Dimensión en llamas

Capítulo 35

Sin calma tras la tormenta.

En medio del terremoto en las calles de Mewni, se abrió un portal del que salió Rhombulus, imponente y con su ojo brillando bajo la lluvia, se adaptó a la situación en cuanto las sacudidas del suelo lo obligaron a mantener el equilibrio. Sin pensarlo dos veces, se puso manos a la obra, dirigiendo a la gente hacia lugares seguros y ayudando a los que estaban en apuros.

Desconcertado, observaba al caos alrededor con una mirada de incredulidad y asombro, como si lo que tuviera frente a él fuera producto de la peor de las pesadillas. El ruido era abrumador, el crujir del suelo resonaba con fuerza, y la sacudida era tal que incluso él, con su robustez, debía luchar por mantenerse en pie.

«Esto tiene que ser una broma», pensó.

De repente, un estruendo le llegó desde su derecha, justo cuando el puente de piedra que conectaba la ruta de evacuación se desplomaba. Los gritos de la gente se alzaron en el aire, y la angustia escaló al siguiente nivel.

Rhombulus se apresuró hacia el lugar, esquivando escombros y sorteando a los ciudadanos en pánico. Sin embargo, se vio obligado a detenerse en seco cuando una estructura se derrumbó a pocos metros de él, un edificio cuya base cedió ante la fuerza del sismo.

Nadie tuvo tiempo de preocuparse por el colapso anterior, porque una segunda estructura comenzó a balancearse peligrosamente hasta que todo el frente cayó en picada hacia ellos. Rhombulus reaccionó rápidamente, lanzando su magia para crear una barrera en forma de elipse, como si fuese una ola congelada en el tiempo, justo a tiempo para que la edificación se desmoronara con un estruendo ominoso sobre el diamante, arrojando piedras y madera en todas direcciones.

Las personas, presas del pánico, buscaron refugio bajo techos seguros, esperando que la lluvia de escombros cesara para poder continuar su escape del lugar.

La hazaña de la barrera inspiró a Rhombulus, quien se posicionó en el centro de la calle y comenzó a lanzar rayos a ambos lados, creando barreras de gran altura, en forma de elipse, como una especie de cápsula improvisada que se erguía sobre sus cabezas. Esta cápsula despejaba el camino, protegiendo a los ciudadanos mientras avanzaban hacia el puente, sorteando los obstáculos que el terremoto había sembrado en su camino.

Continuó todo el trayecto desplegando su magia hasta que finalmente llegó al puente. El tumulto de personas que se habían quedado de este lado, se giraron hacia él con ojos de esperanza. Algunos, sin embargo, no fueron capaces de esperar por ayuda, ya que la brecha entre un lado y el otro no era muy profunda, por lo que decidían hacer el esfuerzo de bajar y luego escalar hacia el otro lado. Aunque no era un método seguro, el instinto de supervivencia les hacía arriesgarse.

—¡No se preocupen! —exclamó Rhombulus con aires de grandeza—. Yo me encargo.

Mientras Rhombulus se esforzaba por reparar el puente, los ciudadanos se agolpaban ansiosos, esperando el momento oportuno para cruzar. De repente, varios soldados emergieron entre la multitud, y a lo lejos se divisó una segunda oleada de personas acercándose al puente: soldados y civiles, niños y mujeres, carretas con caballos y algún ganado suelto.

En medio de esa amalgama de gente, la reina Moon avanzaba con paso decidido bajo la lluvia, cargando a una niña sobre su espalda. Los pequeños brazos de la niña se aferraban con fuerza para no caer. El suelo seguía meciéndose, y la tormenta rugía en el cielo con ferocidad. La gente, con rostros tensos y ropajes empapados, lidiaba con el desafío de avanzar en medio del caos. Algunos se apoyaban en otros para mantener el equilibrio, mientras que otros se aferraban a las paredes y barandillas para no perder el paso.

Algunos soldados se encargaban de quitar los escombros del camino para la reina, y cuando las dos multitudes se encontraron, Moon atravesó el tumulto de personas mientras estas se apartaban respetuosamente a su paso.