Capitulo 5

117 13 0
                                    


   De camino a Newarre. 

Donna caminaba, el día anterior había cojeado, pero ahora le dolían los pies pisara cómo pisase, así que no tenía sentido cojear. Había buscado un caballo qué comprar en El Vado De Ahbot y en Tanish, y llegó a ofrecer las sumas más exorbitantes por los animales más lamentables; pero en los pueblos pequeños como esos, a la gente no le sobraban caballos, sobre todo estando próximo el tiempo de la cosecha.

Pese a haber estado el día entero andando, seguía su camino sin detenerse cuando se acentuó la noche. La calzada de tierra con profundas rodadas se había convertido en un terreno traicionero, lleno de siluetas apenas vistas.

Tras dos horas a tientas avanzando en la oscuridad, Donna vio unas luces que parpadeantes llamaron su atención por brillar tras las hojas de los árboles. Eso la hizo abandonar su propósito de llegar a Newarre esa noche, pues no pudo renunciar a la hospitalidad que le podía ofrecer una granja.

Abandonó el camino y fué hacia la luz, dando tumbos entre los árboles, pero el fuego estaba más lejos y era mayor de lo que le había parecido. Nose trataba de la lámpara de una vivienda, ni de las chispas de una fogata. Era una hoguera que ardía con fiereza entre los dos muros desmoronadizos que eran lo que quedaba de una casa.

Acomodada en la esquina que formaban esas dos paredes había sentada una mujer. Llevaba una capa con capucha, se abrigaba con ella como si fuera un día de pleno invierno y no una temporada noche se otoño. Las esperanzas de Donna aumentaron cuando vio un cazo de cocinar sobre un ligero fuego. Pero al acercarse, percibió un olor desagradable que se mezclaba con el humo de leña. Apestaba a pelo quemado y a flores podridas.

Rápidamente Donna pensó que, fuera lo que fuese lo que esa mujer estaba cocinando en el cazo de hierro, no quería probarlo. Sin embargo, la perspectiva de acurrucarse junto al fuego era mejor que la de acostarse en la cuneta. La cronista entró en el círculo de luz que proyectaba la hoguera —pude ver el fue-... —Se interrumpió porque la figura se puso de pie en un parpadeo. No, menos que eso. Solo con un brinco estaba parada, sujetando lo que parecía una espada con ambas manos. No. No era una espada, sino una especie de garrote largo y oscuro, teniendo una forma demasiado regular para ser un garrote. Donna se paró en seco. —Solo buscaba un lugar para dormir —se apresuró a decir. Inconscientemente agarró el aro de hierro que traía colgado por el cuello—. No quiere tener broncas con nadie, te dejo cenar en paz.

Dio un atrás. La figura se relajó, bajó el garrote, que rozó una piedra, y produjo un sonido metálico. —Por el carbonizado cuerpo de Dios, ¿qué hacés acá a estas horas de la noche?

—Iba a Newarre y vi el fuego

—¿Y te dirijiste en plena noche hacia un fuego desconocido? —La mujer encapuchada sacudió la cabeza. —Es mejor que te acerques —le hizo un gesto para que se acercara y la escribana se percató de que la individuo llevaba puestos unos gruesos guantes de cuero—. Que Thelu nos asista. ¿Tuviste mala suerte toda la vida o la estuviste reservando para esta noche?

—No sé a quién esperás —dijo la cronista, y todavía retrocedió un paso más—, pero estoy segura de que preferirías hacerlo sola.

—Cerrá el culo y escuchá —le replicó con aspereza—. No sé cuánto tiempo nos queda —miró hacia abajo y se frotó la cara—. Dios, nunca sé lo mucho o poco que tengo que decir. Si no me creés vas a pensar que estoy loca, y si lo hacés, te vas a cagar en las patas y todo empezaría —devolvió los ojos arriba y notó que Donna no se había movido—. Vení acá, la puta madre. Si te vas, si te vas ahora, vas a morir.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora