Capitulo 4

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   Madera y palabra. 
 

Blair hojeaba distraídamente un libro, tratando de ignorar el silencio que rodeaba la posada casi vacía, siendo solo el sonido de unas manitas que jugaban sin malicia con juguetitos artesanales lo que le daba sonido al ambiente. 

En eso se abrió la puerta, entrando así por ella Radaf. —Ya está hecho —El hombre maniobró entre el laberinto de mesas con exagerado cuidado—. Iba a traerlo anoche, pero me dije: 'una última capa de aceite, lo froto, y lo dejo secar'. Y no me arrepiento. Es lo más hermoso que hicieron estas manos.

Entre las cejas de la posadera apareció una fina arruga. Entonces, al ver el paquete plano que tenía Radaf, se le iluminó la cara. —ah, el tablero de soporte —Blair esbozó una sonrisa ladina y cansada—. Perdón, ya pasó mucho tiempo, tanto que casi lo olvidé. —casi al momento se le cayó la comisura derecha de los labios, borrando el gesto.

El contrario la miró con extrañeza. —Cuatro meses no es mucho tiempo para traer madera desde Arien tal y cómo están los caminos.

Cuatro meses —, repitió para ella. Reparó en que Radaf seguía mirándola y se apuró en añadir algo más—. Eso puede ser una eternidad si estás esperando algo. —quiso componer una sonrisa tranquilizadora, pero le salió muy forzada.

Blair no tenía buen aspecto, no parecía exactamente enfermiza, pero sí apagada; lánguida, como una planta que fue transplantada a un tipo de tierra que no le conviene y que la empieza a marchitar por la falta de un nutriente vital.

Radaf percibió la diferencia, los gestos de la posadera ya no eran tan prolijos. Su voz se había vuelto más arrastrada y baja la mayor parte del tiempo. Hasta sus ojos habían cambiado, siendo que ya no brillaban como hace unos meses atrás.

Su color parecía más pálido, eran menos espuma de mar, menos verde pasto que antes. Ahora se asemejan al verde de las algas de río, o del culo de una botella de vidrio verde.

Antes también le brillaba el pelo de color rojo fuego. Ahora parecía rojo, sencillamente rojo.

Blair retiró la tela y miró debajo. La madera era de color carbón, con veteado negro y pesada como una plancha de hierro, había tres ganchos negro clavadas sobre una palabra tallada en la madera.

Delirio —leyó Radaf—. un nombre poco común para una espada.

Blair asintió, tratando de borrar toda expresión de su semblante. —¿Cuánto duele, bestia? —le inquirió en voz baja, casi monótona.

¿Eh?

Que cuánto te debo.

Ah —Radaf vaciló unos instantes—. Después de lo que me diste para pagar la madera —un atisbo de astucia le brilló en los ojos—, sería uno con tres.

Blair le dio dos talentos. —te dejo el resto de propina. Es una madera jodida de trabajar.

Sí, bastante la verdad —la réplica le salió con cierta satisfacción cuando contestó—. Dura como la piedra bajo la cierra, y con el formón como el hierro. Las voces que llegué a dar... Y después no podía quemarla.

 𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora