Novicia y Libertino (4)

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"Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28).

Se miró al espejo, las palabras del Evangelio resonando en su mente como un eco tortuoso. Lágrimas brotaban de sus ojos, deslizándose por sus mejillas como ríos de culpa. Frotaba sus manos con desesperación, tratando de borrar las manchas invisibles que las impregnaban, el recuerdo del pecado que las atormentaba.

"No matarás", resonó en su mente el quinto mandamiento, un recordatorio cruel de su pecado. El libertino, ese demonio disfrazado de hombre, lo había corrompido, lo había convertido en un títere de sus viles deseos. Sus manos, antes instrumentos de amor y creación, se habían convertido en herramientas de muerte, manchadas con la sangre de su amada Santita.

El padre Moblit se tambaleaba al borde del abismo, la desesperación lo envolvía como una mortaja helada. La pregunta resonaba en su mente como un mantra macabro ¿Por qué? ¿Por qué había sucumbido a la tentación de tomar esa arma? ¿Por qué disparo?

Hange, su santita, yacía en el suelo, un ángel caído, la culpa lo azotaba como un látigo, lacerando su alma. No se había quedado a su lado, no la había protegido. Huyó como un cobarde, como un demonio con sotana, traicionando su fe, su vocación, su amor. 

- ¿Por qué? -  gimió Moblit-  su voz apenas un susurro ahogado por la culpa. ¿Por qué he hecho esto? He manchado mis manos con sangre, he traicionado mi fe, he fallado a mi santita.

Moblit recuerda con horror el momento en que el arma salió de su mano, apuntando a Hange y Levi. A pesar de la tensión, ella no se movía, pero con un movimiento rápido, Moblit la aparta a regañadientes. Luego, apunta a Levi, quien aún se encuentra en el suelo. La castaña, en un acto desesperado, se lanza sobre él para arrebatarle el arma. En ese instante, un disparo resuena en la colina, dejando a Hange en el suelo. 

El sacerdote, aturdido por el sonido y el horror de lo que ha hecho, solo escucha el grito desgarrador de Levi. Soltando el arma, corre aterrorizado, dejando atrás la escena de su terrible error.


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Levi aprieta con fuerza el cuerpo de Hange contra su pecho, como si al hacerlo pudiera negar la realidad. Las lágrimas brotan de sus ojos sin control, surcando su rostro endurecido por la batalla. Un sollozo ahogado escapa de su garganta mientras susurra ¿Por qué, Dios? ¿Por qué a ella?

Su mirada se posa en el rostro sereno de Hange, sus ojos cerrados, su vestimenta blanca. Parecía dormida, como una santa, la aferra a su pecho con fuerza. 

- No Hange...

Un leve movimiento bajo su mano hace que Levi se estremezca. Sus ojos se encuentran con los de Hange, llenos de vida y calidez. Un sollozo de alivio escapa de su garganta mientras la abraza con fuerza, murmurando: "Estás viva, mi Hange. Estás viva".

Su mano izquierda se posa sobre el pecho, donde la biblia y el crucifijo que siempre lleva consigo han detenido el impacto del disparo. Un leve rasguño marca su piel. 

- Si estoy viva... Levi...

En ese instante, un silencio se apodera de la colina. Solo el viento y el latido de sus corazones son audibles. Se miran a los ojos, sin necesidad de palabras, transmitiendo su profundo amor, Levi no entendía como aquella biblia y ese crucifijo habían salvado a Hange, incluso no había ni sangre en su hábito ¿Y si realmente era una Santa?

LEVIHAN HISTORIAS CORTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora