Capítulo 41

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Cavilaciones

Marco reflexionaba sobre la posibilidad de tener un brazo mecánico, preguntándose si sería capaz de percibir sensaciones como el frío, sentir el roce de otra mano, del viento o de la tela, o incluso diferenciar texturas con sus dedos; lo blando, lo duro, lo viscoso, lo pegajoso... En un lugar como Licantia, donde la tecnología y la magia convergían de manera sorprendente, la idea no parecía tan descabellada. Los avances tecnológicos estaban tan avanzados que un humano podría confundir fácilmente las funciones de un artilugio con la magia misma.

Más allá de las maravillas tecnológicas, lo que realmente importaba a Marco era recuperar la extremidad perdida. Aunque intentaba mantener sus sentimientos ocultos, especialmente frente a Dhalia, no podía evitar sentirse ansioso por recuperar su brazo. La mirada de Dhalia, una mezcla de agradecimiento y desdén, siempre lo perturbaba. No quería que se sintiera culpable por la pérdida de su brazo, especialmente porque fue él quien tomó la decisión de actuar.

Desde la separación de cuerpos, todo se había convertido en un desafío. Se sentía como un niño aprendiendo a caminar, o incluso peor, como si ni siquiera supiera gatear. Toda su vida había sido diestro y nunca se había preocupado por entrenar su mano izquierda para realizar tareas cotidianas. ¿Para qué molestarse? Nadie piensa en aprender a escribir con la mano no dominante en caso de perder su brazo hábil. O aprender a cepillarse los dientes, o peinarse...

Lo peor de todo era la sensación del la extremidad fantasma. Eran interminables las ocasiones en las que podía sentir que su brazo derecho aún seguía ahí. Le dolía, sentía entumecimiento, calor, frío, el roce de la tela de su camisa, pero cuando se volvía a mirar, todas las sensaciones desaparecían de golpe. Era una tortura.

«Espero que todo acabe pronto», se dijo, mientras se colocaba un aparato metálico que abrazaba su muñón con gran comodidad. Araziel se lo había dado, sobre todo pensando en proteger la integridad del corte.

Mientras los demás se preparaban para partir hacia el distrito central, el mensajero esperaba ansioso del otro lado de la valla.

Marco intentaba imaginar qué tan grave habían sido los daños en la ciudad. ¿Tan fuerte fue el terremoto? La imagen de edificios derrumbados y gente malherida lo perturbó. Y cuando en su mente vio la sangre y los cuerpos sin vida de niños inocentes, tuvo que sacudir la cabeza para alejar esos pensamientos.

—¿Te encuentras bien?

Marco vio a Dhalia ajustando el pliegue de su vestido que se cernía sobre su cintura.

Había cambiado su vestimenta por algo menos revelador, algo que él agradecía. Seguía yendo descalza. Marco se había dado por vencido después de pasar días pidiéndole que se probara algún calzado de su agrado. «Soy más ligera con los pies al viento», le dijo entonces, por lo que él desistió. Vista así parecía una muchachilla de quince años entrando en la dulce y desdeñable etapa de la secundaria.

—Sí, estoy bien.

—Tu cara se ve pálida —le dijo ella. Era un tono extraño, de reproche y preocupación al mismo tiempo.

A decir verdad, no se sentía del todo bien. Hacía rato que un dolor de cabeza le estaba martillando los sentidos. Era una sensación similar a cuando su mente pugnaba por rasgar los recuerdos perdidos que tuvo con Hekapoo. A veces se preguntaba si habría sido mejor haber olvidado eso por completo.

De haber sido así puede que nunca hubiese conocido a Dhalia. No se habría manifestado el brazo monstruo y él conservaría su extremidad intacta. Pensar en ello le revolvió el estómago. Visto de cierta manera, había hecho un recorrido digno de narrar en historias a futuros nietos. Ya no podía imaginarse su vida sin Dhalia... Haber conocido amigos como Araziel o Keyren; haber visto de nuevo a su prima... A pesar de lo sucedido, habían salido cosas buenas de todo esto.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora