Capitulo 30

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   La vigilante mirada de Thelu. 

Al día siguiente desperté al oír las campanadas quedaban la hora. Conté cuatro campanadas, pero no sabía cuántas no había oído. Parpadeé adormidada e intenté calcular qué hora era a partir de la posición del sol. Era cerca de la sexta campanada. Escarpi debía de estar empezando su historia. Eché a correr por las calles. Mis pies descalzos golpeaban los adoquines, pisaban charcos y tomaban atajos por los callejones. Lo veía todo borroso y aspiraba grandes bocanadas del aire húmedo de la ciudad.

Irrumpí en El Medio Mástil casi corriendo y me quedé apoyada en la pared del fondo, junto a la puerta. Reparé en que la posada albergaba más gente de la habitual a tan temprana hora de la noche. Sí, me pude percatar de aquello pese a haber ido solo una vez. Entonces la historia ya comenzada de Escarpi me capturó y no pude sino escuchar su grave y cadenciosa voz, prestando atención a sus agudos y claros ojos azules.

—Selitos el tuerto se adelantó y dijo: “señor, ¿si hago esto si me otorgará el poder para vengar la pérdida de la ciudad reluciente? ¿Será que podré desbaratar los planes de Lanrre y sus Chandrian que mataron a tantos inocentes y que incendiaron mi amada Mirtharinyell?”

Aleph dijo: —no. Todo lo personal debe quedar aparte, y vos solo debés castigar o recompensar lo que vos mismo veas a partir de hoy.

Selitos agachó la cabeza —pido perdón —dijo—, pero mi corazón me dice que debo intentar impedir esas cosas antes de que sucedan y no esperar para castigar más tarde. —Algunos Ruack murmuraron palabras de aprobación y se pusieron al lado de Selitos, todos recordando Mirtharinyell, llenos de rabia y de dolor por la traición de Lanrre.

Selitos se acercó a Aleph y se arrodilló ante él. —No puedo hacerlo porque no puedo olvidar, pero planeo enfrentarme a él con la ayuda de estos fieros Ruack. Veo que sus corazones son puros. Nos llamaremos “Los Amir” en memoria de la ciudad devastada. Vamos a asustar los planes de Lanrre y los que lo sigan. Nada va a impedirnos alcanzar el bien mayor.

Muchos Ruack se apartaron de Selitos. Tenían miedo y no querían involucrarse en asuntos tan serios. Pero Thelu dio un paso adelante y dijo: —para mí lo primero es la justicia. Pienso dejar este mundo para servir lo mejor al servirte a vos. —Se arrodilló ante Aleph con la cabeza agachada y las palmas extendidas junto a los costados.

Otros se acercaron. El alto Kirell, que habían quemado pero había sobrevivido entre las cenizas de Mirtharinyell. Mood, cuya esposa e hijos habían muerto en la batalla, cuya casa había quedado devastada y cuyo rostro era tan duro y frío como su corazón. Enlas, que no llevaba espada y no comía carne de animales, y a quien nadie había oído hablar jamás con dureza. La rubia Heiza, que tenía un centenar de pretendientes a donde iba y la seguían a todas partes antes de que cayeran las murallas. Heiza fue también la primera mujer que fue forzada por un hombre. Lezelteh, que reía a menudo, incluso cuando estaba afligida. Mett, que no era más que un infante y nunca cantaba, que mataba con rapidez y sin derramar ni una lágrima. Ordal, la más joven de todos, que nunca había visto morir a nadie y que estaba ante Aleph, valiente con el castaño cabello adornado con cintas. Y a su lado estaba Dan, cuyo rostro era una máscara con ojos llameantes y cuyo nombre significaba ira.

Se acercaron todos a Aleph y él los tocó. Les tocó las manos, los ojos y los corazones. La última vez que nos tocó sintieron dolor y les salieron unas alas en la espalda, majestuosas y blancas, grandes como sus cuerpos para permitirles ir a donde quisieran. Alas de fuego y sombra. Alas de hierro y cristal. Alas de piedra y sangre. Entonces Aleph pronunció sus largos nombres y los envolvió un fuego rojo como la sangre. El fuego recorrió sus alas y se volvieron rápidos. El fuego les acarició los ojos y pudieron ver en lo más profundo del corazón de los hombres. El fuego les llenó la boca y cantaron canciones de poder. Así el fuego se instaló en sus frentes, como estrellas de plata, y se volvieron de inmediato honrados, sabios y sobrecogedores.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora