Capitulo 36

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   Todavía por aprender. 

A la mañana siguiente desperté con esfuerzo después de dos horas de sueño, me metí en uno de los carros y procedí a pasar el resto de la mañana meditando. Era casi mediodía cuando reparé el que la noche pasada, en la posada, habíamos aceptado a otro pasajero. Se llamaba Josohn, y había pagado a Roehnt para que lo llevara a Nìlin. Era simpático y tenía una sonrisa sincera, y parecía un hombre honrado. No me cayó bien.

No, creo que definitivamente mi poca simpatía por él no se debía a lo descarado que podía llegar a ser con los piropos que me soltaba en privado si se los comparaba con los halagos bien intencionados y para nada subidos de tono que eran los comentarios que hacía en presencia de otros. Mis razones serán mucho más sencillas que esas. Cuando después de la primera mitad del día le rechacé una rosa roja, le dije que si se vistiera tan bien como hablaba quizá no sería insoportable pasar más de un segundo en su presencia, le negué un “besito de buenos días” cuando me lo pidió en la soledad de dos personas en un carro al que entré cuando Rehta me pidió que le fuera a buscar un par de almendras enfrascadas y ,válgame la suerte, él estaba ahí, pelando una manzana, el coqueto bardo se ganó mi desprecio solo por quedarse el resto de la jornada pegadito a Denna.

La adulaba de forma escandalosa cuando pensaba que nadie más podía escucharlo y bromeaba con ella, diciéndole que iba a convertirla en una de sus esposas, contrario a lo que me dijo, que fue que me haría su primera esposa, la primer mujer a la que se animaba a ponerle un anillo en el dedo.

A Denna no parecía afectarle lo tarde que nos habíamos acostado la noche pasada y estaba tan fresca y lozana como siempre. El resultado fue que me pasé todo el día irritada y celosa, y fingiendo indiferencia.

Como era demasiado orgullosa para unirme a su conversación, me quedé sola. Estuve decaída el resto del día, tratando de ignorar el sonido de la voz de Josohn y, de vez en cuando, recordando la imagen de Denna la noche anterior, con la luna reflejada en el agua detrás de ella.

Esa noche pensaba proponerle a Denna dar un paseo después de que todos se hubieran acostado, pero antes de que pudiera acercarme a ella, Josohn a uno de los carromatos y se hizo con un gran estuche negro con cierres de latón en un lado. Al verlo se me detuvo el corazón.

Percibiendo el interés del grupo, aunque no el mío en particular, él desabrochó despacio los cierres de latón y sacó su laúd con afectado descuido. Era un laúd de artista de troupe. El largo y bien pulido mástil, la redondeada caja y la extensión de las cuerdas me resultaban dolorosamente familiares.

Tras comprobar que contaba con la atención de todos, ladeó la cabeza y rasgueó las cuerdas, deteniéndose para escuchar el sonido. Entonces, asintiendo para sí, empezó a tocar. Tenía una bonita voz de tenor y unos dedos medianamente ágiles. Deleito al grupo con una balada, luego una canción ligera de taberna  y una lenta y triste melodía en un idioma que no reconocí, pero sospeché que podía ser hílico. Por último tocó calderero curtidor, y todos cantaron el estribillo a coro. Todos menos yo.

Estaba sentada, quieta como una estatua y me dolían los dedos. Quería tocar, no escuchar. “Quería” no es un verbo suficientemente intenso, me moría de ganas de tocar. No me enorgullezco de haberme planteado robarle el laúd y marcharme de ahí para aprovechar la oscuridad de la noche, pero fue algo que se me cruzó por la cabeza.

Josohn terminó la canción con un floreo y Roehnt dio un par de palmadas para llamar la atención de todos.

—Hora de acostarse —dijo—. Si se quedan dormidos-

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora