Capitulo 19

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   Interludio. Otoño. 

Blair levantó una mano para indicarle a la escribana que iba a hacer una pausa, luego se volvió hacia su pupilo y frunciendo el ceño dijo: —dejá de mirarme así, Dante.

Dante estaba a punto de llorar, más al borde de las lágrimas que el propio Ethan —no sabía nada, Bri —confesó con voz quebradiza

Blair hizo un ademán, como si cortara el aire con el filo de la mano —no tenías porqué saber nada. Tampoco hay motivo para exagerar.

—Pero, Bri

La posadera miró a su alumno con severidad —¿qué, Dante?, ¿tengo que llorar y agarrarme la cabeza? , ¿maldecir a Thelu y sus angeles?, ¿darme golpes en el pecho? No. Eso es drama barato —su expresión se suavizó un tanto—. Agradezco tu preocupación, pero esto no es más que una parte de la historia. No es siquiera la peor parte, y no la estoy contando para cosechar la simpatía de nadie —Blair apartó la silla de la mesa y se levantó—. Además, todo eso pasó hace mucho tiempo —dijo quitándole importancia con un gesto de la mano y ojos vagamente entrecerrados—. Y ya sabés lo que dicen: el tiempo todo lo cura —se frotó las palmas y prosiguió—. Bueno, voy a buscar suficiente leña para calentarnos el resto de la noche. Todo parece indicar que va a hacer frío, y somos muchos. Mientras estoy fuera ustedes dos —señaló a Dante y Ethan— podrían hornear un par de hogazas e intentar serenarse con el resto. Me niego a contar el resto de esta historia si siguen mirándome con esos ojos de vaca. —La última frase fue más bien dirigida para Daniela y Dante más que para Ethan, él ya estaba lo bastante recuperado para que no le brillen los ojos, indicativo de que Karl tomó como señal de que le debería seguir coqueteando pronto.

Dicho lo dicho, la ilustre posadera fue hasta detrás de la barra y atravesó la cocina para salir por la puerta trasera de la posada. Dante se frotó los ojos.

—Mientras esté ocupada estará bien —dijo en un susurro

—¿Perdón? —preguntó Bela, aguzando más el oído. Se removió incómodamente en el asiento, como buscando una forma de disculparse para poder retirarse y no encontrarse cómo.

Dante compuso una amable sonrisa honesta. Sus ojos volvían a ser de un azul humano, pero Ethan no notó aquello. —Me emocioné mucho cuando me enteré de quiénes eran, sobre todo respecto a Donna estaba acá para que ella contara su historia. Últimamente ha estado de un humor muy sombrío y no habia forma de animarla. No tenía otra cosa que hacer que sentarse y cavilar, estoy seguro que recordar los buenos tiempos la hará... —hizo una mueca— Creo que no estoy diciendo lo que quería decir. Les pido disculpas por lo que pasó antes. Estaba ofuscado.

—No —balbuceo La Cronista—, soy yo quien —hizo una pausa apresurada—. Fue culpa mía. Me disculpo.

Dante sacudió la cabeza —es lógico que te sorprendieras, y solo intentaste vincularme —formó una mueca de dolor—. No es agradable para nada. Es como si te dieran una patada en la entrepierna, solo que el dolor se siente todo el cuerpo —Ethan y Karl se sacudieron brevemente—. Te sentís débil y mareado, pero es solo dolor. No me hiciste ninguna herida —Dante parecía turbado—. Yo estaba dispuesto a las últimas consecuencias. Podría haberlos matado antes de pararme a pensarlo.

Antes de que se formara un incómodo silencio y un deseo de probar las habilidades de Dante por parte de Cassandra, Donna habló —¿por qué no aceptamos lo que dijo Eleonor? Ambos fuimos víctimas de una idiotez cegadora, y lo dejamos así —Donna esbozó una tímida sonrisa, pequeña pero sincera a pesar de las circunstancias—. ¿En pases? —extendió una mano

—En pases. —Se estrecharon las manos con mucho más afecto que la primera vez, como dos completos desconocidos que acababan de entablar una conversación que reveló las cosas en común que poseían el uno con el otro y desde entonces se formó una profunda amistad. Cuando dan te retiró la mano se le subió la manga, revelando así un cardenal en su muñeca. Tiró del puño de la camisa hacia abajo para tapárselo —es de cuando ella me agarró —se apresuró a decir—. Es mucho más fuerte de lo que parece. No se lo digan, eso solo le haría sentirse mal.

——————

Eleonor salió por la puerta de la cocina. Miró alrededor y pareció sorprenderle encontrar una templada tarde de otoño, y no el bosque primaveral de su historia.

Levantó las ganas de una carretilla y la llevó al bosque que había detrás de la posada. Sus pies hacían crujir las hojas caídas.

No muy lejos, entre los árboles, estaba la reserva de leña para el invierno. Los leños de roble y de fresno se amontonaban, formando altas y torcidas paredes entre los troncos de los árboles.

Eleonor puso en la carretilla dos de los leños que, al golpear el fondo, crearon un ruido parecido al de un tambor amortiguado. Después dejó caer otros dos. Sus movimientos eran precisos, su gesto inexpresivo, y tenía la mirada ausente.

Siguió cargando la carretilla. Cada vez se movía más despacio, como una muñeca que va quedándose sin cuerda y hay que volverla a tirar para que baile tan bellamente como lo hacía antes.

Al final paró del todo y se quedó un largo minuto de pie, inmóvil como una estatua. Entonces se derrumbó, y aunque no había nadie ahí que pudiera verla, se tapó la cara con las manos y lloró en silencio.

Y así una oleada tras otra de tanto profundos como silenciosos sollozos sacudieron su cuerpo.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora