como escudo cubriéndolos a ambos.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora