Alar y piedras.
Ben agarró del suelo un pedrusco algo más grande que su puño. —¿Qué pasará si suelto esta piedra?
Pensé un poco. Las preguntas aparentemente sencillas que surgían durante las lecciones casi nunca eran en realidad fáciles. Al final, dí la respuesta obvia. —Probablemente caerá.
Ben arqueó una ceja, llevaba varios meses entretenido con mi educación y no había tenido muchas ocasiones de que quemárselas. —¿ Probablemente? Hablas como una sofista, corazón. ¿Acaso no cae siempre una piedra cuando la sueltan?
Le saqué la lengua. —No intentes complicarme, eso es una falacia, vos mismo me lo enseñaste.
Ben sonrió. —Muy bien. ¿Te parece bien decir que creés que caerá?
—Sí, me parece bien.
—Quiero que creas que cuando la suerte, caerá hacia arriba. —Su sonrisa se agrandó.
Lo intenté, era como hacer gimnasia mental. Al cabo de un rato, hice un gesto de asentimiento.
—Okay, ¿estás convencida?
—No mucho. —Admití.
—Quiero que creas que esta piedra va a flotar. Tenés que creerlo como con una fe capaz de sacudir árboles y de mover montañas —hizo una pausa y cambió de táctica—. ¿Creés en Dios?
—¿En Thelu? Masomenos.
—Eso no basta. ¿Creés en tus padres?
Esbocé una sonrisa. —A veces, ahora no los veo.
Ben dio un resoplido y agarró la vara que usaba para exfoliar a Alpha y Beta cuando se ponían vagos. —¿Creés en esto, E'lir? —Solo me llamaba E'lir cuando consideraba que mi actitud era demasiado obstinada. Levantó la vara para que yo la inspeccionara. Había un destello de malicia en sus ojos. Decidí no tentar a la suerte.
—Sí.
—Bien. —Golpeó el costado de la caravana, produciendo un fuerte “crack”. Al oír el ruido, Alpha torció una oreja, no estaba segura de si iba dirigida a ella o no. —Esa es la clase de fe que necesito. Cuando suelte esta piedra, saldrá flotando libre, como un pájaro —blandió un poco la vara—. Y no me vengas con filosofías de cuarta, o voy a hacer que te lamentes de haberte aficionado a esos jueguitos.
Asentí con la cabeza. Puse la mente en blanco mediante uno de los trucos que ya había aprendido y me concentré en creer. Empecé a sudar. Pasados unos diez minutos, volví a hacer un gesto de asentimiento.
Ben soltó la piedra, que cayó al suelo. Empezó a dolerme la cabeza y Ben recogió la piedra. —¿Creés que flotó?
—No. —Me frote las sienes, enfurroñada.
—Bueno, no flotó. Nunca te engañes y percibas cosas que no existen. Ya sé que es una tentación, pero la simpatía no es un arte para los débiles de voluntad —volvió a sostener la piedra—. ¿Creés que va a flotar?
—No flotó.
—No importa —su modo de responder, el tono más bien, era el de un profesor que ya está frustrado de tanto explicar su asignatura—, intentá otra vez —agitó la piedra—. El alar es la piedra angular de la simpatía. Si pretendés imponerle tu voluntad al mundo, tenés que controlar tu capacidad de creer.
Lo intenté y lo intenté. Era lo más difícil que había hecho jamás. Me llevó casi toda la tarde. Al final, Ben consiguió soltar la piedra y que yo mantuviese mi firme creencia de que no caería, pese a que todo indicara lo contrario. Oye el golpe de la piedra contra el suelo y miré a Ben. —Ya lo entiendo. —Dije con calma y con una buena dosis de pedantería.
Ben me miró con el rabillo del ojo, como si no me creyera del todo pero no quisiese admitirlo. Con aire ausente golpeó la piedra con una uña, luego se encogió de hombros y la levantó en alto. —Quiero que creas que cuando la suelte, esta caerá y no caerá. —se sonrió.
Esa noche me acosté tarde, me sangraba la nariz y tenía que taparme la boca porque reía de satisfacción. Mantuve ambas creencias en mi mente y dejé que su disonancia me calmara hasta quedarme dormida. Pensar en dos cosas a la vez, además de resultar poderosamente eficaz, era muy a cantar uno mismo las dos voces de una canción. Se convirtió en uno de mis juegos favoritos.
Después de dos días practicando, podía cantar un trío. Poco después había conseguido el equivalente mental a hacer desaparecer cartas y hacer malabarismos con puñales. Hubo muchas lecciones más, pero ninguna resultó tan fundamental como la del alar. Ben también me enseñó el corazón de piedra, un ejercicio mental que te permitía apartar tus emociones y prejuicios, y pensar con lucidez en lo que quisieras. Ben aseguraba que, quién pueda dominar de verdad el corazón de piedra, podía ir al funeral compartido de su madre, padre y hermanos sin derramar ni una sola lágrima. También me enseñó un juego llamado buscar la roca. El juego consistía en hacer que tu mente escondiera una roca imaginaria en una habitación imaginaria también, despues, otra parte de tu mente tenía que encontrarla. En la práctica mediante esa técnica, se desarrolla un valioso control mental. Si aprendés a jugar a buscar la piedra, con seguís un alar duro como el hierro, que es lo que se necesita para practicar la simpatía.
Sin embargo, aunque pensar en dos cosas a la vez resulta tremendamente útil, el entrenamiento que se precisa para dominar esa habilidad, es cuanto menos frustrante y, a veces, un tanto de lo más perturbador.
Recuerdo una ocasión en la que busqué la roca casi durante una hora antes de consentir en preguntar a la otra mitad de mí dónde la había puesto. Bueno, resulta que no había escondido; resulta que quería saber cuánto rato buscaría antes de rendirme. ¿Alguna vez han estado enfadados y contentos con ustedes mismos? Es un sentimiento interesante, por no decir más.
En otra ocasión pedí pistas y acabé burlándome de mí misma. No es de extrañar que muchos arcanistas sean un poco excéntricos, o que están absolutamente mal de la cabeza también se podría decir. Como había dicho Ben: la simpatía no es para los débiles de voluntad.

ESTÁS LEYENDO
𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎
Fanfiction(Cassandra Dimitrescu x OC) En la posada Roca De Guía una mujer espera. En los sonidos más tranquilos y bajos encuentra algo que puede usar para aferrarse. La mujer es alguien que quizá conozcas. Es su máscara apacible y calmada la que quizás te es...