Capitulo 42

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   Suficiente cuerda. 

Al día siguiente llegué a la clase de Hemme con diez minutos de antelación y me senté en la primera fila, y esperaba poder hablar con él antes de que empezara la clase para no tener que quedarme y aguantar otra de sus lecciones. Desgraciadamente Hemme no llegó pronto.

La sala de conferencias ya estaba llena cuando el maestro entró por la puerta más baja de la sala y subió los tres escalones de la tarima elevada de madera. Recorrió la sala con la mirada, buscándome.

—Ah, sí. Acá está nuestra chica prodigio. Levantate, ¿puede ser? —me levanté sin saber muy bien qué estaba pasando— Tengo buenas noticias para todos —anunció Hemme—; la señorita Eleonor me aseguró que comprende perfectamente los principios de la simpatía y se ofreció para impartir la clase de hoy —hizo un amplio ademán para indicarme que subiera con él a la tarima. Me sonrió con dureza—. ¿Señorita Eleonor?

Se estaba burlando de mí por supuesto, y esperaba que me quedaran mi asiento, avergonzada y acobardada, pero yo ya había soportado suficientes bravuconadas en la vida, así que subí a la prima y le estreché la mano.

Me dirigí a los alumnos con mi vozarrón de actriz. —Le agradezco mucho al maestro Hemme que me haya brindado esta oportunidad. Confío en poder ayudarle a arrojar algo de luz sobre este importantísimo tema.

Hemme, que había sido quien había empezado ese pequeño juego, no podía interrumpirlo sin ponerse en ridículo. Me estrechó la mano y me miró como mira un lobo a un gato encaramado en un árbol. Sonrío para sí, bajó de la tarima y ocupó el asiento que yo acababa de dejar libre en la primera fila. Estaba seguro de mi ignorancia y dispuesto a dejar de continuara la farsa. No habría salido airosa de no ser por dos de los numerosos errores de Hemme; primero era su estupidez al no creer lo que le había dicho el día anterior. El segundo era su deseo de verme pasar toda la vergüenza posible. Para explicarlo en pocas palabras, diré que me estaba dando suficiente cuerda para que me ahorcara yo misma. Por lo visto no sabía que, una vez que está hecho el nudo, la soga se ajusta con la misma facilidad a un cuello que a otro.

Me volví hacia los alumnos. —Hoy voy a presentar un ejemplo de las leyes de la simpatía. Sin embargo, como tenemos un tiempo limitado, necesitaré ayuda con los preparativos —señalé un alumno al azar—. ¿Serías tan amable de traerme un pelo del maestro Hemme, por favor?

Hemme se arrancó un pelo y se lo ofreció al alumno con exagerada teatralidad. Cuando el chico me lo trajo Hemme sonrío como si aquello lo divirtiera de verdad, convencido de cuanto más grandiosos fueran los preparativos, mayor sería mi bochorno al final.

Aproveché ese ligero retraso para ver qué material disponía para trabajar. En uno de los lados de la tarima había un brasero, y en los cajones de la mesa de trabajo encontré tiza, un prisma, cerillas de azufre, una lupa, tres velas y unos bloques de metal de formas extrañas. Agarré solo las tres velas. A continuación sostuve el pelo de Hemme que me trajo el alumno, resultó ser Vásil; el chico que Hemme había intimidado el día anterior.

—Gracias, Vásil. ¿Querés traer ese brasero y encenderlo tan a prisa como puedas? —Vásil acercó el brasero, y me alegré al ver que estaba equipado con un pequeño fuelle. Mientras Vásil vertía alcohol sobre el carbón y le prendía fuego, me dirigí a la clase— Los conceptos de la simpatía no son muy fáciles de entender, pero todo se basa en tres sencillas leyes. La primera es la doctrina de la correspondencia, según la cual, la similitud aumenta la simpatía. La segunda es el principio de consanguinidad, establece que una parte de una cosa puede representar la totalidad de esa cosa. La tercera es la ley de la conservación, que afirma que la energía ni se crea ni se destruye. Correspondencia, consanguinidad y conservación, las tres C.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora