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Más tarde aquella misma noche, después de acabar la cena y los hombres se retirarán a tomar sus vinos de oporto antes de volver a reunirse con las damas con expresión de superioridad en el rostro, como si acabaran de hablar de cosas más trascendentes que del caballo con más probabilidades de ganar la royal ascott, después de que los invitados hubieran jugado unas rondas de charadas a veces tediosas y a veces más animadas, después de que Lady Bridge se aclarara la garganta y sugiriera con discreción que tal vez fuera hora de retirarse, después de que las damas tomaran las velas y se retiraran a sus camas, después de que los caballeros supuestamente las siguieran... Stella no podía dormir.

Estaba claro que iba a ser una de esas noches mirando todas las grietas del techo, solo que no había grietas en alfea y la luna ni siquiera había salido, de modo que no entraba luz alguna a través de las cortinas. Lo cual significaba que, aunque hubiera habido rendijas, no sería capaz de verlas.

Stella soltó un gemido mientras retiraba las colchas para levantarse.

Uno de estos días iba a tener que aprender alguna manera de obligar a su cerebro a dejar de correr en ocho direcciones diferentes al mismo tiempo.

Había estado tumbada en la cama durante casi una hora mirando la noche oscura impenetrable y cerrando los ojos de vez en cuando para intentar disponerse a dormir. No había funcionado.

No podía dejar de pensar en la expresión del rostro de Musa cuando el vizconde había acudido en su rescate. Stella estaba segura de que su propia expresión sería bastante similar: un poco de asombro, un poco de alegría y un mucho de estar a punto de fundirse sobre el suelo en aquel mismo instante.

Bridge había estado así de magnífico.

Stella había pasado todo el día observando a los Bridge o relacionándose con ellos y una cosa había sacado en claro, todo lo que había oído sobre Brandon y su devoción por la familia era del todo cierto.

Y aunque no estaba demasiado dispuesta a cambiar su opinión de que era un mujeriego y un vividor, estaba empezando a comprender que podía ser todo eso y también algo más. Algo bueno, y aunque admitía que le costaba mucho ser del todo objetiva en aquel tema, ese algo precisamente era lo que no lo descalificaba como potencial marido para diáspora.

Oh, ¿por qué, por qué, por qué tenía que ser agradable? ¿Por qué no podía seguir siendo el libertino meloso pero superficial que tan fácil había resultado creer que era?

Ahora se trataba de otra persona por completo diferente, alguien por quien ella temía sentir de hecho, cierto afecto.

Stella sintió que se sonrojaba incluso en la oscuridad, tenía que dejar de pensar en Brandon Bridge.

A este paso, no iba a poder dormir nada en toda una semana. Tal vez si tuviera algo para leer...

Había visto una biblioteca bastante grande y amplia aquella misma tarde, sin duda los Bridge tendrían allí algún tomo con el que quedarse dormida.

Se puso la bata y se fue de puntillas hasta la puerta con cuidado de no despertar a Musa, tampoco es que aquello fuera complicado, Musa siempre dormía como un lirón.

Stella metió los pies en un par de zapatillas y luego salió deprisa al pasillo, con cuidado de mirar a un lado y al otro antes de cerrar la puerta tras ella. Era su primera visita a una reunión campestre y lo último que quería era toparse con alguien de camino a un dormitorio que no fuese el suyo.

Si alguien tenía algún enredo con otra persona que no fuera su cónyuge, decidió Stella, no quería saber nada al respecto.

Un solo farol iluminaba el pasillo proporcionando un destello mortecino y vacilante al oscuro aire de la noche. Stella había tomado una vela al salir, de modo que se acercó y levantó la tapa del farol para encender su mecha. En cuando la llama ardió con estabilidad, se dirigió hacia la escalera, asegurándose de detenerse en todas las esquinas para comprobar con cautela que no pasaba nadie.

Unos minutos después se encontraba en la biblioteca. No era grande para los patrones de la aristocracia, pero las paredes estaban cubiertas desde el suelo hasta el techo de estantes con libros. Stella empujó la puerta hasta dejarla casi cerrada, si alguien andaba levantado dando vueltas por ahí no quería alterarle su presencia con el chasquido de la puerta al cerrarse, y se acercó a la estantería más próxima para inspeccionar los títulos.

—Hmm...— murmuró para sí misma mientras saca un libro y miraba la portada «botánica». Le encantaba la jardinería, pero en cierto sentido un libro de texto sobre aquel tema no le parecía demasiado interesante. ¿Debería buscar una novela que atrapará su imaginación, o mejor se decidía por un texto árido con más probabilidades de darle sueño?

Devolvió el libro a su sitio y pasó a la siguiente estantería, dejando la vela sobre la mesita próxima. Parecía la sección de filosofía.

—Decididamente no— farfulló y deslizó un poco la vela sobre la mesa mientras pasaba a una estantería situada más a la derecha. La botánica podía darle sueño, pero era muy probable que la filosofía la dejase con un estupor que le duraría días.

Movió la vela un poco hacia la derecha y se inclinó hacia adelante para examinar la siguiente hilera de libros cuando un relámpago, brillante y por completo inesperado, iluminó la habitación.

De sus pulmones surgió un breve y entrecortado grito, al mismo tiempo que ella daba un brinco hacia atrás y se pegaba de espaldas contra la mesa.

Ahora no, suplicó en silencio, aquí no.

Pero mientras su mente formulaba esa última frase, toda la habitación explotó con el estruendo sordo de un trueno.

Y luego se hizo de nuevo la oscuridad, dejando a Stella temblorosa, agarrada con los dedos a la mesa con fuerza que las articulaciones se le quedaron trabadas. Detestaba esto. Oh, cuánto lo detestaba. Detestaba el ruido y la luz de los relámpagos, y la tensión chisporroteante en el aire, pero sobre todo detestaba la manera en que se sentía ella.

Tan aterrorizada que al final no pudo sentir nada en absoluto.

Había sido así toda su vida, o al menos desde que tenía memoria. De pequeña su padre o Luna la consolaban cada vez que había una tormenta. Stella tenía recuerdos de uno de ellos sentado sobre el borde de su cama, sosteniéndole la mano y susurrando palabras tranquilizadoras mientras los truenos y los relámpagos estallaban con estrépito a su alrededor. Pero cuando se hizo mayor consiguió convencer a la gente de que había superado su problema. Oh, todo el mundo sabía que aún detestaba las tormentas, pero consiguió ocultar la medida de su terror.

Parecía una debilidad espantosa, sin causa aparente y, por desgracia, sin cura clara.

No oía lluvia contra las ventanas; tal vez la tormenta no fuera tan mala. Tal vez había empezado lo suficiente lejana y ahora se alejaba aún más. Tal vez...

Otro destello iluminó la habitación y extrajo un segundo grito de los pulmones de Stella. En este momento los truenos habían acercado más incluso que los relámpagos, lo cual indicaba que la tormenta se aproximaba.

Stella sintió que se echaba al suelo.

Era tan ruidoso. Demasiado ruidoso, y demasiado brillante y demasiado...

¡Boom!

Stella se metió debajo de la mesa, encogió las piernas y se rodeó las rodillas con los brazos, esperando aterrorizada la siguiente tronada.

Y entonces empezó a llover.

Los BridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora