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Stella paseaba por el pasillo olfateando las flores que estaban ahí, eran del jardín, recién cortadas y listas para lucir hermosas como decoración. A decir verdad, todas las flores que recibía eran de Sky, pues su madre nunca permitía que otras flores llegarán a sus manos.

—Oh, eres tan bonita— dijo ella mientras rozaba ligeramente los pétalos de una orquídea —Estoy segura de que tu sitio está en mi dormitorio, muy cerca de mi cama. Y ustedes— olisqueó un ramo de rosas blancas que habían cortado del jardín —Ustedes irán en mi tocador.

—¿Siempre le habla a las flores?

Stella dio un brinco en su lugar y se giro hacia el sonido de una profunda voz masculina. Abrió los ojos sorprendida al ver a Lord Bridge con un aspecto pecaminosamente apuesto.

—¿Qué hace aquí?

El vizconde alzó una ceja mientras retocaba el gran ramo que llevaba debajo del brazo, llevaba rosas rosas y hermosas hortensias azules, advirtió ella. Eran preciosas, elegantes. El tipo de flor que elegiría para si misma.

—He venido a darle una lección de protocolo al duque, de lo que debe hacer con mi hermana, la costumbre es que las visiten después de un baile.

—Quería decir— mascullo Stella —¿Como ha entrado? Nadie ha avisado su llegada.

Indicó el vestíbulo con una inclinación de cabeza.

—El sistema habitual, he llamado a la puerta— Stella le lanzó una mirada irritada al notar su sarcasmo —Aunque le parezca asombroso, su mayordomo abrió, le di mi tarjeta y me acompaño al salón, estaba aburrido en el salón, así que salí al pasillo y aquí estamos— Stella no paso por alto su tono altanero —Lo cierto es que fue bastante sencillo.

—Mayordomo infernal— farfullo Stella —De que sirve tenerlo si deja pasar a todos.

Él sonrió —Quiza no a todos— advirtió, recordando la fila de hombres de la alta sociedad que regresaban a su casa decepcionados luego de que tocaran la puerta —solo a mi.

—Yo jamás daría una orden así.

—No— respondió Lord Bridge con una risita —Ni siquiera lo había pensado, ¿Tal vez su madre?

—Luna— gruñó ella, parecía un mundo de acusaciones en esa simple palabra.

—¿La llama por su nombre de pila?— preguntó él con amabilidad.

Stella asintió.

—Se había separado de mi padre— le explicó —Volvieron a estar juntos cuando tenía cinco años, no se porque sigo llamándola por su nombre.

Los ojos marrones de él continuaban fijos en su rostro. Stella cayó de pronto en cuenta, acababa de permitir que ese hombre, que había declarado como su némesis, accediera a un pequeño y muy privado rincón de su vida.

—Me temo que el duque no está aquí, así que ha perdido el tiempo.

—Oh, no lo creo— contesto tomando el ramo, y Stella vio que no se trataba de un ramo grande, sino de dos pequeños. Uno de rosas y otro de hortensias —Este— dijo, tomando el ramo de rosas y dejándolo sobre la mesa auxiliar —Es para su madre— se quedó con el ramo de hortensias en su mano, Stella sabía la intención detrás de la acción, también que probablemente el Vizconde sabía que las hortensias podían significar soledad, pero, maldición, era su primer ramo de flores, y hasta ese momento no se había detenido a pensar en cuanto deseaba que alguien lo hiciera —Estas— dijo él mirando el ramo de hortensias en sus manos, recordando lo que había leído en el libro de flores de su madre, riqueza y admiración, según recordaba —Son para usted.

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