Capítulo 31

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El rostro del caos

Caía el atardecer en el reino de Mewni, en donde la gente del pueblo se preparaba para la llegada de la noche. Los padres llegaban de trabajar y sus hijos los recibían alegremente, los mercaderes preparaban lo último en sus tiendas para cerrar, y los niños acudían a sus casas por el llamado de sus madres ordenándoles volver.

A las afueras de la cuidad, alejado de cualquier retazo de civilización, en donde las colinas obstruían gran parte de los rayos del sol que ya se asomaban con debilidad, se encontraba esta chica, agitada, sudando y con dificultades para caminar correctamente, como si le hubieran drenado todas las energías de un sopapo. Miraba hacia atrás constantemente sin detener el rumbo de su andar poco coordinado, dándose con ramas, tropezando con piedras y espantando a la fauna cercana que la veían venir como una criatura peligrosa.

Cayó al suelo de rodillas tras hundir el pie en una depresión del camino irregular por el que se movía. No tuvo fuerzas o voluntad para ponerse de pie otra vez, así que se fue a gatas hacia un árbol cercano y se sentó apoyando la espalda en este, no sin antes asegurarse una vez más de que no venía nadie siguiendo sus pasos. Se quedó ahí, mientras su pecho subía y bajaba con brusquedad intentado recuperar el aliento.

Se mantenía alerta y con los nervios de punta, sacudiéndose por el mínimo sonido o movimiento que percibía, lo que suponía una tortura pues no paraba de escuchar el andar de los roedores que merodeaban cerca, los repitles arrastrándose, los peces chapoteando en el río aledaño, o las ramas secas que se desprendían de los árboles hasta darse contra el suelo.

Cerró los ojos e inspiró una buena bocanada de aire

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Cerró los ojos e inspiró una buena bocanada de aire. Debía procurar bajar la frecuencia de sus latidos si pretendía esconder su aura. Si ya la estaban buscando, solo era cuestión de tiempo para que en sus radares detectaran la irregularidad de una enorme energía moviéndose hacia el este. No estaba en condiciones de resistirse, se sentía tan débil que a duras penas pudo liberarse para escapar.

Sacó una pequeña cantimplora que cargaba y se bebió el agua en tres tragos grandes, se estaba muriendo de sed, y aunque no fue suficiente con lo que tomó, al menos pudo humedecer los labios y refrescar la garganta. Se giró a mirar atrás, asomando la cabeza por el árbol, más como un reflejo instintivo que le había nacido de repente. No había moros en la costa, quizá el cabeza de diamante había prescindido de buscarla, o tal vez no se había enterado de su escape. No, a estas alturas ya debía haber vuelto a la cueva en donde la tenía prisionera, y siendo así lo mejor era no parar el ritmo.

Lo que más le preocupa eran los drokers. Esos malditos engendros podían seguir el rastro de cualquiera, incluso después de haber cruzado varias dimensiones. Lo peor es que su máquina de movimiento perpetuo le fue confiscada por Rhombulus, sin ella no podría salir de ahí, además se sentía demasiado debilitada para volar o abrir portales.

Se había metido en un embrollo, justo como le habían advertido. A decir verdad, fue un milagro haber podido escapar de Rhombulus, el tipo había perdido la cabeza y no sabía de lo que era capaz de hacerle cuando dejara de serle útil.

Dimensión en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora