Capitulo 15

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   Interludio. Sangre bajo la piel. 

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En la posada Roca De Guía reinaba el silencio. Rodeaba a las dos mujeres sentadas frente a la otra en aquella mesa, en una habitación por lo demás vacía, pasando para hacer un círculo que les envolviese a todo el resto del mundo allí.

Blair había dejado de hablar, y si bien parecía que estaba mirándose las manos entrelazadas, en realidad su pensamiento estaba muy lejos del lugar en el que estaba. Cuando por fin levantó la cabeza, casi la sorprendió encontrarse a La Cronista, sentada al otro lado, con la pluma suspendida en el tintero y la rubia que, por su cercanía y cómo la tomaba de la mano, se podía intuir que era su pareja. Blair exhaló un suspiro y y le hizo una seña a Donna para que dejara de escribir. La escribana obedeció y secó el plumín con un trapo limpio para dejarlo sobre la mesa.

—Necesito tomar algo —anunció de pronto Blair, como si eso la sorprendiera—. No acostumbro a hablar tanto últimamente y tengo la boca seca —se levantó de la mesa con un ágil movimiento, como telegrafiado con la gracia de quienes saben cómo moverse y que las miradas sean suyas, y se dirigió a la barra entre el laberinto de mesas vacías—. Puedo ofrecerles de todo: cerveza negra, vino blanco, sidra con especias, chocolate, café.

Donna arqueó una ceja, viéndose tan sorprendida como la propia Madre Miranda, Alcina y hasta Karl. Fue el último junto a Danieles quienes, despues de la sorpresa inicial, se entusiasmaron —¡Yo quiero chocolate caliente con leche y una pizca de calena! —Gritó una emocionada Daniela.

—Lo mismo. —Le siguió el ahora sonriente Karl.

Blair no pudo evitar que se le torcieran los labios en una mueca divertida mientras sacaba una tableta de chocolate negro de debajo de la barra. —¿Tenés chocolate? —le interrogó Donna— Qué maravilla. No esperaba encontrar una cosa así tan lejos de —carraspeó educadamente—, bueno, de ninguna parte.

—Acá en La Roca De Guía no hay algo que nos falte —dijo Blair, haciendo un ademán que abarcó la vacía estancia, pasando desde las paredes hasta el rincón ocupada por Cassandra, que no había despegado sus orbes dorados de la pelirroja en ningún momento—. Excepto clientes, por supuesto —sacó una jarra de barro cocido y la apoyó con un ruido hueco. Suspiró y gritó: —¡Dante, traé un poco de sidra! —detrás de la puerta que había al fondo del local, sonó una respuesta que nadie pudo escuchar— Daaaanteee —pronunció lentamente y con fastidio, pero al parecer demasiado bajo para que la oyeran.

—¡Mové el culo y bajá a buscarla! —se anunció la fuerte voz del sótano—, yo estoy ocupado.

¿Tenés un empleado? —Preguntó Alcina, arqueando una ceja. No era secreto que, a pesar de pulcra, la dama del castillo Dimitrescu tendía a desarrollar una relación buena más rápido con aquellos afortunados que estaban con la cabeza bien sentada.

Blair se acodó en la barra y sonrió con indulgencia. Pasados unos instantes, al otro lado de la puerta se oyó a alguien con botas de suela dura, subiendo la escalera de madera, entonces apareció Dante; murmurando por lo bajo. Vestía con sencillez: una camisa negra de manga larga remetida en los pantalones blancos, y los pantalones holgados pero no tanto como aquella moda urbana ya pasada que ahora solo siguen unos cuantos. Tenía una cara de facciones delicadas y afiladas, con la mandíbula definida se presentaba ese rostro orgulloso y bastante hermoso, acompañado de unos casi brillantes ojos azules.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora