Capítulo 39

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El legado de las reinas.

En la opulenta privacidad de sus aposentos, la reina Moon se sumía en la tarea de revisar documentos y escritos reales. La suave luz dorada de la mañana iluminaba la estancia mientras la monarca se enfocaba en los asuntos de Mewni. Su escritorio estaba repleto de mapas, informes y correspondencia de los diferentes rincones del reino. Los temas eran variados, pero con un eje central: los daños causados por el terremoto.

La noche anterior no había podido pegar los ojos. Las imágenes del desastre azotaban su mente, tan nítidas que con cada parpadeo podía revivir el momento.

De repente, un suave suspiro escapó de su boca mientras cerraba un libro de forma delicada. Se levantó de su silla, dejando los anteojos sobre la mesa, y estiró ligeramente los músculos tras horas de concentración y cansancio. Al dar unos pasos, su mirada se desvió hacia una esquina de la habitación, en donde se encontraba una maceta delicadamente colocada en un pedestal adornado. En el centro de esa maceta, erguida con gracia, florecía una rosa de pétalos azules como el cielo.

Se acercó con paso ligero y contempló, con cierta pesadez y resignación, aquellos pétalos que exhibían un notorio marchitamiento. Su mirada entonces se dirigió hacia el calendario que colgaba de la pared contigua, solo para corroborar la fecha marcada en tinta roja que había pasado por alto. «Qué rápido», dijo para sí misma.

Se dirigió hacia el balcón y, apoyando las manos en la barandilla, contempló con el mismo semblante pusilánime, además de las secuelas del sismo, el deterioro progresivo del jardín.

La reina dejó escapar un suspiro melancólico, sintiendo el peso de la responsabilidad descansando sobre sus hombros. La rosa en la maceta, símbolo de la vitalidad mágica que fluía a través de su linaje, era un recordatorio tangible de la conexión entre la salud del reino y el poder de la familia real.

La mujer volvió a la habitación y tomó la rosa con delicadeza. «El tiempo no está de nuestro lado, pero aún hay deberes que cumplir», susurró, como si buscara consuelo en los pétalos.

De repente, el rey River llamó a la puerta con un tono de preocupación genuino. Moon, sin tiempo para responder, vió a su marido derribar la puerta con una patada innecesaria. La mujer no pudo más que llevarse la mano al rostro.

—¡Querida, hay noticias urgentes!

—River, querido. No era necesario derribar la puerta —respondió Moon, serena.

—¡Es el domo, mi amor! —exlcamó el rey, acercándose a ella—. Llegaron informes de los soldados, ¡ha amanecido debilitado!

La reina no se dejó llevar por la desesperación de su marido. Mantuvo una postura elegante y una sonrisa insinuosa, invitando al hombre mirar la rosa. Fue entonces que el rey comprendió.

    —Oh, ya estás al tanto —su tono de voz cambió a uno más sosegado—. ¿Entonces ya se cumplió el ciclo?

Con suma delicadeza, Moon colocó la maceta de vuelta en el pedestal, y respondió a su marido con suavidad.

—Da la orden de despertar a Star, querido. Antes debo encargarme de algunos asuntos, pero necesito que se prepare antes del atardecer.

River no respondió de inmediato. Relajó su cuerpo y dejó la tensión atrás antes de acercarse al pedestal, al lado de su esposa.

—Siento que esta vez ocurrió muy pronto... —la mirada en el rostro del hombre mostraba cierta tristeza—. Sí te sientes bien, ¿verdad?

Moon sonrió, melancólica.

—Estoy bien, cariño, es parte del proceso. Los años no pasan en vano, querido. Ya no soy la joven llena de vitalidad y energía veinteañera —sus ojos estudiaron el rostro del hombre mientras su mano acariciaba las pequeñas arruguitas de sus pómulos—. Siempre hemos sido consientes de este decaimiento.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora