Un día precioso.
Era uno de esos días perfectos de otoño, uno de esos muy comunes en las historias y tan raros en el mundo real.
El tiempo era agradable y seco, el ideal para que madurara la cosecha de trigo o la de maíz. A ambos lados del camino, los árboles mudaban de color.
Los altos álamos se habían vuelto de un amarillo cerca de la manteca mientras que las matas de zuma que invadían la calzada estaban de un rojo intenso. Solo los viejos robles parecían reacios a dejar atrás el verano, y sus hojas eran una mezcla uniforme de verde y dorado.
Es decir: no podría ser un día más lindo para que media docena exsoldados armados con arcos de casa te despojaran de cuanto tenías.
—No es una yegua muy buena, señor —se explicó Donna, La Cronist —. Apenas sirve para arrastrar una carreta, y cuando llueve-
El hombre la hizo callar con un ademán suave —mirá, corazón; el ejército del rey paga muy bien por cualquier cosa con cuatro patas y al menos un ojo. Si estuvieses completamente mal de la cabeza y fueras por el camino cabalgando en un caballito de juguete también te lo sacaría —el jefe del grupo tenía un aire autoritario. Donna dedujo que debía de ser un exoficial de baja graduación—. Apeáte —ordenó serio el individuo—. Acabemos con esto y te dejamos seguir tu camino.
Donna bajó de su montura. Le habían robado otras veces, sabía cuándo no se podía conseguir nada discutiendo. Esos tipos sabían lo que hacían, no gastaban energía en bravuconadas ni en falsas amenazas.
Uno de los soldados examinó la yegua y comprobó el estado de los cascos, los dientes y el arnés. Otros dos le registraron las alforjas, todo estaba siendo hecho con eficacia militar. Pusieron en el suelo todas sus posiciones materiales: dos frazadas, una capa con capucha, la cartera plana de cuero bueno y el pesado además de bien provisto macuto.
—No hay nada más, comandante —anunció uno de los tipos—, solo unas veinte libras de avena.
El comandante se arrodilló y abrió la cartera plana de piel para examinar su contenido. —Ahí dentro solo hay papel y plumas —dijo Donna.
El comandante giró la cabeza y la miró por encima del hombro —¿sos escribana?
Donna asintió en respuesta y exhaló una bocanada de aire caliente, un gesto que se pudo identificar como algo contrario a satisfacción al afirmarse sobre su profesión. —Así es como me gano la vida, señor. Eso a usted no le sirve para nada.
El hombre rebuscó en la cartera, comprobó que no había nada más en el interior y la dejó a un lado. A continuación, vacío el macuto sobre la capa extendida de Donna y revisó las cosas.
Se quedó casi toda la sal y un par de cordones de bota, y después, para consternación de la mujer, encontró la camisa que se había comprado en Linnwood. Era de hilo bueno, teñida de un azul profundo, oscuro. Era demasiado bonita como para viajar. Donna ni siquiera había tenido ocasión de estrenarla. Dio un suspiro apagado y resignado. Quizás, en caso de que la hubiera ido a cambiarla a tiempo por una más pequeña que fuera de su talla, ninguno de los hombres le prestaría atención a esa camisa. Pero no lo hizo cuando tuvo oportunidad.

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𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎
Fanfiction(Cassandra Dimitrescu x OC) En la posada Roca De Guía una mujer espera. En los sonidos más tranquilos y bajos encuentra algo que puede usar para aferrarse. La mujer es alguien que quizá conozcas. Es su máscara apacible y calmada la que quizás te es...