Capítulo 25

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Unión y separación

Sus manos temblaban a un ritmo tal que le era difícil sostener sus tijeras. Frustrada, Hekapoo se tomó la muñeca con la otra mano; eso detuvo el temblor, pero no bastó para disminuir la sacudida del resto de su cuerpo. Su pecho ardía, sus manos sudaban, y el corazón parecía estar a punto de partirle el pecho. Quizá eso sería algo bueno, morir allí acabaría con el dolor que estaba experimentando y que creyó que jamás volvería a sentir de nuevo.

En ese momento vino a su mente, de golpe y sin piedad, la imagen de Marco besándo a la otra chica. Pese a su esfuerzo titánico por no recordarlo, aquella imagen parecía grabada en sus retinas más que en su cerebro.

Así que volvió a hacer el intento con sus tijeras, debía salir de la tierra lo antes posible. Pero aquel artefacto parecía burlarse de ella, pues por tercera vez se rehusó a abrir ningún portal.

—¡Ábrete! —vociferó con la voz rota. Apretó los párpados con fuerza y las lágrimas no se hicieron esperar. En medio de su desesperación arrojó las tijeras tan fuerte como la poca fuerza le permitió. Entonces, se dejó vencer por el sentimiento y comenzó a llorar como no lo había hecho en cientos de años. Desconsolada y totalmente sola en aquel parque, sentada en una banca que rascaba la poca luz de un poste.

Pasó tanto tiempo, que se había quedado dormida, ya no tenía la energía para llorar, y quizá tampoco las lágrimas. Tenía frío así que se levantó a buscar sus tijeras, sin embargo no las veía, no estaban en el lugar en dónde estaba segura que habían caído.

Se puso de pie un poco nerviosa, debía encontrarlas pues eran su única salida de allí. «Eso te ganas por no saber abrir portales», se dijo. Justo en ese momento un grupo de chicos le taparon el paso, así que retrocedió y alzó la mirada, ella era pequeña, pero esos chicos la hicieron sentir diminuta.

—Hola preciosa— dijo uno de ellos, acercando tanto su rostro que Hekapoo atinó a ver el azul de sus ojos—. ¿Qué haces sola tan tarde?

Ella lo miró de arriba a abajo y echó un vistazo a los demás, eran cuatro en total. No parecían ser chicos con los que pudieras dialogar, de hecho parecían una banda de idiotas, de esos que pasaban su tiempo molestando a otros. Podía zafarse de ellos, eran solo humanos, pero no estaba de ánimos en ese momento, y tampoco sabía si le alcanzaban las fuerzas para ello. Por eso intentó librarse sin llamar la atención.

—D-disculpa, tengo que irme —dijo apartándose, pero el chico la tomó de la muñeca.

—Espera, belleza, no tan rápido ¿Llegas tarde a tu fiesta de disfraces o algo?

Al principio no entendió a qué se refería, hasta que recordó que estaba en su forma de demonio. «Maldición», dijo para sí misma.

—Miren esto, chicos —Se acercó el más grande de todos. Ese en serio era enorme, no diría que gordo sino que ancho. Este tomó uno de sus cuernos y lo jaló hacia él sin el más mínimo cuidado, lo que hizo desbalancear a Hekapoo—. Rayos, esta cosa está muy bien hecha, miren. Incluso parece real.

—Espera, ¿cuernos, colmillos, y una cola? —dijo el de ojos azules—. Oh ya veo. Incluso esos llamativos lentes de contacto naranja, que detallista —Se acercó a ella con una sonrisa sagaz y le susurró al oído—: dime, ¿eres tan mala como tu disfraz? Quizá podríamos pasar un buen rato juntos, ya sabes —Y remató su patético intento de ligue guiñando el ojo.

Hekapoo estuvo a punto de ponerlo en su lugar pero justo en ese momento el chico agarró su cola. Aquello la hizo erizarse de escalofrío, a la vez que fue lo último que soportó su paciencia, porque en un acto de reflejo acabó lanzando al chico a varios metros de un empujón.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora